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Tiempos interesantes
Vivimos tiempos convulsos. Estábamos aun saliendo de una pandemia de una magnitud desconocida desde hace más de un siglo -desde la gripe de 1918- cuando llega, de repente, otra calamidad excepcional: una guerra, que en territorio europeo no sufríamos desde la II Guerra Mundial con la excepción, importante, de las guerras de los Balcanes.
La guerra, como la pandemia, además de constituir un enorme desastre humano, está trayendo notorias y repentinas consecuencias económicas. Los precios, impulsados por el coste de la energía, se están disparando. La inflación ha alcanzado, en febrero, el 7,6% interanual en España (en Cantabria, el 7,7%), unos niveles que no se veían desde hace más de 35 años.
La entrada en escena de la inflación es una noticia muy preocupante. Hasta ahora, las políticas económicas en España y, lo que es aún más importante, en Europa, estaban teniendo un carácter expansivo: se estaba tratando de ayudar a la economía a recuperarse del shock ocasionado por la pandemia. Un acierto, reflejo de que sí hemos aprendido algo de los errores con los que se abordó la anterior crisis.
Pero ahora, el escenario puede cambiar. Si la situación de inflación excesiva se prolonga, y si se traslada al conjunto de la economía más allá de los precios de la energía, las políticas podrían cambiar de signo y orientarse a frenar la economía o, al menos, dejar de estimularla, para contener la inflación. Crucemos los dedos para que no aparezca ese escenario, que complicaría mucho el panorama económico y la recuperación.
De momento, ya comienza a haber señales preocupantes: la inflación subyacente (que descuenta del cálculo los productos energéticos y los alimentos no elaborados), muy baja hasta hace pocos meses, ha subido en febrero hasta alcanzar el 3% en España (en Cantabria también se ha situado en el 3%), por encima del umbral del 2% en el que la inflación comienza a preocupar en Europa. Veremos en los próximos meses qué ocurre.
La causa última de estos problemas es la guerra. No obstante, el mecanismo que está actuando como correa de transmisión son los precios de la electricidad, cuyo sistema de fijación está revelando unos problemas que hasta ahora se ignoraban.
Este sistema tiene un funcionamiento que se denomina marginalista. Existe un mercado diario, en el que los precios de la electricidad fluctúan en función de la oferta y la demanda prevista. Cada día, las empresas lanzan sus ofertas para el día siguiente y se realiza una subasta, en la cual primero se tienen en cuenta las ofertas más baratas. Estas son las derivadas de fuentes de energía con bajos costes variables.
Es el caso de la energía nuclear, cuyos costes son fundamentalmente fijos (mantener en funcionamiento una central), mientras que los costes variables de producir un poco más o un poco menos de electricidad una vez la central está en funcionamiento son relativamente bajos; en consecuencia, una unidad de electricidad producida de esta forma puede venderse también a un precio bajo.
Algo similar ocurre con las energías renovables, que también cubren, con precios bajos, los primeros tramos de la subasta. La subasta se completa, hasta que se cubre toda la demanda prevista, con las ofertas más caras. Estas proceden de fuentes de energía con mayores costes variables (esto es, para las que producir una unidad adicional sí repercute notoriamente en el coste), como son el gas y el carbón.
La clave del sistema radica en que el precio de la electricidad lo marca el precio marginal: el precio de la oferta más cara que entra dentro de la subasta. Esto es, el precio de la fuente de energía más cara que entra en el sistema se aplica no solo a ella, sino al conjunto de la electricidad del día. Es un funcionamiento que no es exclusivo de España, sino que es similar al de los demás países europeos.
Sin embargo, en las actuales circunstancias, se está revelando como muy problemático: el gas, en la mayor parte de los países de Europa, tiene una fuerte dependencia de las importaciones procedentes de Rusia, con lo cual su precio está sufriendo una enorme subida. Al ser esta la fuente de energía más cara acaba siendo, también, debido al sistema de fijación de precios marginalista, la que determina el precio de toda la electricidad.
