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Tintín y el tesoro del San José

Cuando el pasado viernes el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, anunció que la armada de su país había encontrado el galeón San José, me alegré, pero no pude evitar recordar con nostalgia aquella aventura de Tintín buscando un tesoro hundido.

Supongo que padezco el síndrome de Peter Pan, pero viendo las fotos del pecio, casi escucho los pasos de Tintín y los gritos del capitán Haddock, mientras liquida una última botella de Loch Lomond, antes de juntar los tres pergaminos entre los muros de Moulinsart.

Hasta cierto punto, el San José y el Unicornio siguen rumbos paralelos. Nada menos que Gabriel García Márquez menciona el galeón en boca de Florentino Ariza, uno de sus personajes en 'El amor en tiempos de cólera', mientras que el inigualable Georges Remi -más conocido por Hergé- imaginó al Unicornio en 'El tesoro de Rackham el Rojo'. Embárquense conmigo unos minutos e intentemos encontrar en estas líneas algunas otras coincidencias entre ambas historias...

El Unicornio estaba al mando del caballero francés Francisco de Hadoque y partió de Santo Domingo, cargado de tesoros, rumbo a Europa. Por su parte, el San José era gobernado por José Fernández de Santillán, conde de Casa Alegre, y, según la leyenda, estibó en Portobello más de diez millones de monedas de ocho escudos en oro y plata, valorados en 105 millones de reales de la época, entre 2.000 y 5.000 millones de dólares actuales.

Cuando el Unicornio arribó a las aguas de una misteriosa isla marcada en los pergaminos por una cruz y el águila de Patmos, fue atacado por un sanguinario pirata conocido como Rackham el Rojo. Aunque el caballero Hadoque dio muerte a Rackham tras singular combate, el buque estalló y se hundió en aguas cálidas infestadas de tiburones.

El San José partió de Portobello fuertemente defendido por una flota de dieciséis navíos, pero los espías del comodoro inglés Charles Wager le avisaron del plan de navegación, lo que le permitió preparar una emboscada en Barú, a treinta millas de Cartagena de Indias. Mientras los dos buques mejor armados de ambas flotas, el San Joaquín y el Kingston, se enfrentaban entre sí, Wagner, al mando del Expedition, atacó al navío que transportaba los tesoros del rey Felipe V. Tras casi dos horas de intenso cañoneo entre ambos barcos, el San José explotó y se hundió sin dejar apenas supervivientes.

Tintín y el capitán Haddock conocían la historia del Unicornio y sus fabulosos tesoros, así que armaron el buque Sirius para buscar el pecio según las coordenadas que encontraron siguiendo las pistas del testamento del caballero Hadoque. Después de innumerables aventuras, Tintín localizó los restos del barco gracias a un submarino de bolsillo diseñado por el profesor Tornasol.

Una empresa  norteamericana de cazatesoros, la Sea Search Armada litigó contra el Gobierno de Colombia, después de que éste declarase negarse a compartir el cargamento del galeón con quien quiera que lo encontrase. En 2011, un tribunal norteamericano declaró el galeón propiedad del Ejecutivo colombiano. El Gobierno español, por su parte, ya ha solicitado “información” sobre el buque hundido a su homólogo colombiano, que es exactamente lo que yo solicitaría si fuera abogado y quisiera tocarle las narices a alguien.

Y el pasado viernes, el presidente de Colombia anunciaba en Twitter que el navío de la armada colombiana Malpelo había encontrado el pecio, identificándolo por la talla de unos delfines sobre pesados cañones antiguos. También Tintín reconoció al Unicornio por una talla de este animal mitológico en el mascarón de proa.

Me imagino que, a partir de ahora el tema quedará en manos de los arqueólogos y, sobre todo, de los letrados, pero no me negarán que a veces la realidad es tan bonita que, casi, casi, se parece a la ficción. No sé a ustedes, pero a mí la historia del San José me ha rejuvenecido casi cuarenta años.

Cuando el pasado viernes el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, anunció que la armada de su país había encontrado el galeón San José, me alegré, pero no pude evitar recordar con nostalgia aquella aventura de Tintín buscando un tesoro hundido.

Supongo que padezco el síndrome de Peter Pan, pero viendo las fotos del pecio, casi escucho los pasos de Tintín y los gritos del capitán Haddock, mientras liquida una última botella de Loch Lomond, antes de juntar los tres pergaminos entre los muros de Moulinsart.