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No queda nada por contar
Llevo varios días pensando qué escribir sobre la huelga del 8M. En la jornada previa no ha sido diferente. Me he levantado, como todos los días, sobre las siete y media de la mañana. Despierto a los niños. Hay que ir al colegio. Y mientras intento que se vistan para no llegar tarde otra vez, recuerdo que la huelga del día 8 también es una huelga de cuidados. Pero entonces, cuando me digo a mí misma que ese sería un buen tema para seguir reivindicando, recuerdo que ya se ha escrito mucho sobre el papel de las cuidadoras.
¿Quién no ha leído estos días que la mayor parte del peso de los cuidados recae sobre las mujeres? La necesidad de ponerlo negro sobre blanco es ciertamente ofensiva. Es más que obvio que sin esas tareas asistenciales hogareñas la estructura de producción, tal y como la conocemos, no tendría razón de ser. No podría subsistir si los trabajos que hacemos las mujeres en casa estuvieran reconocidos y remunerados. Si cotizáramos por ellos. Si el Estado pagase pensiones por ellos. Nuestros esforzados guerreros no podrían ir a trabajar si no tuvieran féminas dispuestas a cuidar el fuerte mientras ellos traen el sustento a casa.
La cuestión es que desde hace varias décadas, además de ese papel de cuidadoras, debemos trabajar, queremos trabajar. Tenemos aspiraciones, necesidades de realización personal a través del empleo –otra falacia del capital: la realización personal no es un ámbito que se relacione en exclusiva con la promoción personal mediante el trabajo, pero esa es otra manzana envenenada que nos han colado–. Hemos entrado en la cadena trófica del sistema, siendo la base más precaria del mercado de trabajo. Doblemente precarias, en casa y fuera de ella. Pero claro, para qué voy a escribir sobre esto si ya se ha contado todo. No voy a explicar que el sistema al que hago referencia no es otro que el capitalismo, fiel aliado del hetero-patriarcado. No sea que alguien me diga que deje de decir palabrotas, que una movilización de mujeres no debe tener carga ideológica, sobre todo si es contraria al neoliberalismo.
Cojo la mochila del mayor, el bocadillo del pequeño, la pelota, el bolso, los niños (chaquetas abrochadas, zapatos puestos, la tirita en su sitio) y consigo llegar al colegio. Al llegar pregunto a las profes, mujeres casi todas, si ellas van a parar el 8M. Aún no han decidido. Hablamos de las necesidades en la educación, de la escasez de medios. Y pienso: “Claro, si yo hago huelga de cuidados, ¿quién cuida por mí? ¿Ellas? ¿Acaso no son mujeres y tienen derecho a 'no estar'? ¿Quién queda entonces?”.
Pienso en escribir sobre ello. Sobre esas mujeres que van a atender los restaurantes en los que se van a celebrar las comidas de mujeres celebrando que paramos todas. Porque claro, hay sindicatos y partidos que han pensado que debían decidir sobre cómo hacemos nosotras la huelga. Sindicatos y partidos que nunca han tenido al frente ninguna mujer han pensado que con dos horitas de paro era suficiente para visibilizar el problema femenino. Y voy concatenando ideas, recordando esos líderes neoliberales que dicen que ellos van a liderar el cambio por la igualdad en este país, o aquellos que prefieren no meterse en esas cosas, o aquellos otros, no tan neoliberales, que prefieren que las compañeras estén en segundo plano mientras siguen ejerciendo de machos alfas en organizaciones que pregonan el feminismo. Respiro hondo. Una vez, dos veces, tres. Consigo no hiperventilar; recuerdo todo lo que se ha escrito ya sobre ello. Para qué hacer otro artículo más.