Urgen soluciones. Urgen, para que la economía no afronte una espiral inflacionista que acabe poniendo en grave peligro la recuperación. Urgen también para los consumidores domésticos, los hogares, que comienzan a sufrir las consecuencias de un desorbitado aumento de los precios de la energía.
El ahorro de energía ha de ser una práctica imperiosa, no ya por esta crisis, sino por un problema más de fondo: el cambio climático y la necesidad de reducir nuestras emisiones de los gases que lo generan. Sin embargo, el ahorro energético en los hogares tiene sus límites, especialmente a corto plazo, y no se puede olvidar que se trata de productos básicos: la electricidad, y la calefacción son indispensables para las necesidades vitales; pero, con estos precios, las personas con un bajo nivel de renta tendrán graves dificultades para pagar la electricidad y la calefacción que necesitarían.
Es imprescindible que lleguen pronto soluciones. Para eso ha de servir la política económica. Y, aunque no dependa de la política económica (o no del todo, ya que también influye), es vital que pare también pronto la guerra y el drama humano que supone
Y urgen soluciones, asimismo, para los sectores económicos más sensibles a los precios de la energía. Y, dentro de ellos, muy particularmente, para un sector de especial importancia para la economía de Cantabria: la industria electrointensiva.
Se denomina industria electrointensiva a aquella industria para la que los costes de la energía suponen un porcentaje elevado de los costes totales de producción, que puede ser muy superior, por ejemplo, al coste de la mano de obra. Es el caso de ramas de la industria básica, tales como la siderurgia, la industria química y la metalurgia, que en Cantabria continúan teniendo un peso muy relevante en el tejido productivo y en el empleo.
Según los datos de la patronal de la industria electrointensiva, el precio al que pagaron la electricidad en el mercado diario osciló en torno a los 40-50 euros el MWh entre 2014 y 2019, mientras que habría subido por encima de los 200 euros/MWh actualmente, y podría situarse en torno a los 400 en los próximos trimestres, de acuerdo a la cotización del mercado de futuros.
Mientras la industria electrointensiva haya podido comprar la energía anticipadamente, sin acudir al mercado diario, habrá esquivado el problema. Sin embargo, a medida que dichos contratos se agotan, y la industria tiene que recurrir al mercado diario, el problema eclosiona. No ya solo por el elevado precio, que repercutirá enormemente en sus costes y, con ello, en su rentabilidad, sino también por la incertidumbre: no es solo que la industria tendrá que pagar un precio caro por la energía que necesita, sino que desconoce hasta qué punto ese precio se puede disparar la próxima semana.
En esa situación, muchas fábricas comienzan a optar por parar temporalmente la producción. La preocupación y el miedo por su futuro se extienden entre los trabajadores, y entre los habitantes de las comarcas cuyo tejido productivo depende fuertemente de estas industrias.
Es imprescindible que lleguen pronto soluciones. Para eso ha de servir la política económica. Y, aunque no dependa de la política económica (o no del todo, ya que también tiene su influencia), es vital que pare también pronto la guerra y el drama humano que supone. “Ojalá vivas tiempos interesantes”, dice una maldición inglesa que algunos atribuyen, por lo visto sin un fundamento probado, a un origen chino. Vivimos tiempos interesantes, sí. Apasionantes para estudiarlos en un futuro. Pero ya nos merecemos un poco de tranquilidad, ¿no?
Vivimos tiempos convulsos. Estábamos aun saliendo de una pandemia de una magnitud desconocida desde hace más de un siglo -desde la gripe de 1918- cuando llega, de repente, otra calamidad excepcional: una guerra, que en territorio europeo no sufríamos desde la II Guerra Mundial con la excepción, importante, de las guerras de los Balcanes.
La guerra, como la pandemia, además de constituir un enorme desastre humano, está trayendo notorias y repentinas consecuencias económicas. Los precios, impulsados por el coste de la energía, se están disparando. La inflación ha alcanzado, en febrero, el 7,6% interanual en España (en Cantabria, el 7,7%), unos niveles que no se veían desde hace más de 35 años.