Cantabria Opinión y blogs

Sobre este blog

La selva humana

Refugiados, migrantes forzados, desplazados, solicitantes de asilo… ¿Qué otros sinónimos podemos añadir? Quizá, desdichados o víctimas de conflictos y persecuciones. Y también ahogados. Ahogados en el inmenso dolor que les tocó sufrir y en el mar Mediterráneo, el Mar Mortum al que se echan sin más, empujados por todo lo que supone vivir una guerra a sabiendas que al otro lado, si es que la suerte les sonríe, no se les quitará ese dolor. Por cierto, son más de 14.000 personas que han muerto en el Mediterráneo desde 2014 intentando alcanzar las cosas europeas. Solo un dato, pero hay más. 

Llevamos tiempo hablando de ellos, pues estamos presenciando la mayor crisis humanitaria que somos incapaces de solucionar. Según los últimos datos a los que se hace referencia desde las Naciones Unidas, el año pasado se registró el total de 65,6 millones de refugiados. Un nuevo récord, como reconoció el propio organismo internacional el pasado 20 de junio en el que se celebró el Día del Refugiado. Es el mayor desplazamiento desde la Segunda Guerra Mundial. Y es que desde el comienzo de la crisis, la cifra no paró de aumentar, pero hoy por hoy no parece que tengamos un remedio efectivo para revertir la situación que es mala para ellos y mala para nosotros. Por mucho que miremos para otro lado, es mala, muy mala. Ni siquiera es cuestión de fe –no se trata de creer o no creer. Es un hecho que nos afecta más de lo que nos queremos imaginar–. 

La reflexión que deberíamos hacer es cuál es nuestra percepción del refugiado. Porque así se entiende mejor si tenemos la voluntad de cambiar algo. Los números y más números junto con las estadísticas no consiguen que nos volvamos más racionales. Es más, nos alejan de cualquier entendimiento del problema. No deberíamos olvidarnos de los refugiados, pero, como ilustra una de las viñetas de Forges, parece que ya no existen. ¿Son muchos 65,6 millones de refugiados? Deberían serlo, porque dicho de otro modo, hay 20 refugiados cada minuto que pasa con el agravante de que más de la mitad son menores de edad. ¿Sabemos qué países reciben a los refugiados, además de los europeos? Tampoco somos muy conscientes de la procedencia de los refugiados. ¿Todos vienen de Siria? ¿Y qué hay de Irak, Afganistán, Sudán del Sur o Somalia, citando solo algunos? ¿Crisis olvidadas o invisibles? Muchas preguntas y pocas respuestas claras para tener una comprensión total del desastre que estamos presenciando y de la pasividad que hemos adoptado.

El problema es que hay tal confusión que tenemos sobre el tema que no somos capaces de hacer una clasificación simple del material que nos llega para saber, al menos, quiénes son los “malos” y los “buenos” de la película. Y es que es una película que nos venden en la que la verdad se diluye. Me refiero a la forma de presentar la información, su autoría, los contextos que por momentos se obvian, promesas que no se cumplen y un largo etcétera. Y por si fuera poco, hay una gran saturación pero no de la información que aclara sino de imágenes que siempre son impactantes. Y ante eso no resistimos. Primero nos toca el alma, compadecemos, incluso lloramos y nos enfadamos por la impotencia que sentimos, pero volvemos a lo nuestro, porque es lo que hay. Y, lo peor, nos acostumbramos o nos bloqueamos ante tal atrocidad y como resultado, nos volvemos más sordos e insensibles porque no hay corazón que lo pueda sentir todo con la misma intensidad. Nos deshumanizamos viviendo en condiciones humanas, ¡vaya paradoja!

Para muchos de nosotros el refugiado es una cosa más que existe en nuestra realidad. Siguiendo con el ejercicio de sinónimos, voy a añadir que el refugiado es un producto que aparece en el “mercado” llamando poderosamente nuestra atención al principio y ya no tanto conforme va pasando el tiempo. Sí, lamentablemente, es un producto más que consumimos –posamos con ellos para salir en una foto apelando al sentimiento de solidaridad y hasta ofrecemos disfraces de refugiados y lo llamamos innovación–. Además, ¿no es cierto que el mundo de hoy en día es mucho mejor y más seguro que hace siglos? A la estadística me remito, en concreto, a la comparativa que hace Our World in Data de los aspectos como extrema pobreza, democracia, educación básica, alfabetismo, vacunación y la mortalidad infantil. Efectivamente, viendo los gráficos, se constata que el mundo ha cambiado en los últimos dos siglos para mejor en todos los aspectos. Del 94% que vivían en extrema pobreza hemos pasado al 10%, el 88% de los analfabetos de antes son un 15% de ahora lo que se traduce en el aumento del nivel de educación que pasa del 17% al 86%. Y así con todo. Aparentemente. Porque es lo que tiene la estadística: reduce y simplifica la información para dejar solo el grueso, lo más característico, pero visto desde un solo ángulo sin reparase en estas cositas que no abultan tanto pero existen y en nuestro mundo pluri- y más local que global, tienen mucha relevancia.   

Pero para darse cuenta de ello deberíamos volver a ser más humanos no solo para recordar que los refugiados existen y que son muchísimos, sino para atender sus necesidades más básicas. Ahora. Solo buscan una vida para ser vivida. Y también es ahora.  

Refugiados, migrantes forzados, desplazados, solicitantes de asilo… ¿Qué otros sinónimos podemos añadir? Quizá, desdichados o víctimas de conflictos y persecuciones. Y también ahogados. Ahogados en el inmenso dolor que les tocó sufrir y en el mar Mediterráneo, el Mar Mortum al que se echan sin más, empujados por todo lo que supone vivir una guerra a sabiendas que al otro lado, si es que la suerte les sonríe, no se les quitará ese dolor. Por cierto, son más de 14.000 personas que han muerto en el Mediterráneo desde 2014 intentando alcanzar las cosas europeas. Solo un dato, pero hay más. 

Llevamos tiempo hablando de ellos, pues estamos presenciando la mayor crisis humanitaria que somos incapaces de solucionar. Según los últimos datos a los que se hace referencia desde las Naciones Unidas, el año pasado se registró el total de 65,6 millones de refugiados. Un nuevo récord, como reconoció el propio organismo internacional el pasado 20 de junio en el que se celebró el Día del Refugiado. Es el mayor desplazamiento desde la Segunda Guerra Mundial. Y es que desde el comienzo de la crisis, la cifra no paró de aumentar, pero hoy por hoy no parece que tengamos un remedio efectivo para revertir la situación que es mala para ellos y mala para nosotros. Por mucho que miremos para otro lado, es mala, muy mala. Ni siquiera es cuestión de fe –no se trata de creer o no creer. Es un hecho que nos afecta más de lo que nos queremos imaginar–.