Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Nos queremos viejas y libres
No se necesita dar voz a las mujeres mayores. Ya la tienen. Lo que necesitamos es escucharlas y lo que ellas reclaman es dejar de ser desoídas, ninguneadas. Uno de los temas importantes pendientes dentro de los feminismos es incorporar la vejez en sus agendas… o las vejeces, pues las experiencias de las mujeres maduras, viejas, mayores, también son diversas. No solo las narrativas hegemónicas desplegadas desde la institucionalidad, las políticas públicas y los medios de comunicación han homogeneizado el lugar y el papel de las mujeres mayores en la sociedad, también los movimientos feministas han obviado, por no decir olvidado, sus demandas y sus particularidades como mujeres-viejas.
Muchas de las mujeres que hoy transitan por el ciclo de la madurez y la vejez han sido las que araron y abonaron este largo camino de luchas por nuestra libertad. Muchas de ellas, escritoras, activistas, académicas, pensadoras, lideresas en sus pueblos y barrios, cuidadoras, rebeldes, nos han inspirado a lo largo de nuestros trayectos diversos en la búsqueda de justicia social. Desde la calle, desde los espacios colectivos, de pensamiento e, incluso, desde el confinamiento del hogar, de las cocinas, de los huertos, del medio rural, han defendido y nos han dejado los cimientos para defender derechos como el aborto o las libertades sexuales. Ellas, hoy reivindican desde sus cuerpos envejecidos la libertad de envejecer, transgrediendo los mandatos patriarcales y mercantilistas que les exige borrar sus arrugas, esconder sus canas y mantener la figura ceñida a un estándar de juventud. Cada vez más mujeres maduras y viejas no sólo deciden negarse a esa estética que violenta sus cuerpos e invisibiliza sus experiencias encarnadas, sino que se atreven a enunciarse desde un cuerpo reconciliado que siente, piensa y desea, poniendo en el centro su sexualidad, sus necesidades, sus deseos, anulados todos por una sociedad misógina y edadista, haciendo frente a la culpa y la vergüenza impuestas.
Las mujeres viejas están aquí, van creando una masa crítica y cada vez ocupan más espacios antes vedados para ellas; por ejemplo, interpelando los debates de género en las asociaciones de personas mayores; al poner en el foco las desigualdades en las pensiones; al exigir políticas de igualdad que tengan en cuenta su papel crucial en el sostenimiento de la vida y de la economía de un país, pues sobre muchas de ellas sigue recayendo el trabajo de los cuidados; al reclamar recursos de atención, con un enfoque diferenciado, a mujeres mayores víctimas de violencia de género; al exigir reconocimiento por su trabajo no remunerado de cuidado de otras personas mayores o de personas menores de edad para permitir que otros adultos y adultas tengan tiempo para el trabajo o el ocio; al negarse a la medicalización, la patologización y a la atención médica limitada por tiempos restringidos y poca escucha; y al contribuir a la elaboración de protocolos para incorporar la perspectiva LGTBIQ+ en residencias, para evitar la vuelta al armario de personas mayores.
Necesitamos a las mujeres viejas, libres, autónomas y desobedientes, “para ser y para no ser”, en palabras de Anna Freixas. Las nuevas y no tan nuevas generaciones necesitamos de ellas para despejar el ineludible camino que nos aguarda y que esperamos esté impregnado de esa rebeldía que nos están legando. Pensar, trabajar y acompañar la vejez sin paternalismos, sin esencialismos y sin subestimar los deseos, las necesidades y las capacidades de las viejas, es una deuda que no podemos postergar más.
No se necesita dar voz a las mujeres mayores. Ya la tienen. Lo que necesitamos es escucharlas y lo que ellas reclaman es dejar de ser desoídas, ninguneadas. Uno de los temas importantes pendientes dentro de los feminismos es incorporar la vejez en sus agendas… o las vejeces, pues las experiencias de las mujeres maduras, viejas, mayores, también son diversas. No solo las narrativas hegemónicas desplegadas desde la institucionalidad, las políticas públicas y los medios de comunicación han homogeneizado el lugar y el papel de las mujeres mayores en la sociedad, también los movimientos feministas han obviado, por no decir olvidado, sus demandas y sus particularidades como mujeres-viejas.
Muchas de las mujeres que hoy transitan por el ciclo de la madurez y la vejez han sido las que araron y abonaron este largo camino de luchas por nuestra libertad. Muchas de ellas, escritoras, activistas, académicas, pensadoras, lideresas en sus pueblos y barrios, cuidadoras, rebeldes, nos han inspirado a lo largo de nuestros trayectos diversos en la búsqueda de justicia social. Desde la calle, desde los espacios colectivos, de pensamiento e, incluso, desde el confinamiento del hogar, de las cocinas, de los huertos, del medio rural, han defendido y nos han dejado los cimientos para defender derechos como el aborto o las libertades sexuales. Ellas, hoy reivindican desde sus cuerpos envejecidos la libertad de envejecer, transgrediendo los mandatos patriarcales y mercantilistas que les exige borrar sus arrugas, esconder sus canas y mantener la figura ceñida a un estándar de juventud. Cada vez más mujeres maduras y viejas no sólo deciden negarse a esa estética que violenta sus cuerpos e invisibiliza sus experiencias encarnadas, sino que se atreven a enunciarse desde un cuerpo reconciliado que siente, piensa y desea, poniendo en el centro su sexualidad, sus necesidades, sus deseos, anulados todos por una sociedad misógina y edadista, haciendo frente a la culpa y la vergüenza impuestas.