Como estoy un pelín confusa sobre el contenido del texto, pregunto a mis amigas. Muchas separadas con cargas familiares tremendas. Hablamos un rato sobre la violencia de género, sobre las compañeras que la han sufrido y la siguen sufriendo. También concretamos que la violencia psicológica, económica y sexual dentro de la pareja apenas tiene consecuencias judiciales. Cuántas de ellas malviven manteniendo a sus hijos sin pensiones porque sus exparejas se niegan a colaborar. O cuántas otras con la espada de Damocles de la amenaza continua: “Voy a pedir la compartida y así no vas a ver un duro más. Que a saber en qué te lo gastarᔓ. Nos reímos. Ese 'Sueldito Nescafé' de miseria que algunas estiran para que sus pequeñas puedan vestir de manera decente y el papi piensa que nos vamos de crucero en veranito con lo que ahorramos. Pero no nos reímos mucho tiempo. Nos acordamos de la que aún tiene miedo de salir de casa, de la que no puede ni coger un teléfono sin que le tiemblen las piernas, de la que aborrece el sexo sin decir por qué, de todas, de tantas. Pero luego pienso en todo lo que se ha escrito sobre ello. Sobre las madres que ven cómo tiene que entregar a sus hijos a un maltratador cada fin de semana. O de las que se quedan encerradas en casa para no quebrar ellas las órdenes de alejamiento que tienen ellos: miran por la ventana, está debajo de casa. ¿Qué más voy a contar sobre esto? ¿De verdad hace falta seguir explicando que somos nosotras las víctimas?
Total, que sigo sin tener claro sobre qué escribir. Y pregunto entonces a algún amigo. Todo sea por que me quede un texto plural e integrador. Que ya sabemos que las feministas somos muy excluyentes y no queremos ser demasiado radicales. A quien no la hayan llamado feminazi por lo menos una vez al mes que levante la mano. “¿Por qué no hablas de lo que no es feminismo?”, o “¿porqué no escribes sobre cuál es la solución?”. Ya, vale. Está claro lo que no es feminismo, pienso. ¿O realmente no lo está? Oyendo tertulianos y tertulianas, opinadores a sueldo de las grandes empresas de comunicación parece que no está muy claro.
Resulta que como es una huelga de MUJERES, esa exclusión del elemento masculino nos hace caer precisamente en lo que denunciamos: la discriminación del otro sexo. No puedo evitar reírme, ojiplática perdida. Precisamente es una huelga de mujeres porque lo que se quiere evidenciar es el peso específico en el sostenimiento del sistema (cuidados, consumo, educación, trabajo) que tenemos. Y parece una broma de mal gusto reclamar la presencia de los hombres en esta huelga. ¿O acaso, cuando se manifiestan los estibadores, los taxistas se quejan porque los excluyen? Al fin y al cabo todos son trabajadores, ¿no? Y también aparco la sugerencia sobre la solución. Porque mientras las administraciones no se pongan a trabajar para solucionar un problema sistémico pero atajable en gran parte con políticas públicas, seguiremos mareando la perdiz y llenando columnas de opinión.
Total, que me quedo como estoy. No sabiendo si hablar de las veces que he cobrado una media de 500 euros menos que mis compañeros asumiendo más responsabilidades, o cuando me despidieron por estar embarazada. O quizás hablar de lo que me toca del 'Me Too', porque no conozco ninguna mujer que no haya sufrido acoso sexual, verbal o físico, en algún momento de su vida.
Pero la realidad es que no queda nada por contar. Todo está dicho ya. La cuestión es si debemos seguir hablando sobre todas estas cosas, haciendo pedagogía social, o tirarnos a las barricadas. El jueves se para el mundo. Y a mí, después de todas estas reflexiones conmigo misma, me ha quedado una pregunta ¿y el viernes? ¿Qué pasará el viernes?
Llevo varios días pensando qué escribir sobre la huelga del 8M. En la jornada previa no ha sido diferente. Me he levantado, como todos los días, sobre las siete y media de la mañana. Despierto a los niños. Hay que ir al colegio. Y mientras intento que se vistan para no llegar tarde otra vez, recuerdo que la huelga del día 8 también es una huelga de cuidados. Pero entonces, cuando me digo a mí misma que ese sería un buen tema para seguir reivindicando, recuerdo que ya se ha escrito mucho sobre el papel de las cuidadoras.
¿Quién no ha leído estos días que la mayor parte del peso de los cuidados recae sobre las mujeres? La necesidad de ponerlo negro sobre blanco es ciertamente ofensiva. Es más que obvio que sin esas tareas asistenciales hogareñas la estructura de producción, tal y como la conocemos, no tendría razón de ser. No podría subsistir si los trabajos que hacemos las mujeres en casa estuvieran reconocidos y remunerados. Si cotizáramos por ellos. Si el Estado pagase pensiones por ellos. Nuestros esforzados guerreros no podrían ir a trabajar si no tuvieran féminas dispuestas a cuidar el fuerte mientras ellos traen el sustento a casa.