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Si Revilla tuviera una lengua…
“Si yo tuviese una lengua en Cantabria la defendería con uñas y dientes”. Lo dijo nuestro político más mediático en El País y lo repitió en La Sexta. Con esa firmeza de como si no se contradijera continuamente que le caracteriza. Pues resulta que la tiene. O mejor, la tenemos, que es un patrimonio de todos. Abandonado institucionalmente y reprobado socialmente, por eso se permite hacer esa afirmación quien readapta su discurso a cada encuesta de opinión. Pero la tenemos, aunque se nos esté yendo 'cumu augua en cestu'.
Así lo han atestiguado diversos estudios de especialistas. Ya en 1906 Menéndez Pidal adscribió Cantabria a la variante oriental de lo que denominó tronco lingüístico leonés. Del mismo modo se han posicionado después autores de reconocimiento internacional como Alonso Zamora o Ralph Penny que, tras estudiar el habla pasiega y el de Tudanca, advirtió del proceso de decaimiento y castellanización que sufrían.
En la misma línea señala el 'Atlas de las Lenguas del Mundo en Peligro' que edita la UNESCO, en el que aparece el cántabro como modalidad del astur-leonés, catalogado “en grave peligro de desaparición”. Este nivel de riesgo se atribuye a aquellos territorios donde los mayores lo hablan, pero ya no lo emplean con sus jóvenes, por lo que, de no tomarse medidas, este patrimonio estaría condenado a desaparecer en cuestión de unas generaciones.
Un siglo se cumple ahora de la primera referencia que se conoce del cántabro como modalidad lingüística. La hizo Fernando Araújo en una interesantísima disertación sobre el estatus lingüístico que recuerda aquella famosa frase de Max Weinreich: “Una lengua es un dialecto con un ejército detrás”, “del dialecto al idioma no hay más distancia que la establecida por la preponderancia política”, y ejemplifica con el portugués, considerado dialecto en tiempos de Felipe III y “convertido en idioma al hacerse Portugal independiente”; el castellano, “elevado a idioma”; el gallego, “hermano del portugués” pero aún tratado como dialecto en aquella época, al igual que otras modalidades como el cántabro, el leonés, el aragonés, etc.
Aparece a su vez reflejado el cántabro o montañés en documentos medievales, en el teatro costumbrista del siglo XVIII, en la literatura de Pereda, Nel Llano, Amós de Escalante, Cossío o Alcalde del Río, en la poesía de Jesús Cancio... ¿No merece esto algo más que el ninguneo de las instituciones públicas?
También tiene una lengua Revilla según las juventudes de su partido (JRC), que apoyaron la resolución “para el fomento de la lengua cántabra” en el ya desaparecido Consejo de la Juventud de Cantabria.
Y sobre todo, tenemos una realidad lingüística que “merece especial atención en unos tiempos como los actuales, en los que la uniformidad cultural está creciendo a costa de la extinción de formas singulares e irreemplazables de comunicación social”, según cientos de paisanos que firmamos el 'Manifiesto por el Patrimonio Lingüístico Cántabro', solicitando su declaración como Bien de Interés Cultural. Entre ellos varios filólogos, profesores de la Universidad de Cantabria, miembros del Centro de Estudios Montañeses y el propio académico de la RAE por la Comunidad Autónoma, Adolfo López Vaqué.
Siendo así, alguien se preguntará cómo es que ataca, un presidente regionalista, una parte tan importante de la cultura de su tierra. En primer lugar, porque en Cantabria se ha impuesto el modelo que el franquismo denominara “regionalismo sano”, que más que reconstruir la identidad propia, busca entroncar con la del imperio, a ser posible como cuna esencial de éste, y por tanto inseparable.
En segundo lugar, porque Revilla ve en el patrimonio lingüístico cántabro como un bulldozer ve un yacimiento arqueológico. En 2008 señaló como “un motivo más” para ubicar en Comillas el centro de referencia de la enseñanza del español, un “novedoso estudio” que situaba en Valderredible la cuna del castellano. Resultó que el “investigador independiente de la Universidad de Tennessee que había conocido hacía 10 días” era presidente de una peña racinguista y ya había escrito un libro de promoción del Camino de Santiago por el Norte para la Consejería de Cultura del PRC prologado por… nuestro ínclito caudillo autonómico. Pero sobre todo, resultó que el estudio es un camelo indemostrable sin ninguna base científica, que decía apoyarse en la obra de Penny. Interrogado sobre esta cuestión, el catedrático de la Universidad de Oxford señaló que “no hablamos de controversias lingüísticas, sino políticas”.
No contento con encontrarse “casualmente” con estudios que van legitimando todos sus proyectos políticos, atacó entonces el habla popular y tradicional de Comillas, como si viera en él un impedimento en la legitimación de su “proyecto del siglo”: “Aquí se habla con la 'u' y con la 'jota', y en vez de decir ”hacha“, se dice ”jachu“. Es castellano mal hablado”. Efectivamente, a las personas que mejor conservan nuestra habla tradicional se les puede escuchar “jigu” o “jornu”, pero no “jombre” ni “jaciendu”, porque la realidad lingüística cántabra no es fruto de una deformación sistemática del castellano, como se nos ha hecho creer, sino de una evolución propia (más arcaizante) desde el latín, conservando la –u del acusativo-um (pratum->prau) o evolucionando al sonido aspirado la f- inicial (fontis->juenti). Entre otros muchos rasgos léxicos (cajiga, yeldu, asubiar), gramaticales (neutro de materia) y fonéticos (vocalismo, epéntesis…) que lo definen como una lengua, pero ante todo como un patrimonio lingüístico de incalculable valor y merecida protección.
Ya está bien de sacar pecho con una cosa y hacer la contraria, de valorar o destruir nuestra identidad según interés político, partidista y pecuniario. Ahí tiene el patrimonio lingüístico de Cantabria, desamparado por las instituciones autonómicas pero documentado por expertos e instituciones internacionales. Reconózcanlo, como han hecho el resto de territorios donde se hablan modalidades emparentadas: cooficial en Miranda do Douro, Ley de Uso y Promoción en Asturias, objeto de protección específica en la última reforma del Estatuto de Castilla y León…
O siga siendo cómplice necesario en su desaparición, pero deje de insultar la inteligencia de la gente, que una vez más, va por delante de su clase política y se ha organizado en asociaciones que estudian, dignifican y difunden este legado. Y que esta semana, sin ninguna ayuda pública, pone en marcha una nueva edición de los cursos de cántabro, por los que anualmente pasan decenas de alumnos que siempre preguntan por qué en Cantabria las expresiones culturales más difíciles de conocer son las propias.
“Si yo tuviese una lengua en Cantabria la defendería con uñas y dientes”. Lo dijo nuestro político más mediático en El País y lo repitió en La Sexta. Con esa firmeza de como si no se contradijera continuamente que le caracteriza. Pues resulta que la tiene. O mejor, la tenemos, que es un patrimonio de todos. Abandonado institucionalmente y reprobado socialmente, por eso se permite hacer esa afirmación quien readapta su discurso a cada encuesta de opinión. Pero la tenemos, aunque se nos esté yendo 'cumu augua en cestu'.
Así lo han atestiguado diversos estudios de especialistas. Ya en 1906 Menéndez Pidal adscribió Cantabria a la variante oriental de lo que denominó tronco lingüístico leonés. Del mismo modo se han posicionado después autores de reconocimiento internacional como Alonso Zamora o Ralph Penny que, tras estudiar el habla pasiega y el de Tudanca, advirtió del proceso de decaimiento y castellanización que sufrían.