Cantabria Opinión y blogs

Sobre este blog

Santander, una ciudad de cañas

16 de septiembre de 2020 07:00 h

0

¿Quién podía haber previsto que a las primeras noticias sobre el agravamiento de la pandemia la gente iba a reaccionar acumulando papel higiénico? Los estrategas de marketing pagarían lo que fuera por una previsión como esa, pero nadie puede hacerla.

A los distribuidores de libros, como a todo el mundo, les cogió por sorpresa el cambio de hábitos. Durante el confinamiento aumentaron mucho las ventas de títulos sobre actividades: manualidades, cómo cuidar un huerto, dibujos para colorear… La gente pensaba en cosas para hacer mientras estaba encerrada y después, en cuanto le dieran la ocasión. Cosas que podía organizar uno por sí mismo, sin depender de grandes organizaciones, como los espectáculos y deportes.

Otro fenómeno de respuesta a las crisis lo conocemos desde la que sacudió al Imperio Romano en el siglo tercero: abandonar la ciudad por el campo. En el campo se resiste mejor el hambre; puede que no haya la diversidad de oferta del mercado urbano, pero es fácil conseguir alimentos de producción propia.

Quizá ambas cosas confluyan en un fenómeno que venimos observando en Santander: el crecimiento del número de pescadores aficionados, de caña, alrededor de la bahía.

Es una actividad que obliga a buscarse la vida, a aprender. Hay que empatar el anzuelo, colocar mañosamente el cebo, vigilar si la tanza vibra de pronto… Como cualquier afición, ofrece la posibilidad de socializar, de establecer relaciones con otros aficionados. Y la afición se ve frecuentemente recompensada cuando uno rescata de las profundidades una ración de proteínas y vuelve a casa con la cena resuelta.

Siempre existieron pescadores con caña en la bahía, desde luego. Recuerdo observarles macizar, una operación que ha debido caer en desuso: consistía en tirar al agua algo que atrajera grupos de peces a donde estaba el anzuelo echado.

Siempre hubo pescadores en la bahía, pero las posibilidades de obtener piezas codiciadas mejoraron mucho cuando, hace años ya, se desviaron a alta mar los colectores del alcantarillado que vertían en ella. Gracias a eso los raqueros presentes no son únicamente los de bronce: vuelve a verse muchachos dándose gozosos coles desde la machina, sin necesidad de ir a la playa.

Así que ya antes de la pandemia la ciudad disponía cada vez de más cañas de pescar. Dicho de otro modo, los habitantes de Santander hemos encontrado modo de disfrutar de la bahía más que antes, y de manera bastante espontánea.

La actividad con la que suele emparejarse la pesca, pero que es bastante más difícil de practicar sin salir de la ciudad, es la caza. Dice el historiador Carlo Ginzburg que muy probablemente los cazadores inventaran el arte de narrar. La primera narración sería la explicación a unas huellas: por aquí pasó este. La observación de los indicios, y la capacidad de inferir hechos a partir de ellos, sería lo característico del cazador. 

Eso podría explicar que los pescadores tuvieran que inventar, a su vez, el arte de exagerar: de algún modo tenían que hacerse un hueco. Y sus virtudes son otras: un jabalí deja huella de su paso por una cambera húmeda, pero la lubina no deja rastro por más húmedo que sea su camino. Así que las habilidades de los pescadores de caña deben ser diferentes: la pesca gasta astucia y paciencia, virtudes en absoluto desdeñables, en lugar de la capacidad de interpretar indicios.

Igual las limitaciones a los grandes encuentros deportivos van a ser una buena noticia. Igual resulta que la gente recobra la capacidad de divertirse por sí misma, sin esperar a que le organicen la ocupación. Quizá Santander acabe siendo una ciudad astuta, pues, cuando ya está averiada toda la quincalla que compramos para hacernos una smart city. Quizá resultemos más astutos por el lado modesto, popular, que por el de las grandes iniciativas, con gran gasto y muchos titulares de prensa. 

Qué quiere, por lo menos es un pensamiento optimista. Ya veremos qué pasa cuando vuelva el fútbol. Yo apuesto por que vamos a seguir teniendo muchos pescadores.

¿Quién podía haber previsto que a las primeras noticias sobre el agravamiento de la pandemia la gente iba a reaccionar acumulando papel higiénico? Los estrategas de marketing pagarían lo que fuera por una previsión como esa, pero nadie puede hacerla.

A los distribuidores de libros, como a todo el mundo, les cogió por sorpresa el cambio de hábitos. Durante el confinamiento aumentaron mucho las ventas de títulos sobre actividades: manualidades, cómo cuidar un huerto, dibujos para colorear… La gente pensaba en cosas para hacer mientras estaba encerrada y después, en cuanto le dieran la ocasión. Cosas que podía organizar uno por sí mismo, sin depender de grandes organizaciones, como los espectáculos y deportes.