Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Tonto
Riiiiiing, riiiiiing y riiiiiiing.
Suena el despertador. Son las 7:00 de la mañana. Arrío mis párpados con la ayuda de una tenue luz que entra por mi ventana. Me levanto pausadamente una vez más y consigo llegar a la ducha sin tirar nada al suelo. Un pequeño éxito tras una larga lista de fracasos.
Me seco, desayuno y salgo de casa.
En el mismo umbral de mi puerta, me encuentro con el presidente de la escalera y con el portero; ambos están insultantemente sonrientes. Me miran mientras comienza a sonar algo parecido a lo que las brass bands hacen en Nueva Orleans. Al parecer, por los folletos que está distribuyendo la primera dama de la Comunidad, asisto (sin querer) a la inauguración de un ascensor.
- Sí, sí, lo que habéis oído.
Mordiéndome el labio inferior y poniendo involuntariamente la cara del fantasma de las Navidades pasadas, intento utilizar dicho ascensor para llegar a la calle. Sin embargo, no puedo; le faltan el panel de mandos y el correspondiente espejo.
- Hoy lo inauguramos pero no lo pondremos en funcionamiento hasta el mes que viene -me dice el odioso hijo del administrador al tiempo que me ofrece unos pralinés belgas.
Consigo mimetizarme con el olvido de los personajes secundarios prescindibles y desciendo molto allegro por entre la semioscuridad de la escalera. Al llegar al mundo exterior, me derrumbo; descubro que estoy cercado por un numeroso grupo de gente y por unas obras de quita y pon. Voy desarmado, no sé si voy a poder escapar.
Para conseguirlo, intento pasar desapercibido, como antes… sólo respiro.
Observo detenidamente todo lo que está sucediendo; las obras se reducen al cambio de media docena de baldosas que no estaban ni rotas y al exterminio selectivo de dos árboles que me han visto crecer. Toda la calle cortada para eso. A pesar de la ridiculez de la innecesaria actuación, hay un concejal haciéndose unas fotos con el recién instalado equipamiento.
Consigo huir por entre una señora con las bolsas de la compra y un obrero al que nadie mira. Vuelvo a pensar que soy libre y me vuelvo a equivocar. Doscientos metros más tarde, veo una rotonda en la que están inaugurando una estatua horrible que ha costado cien veces más que el valor que tendría en el universo generoso de las obras mal hechas. Hay varios políticos de tres administraciones diferentes sacándose fotos y sonriendo más allá del tiempo y del espacio. Sus equipos de prensa se pegan entre ellos para ver quién es el elegido para reinar desde el centro de la instantánea.
Bajo la cabeza y sigo avanzando por entre una jungla de sonrisas profident y de lamentables e insinceros discursos de noche de ligoteo a la luz de una botella de ginebra barata. No me atrevo ni a respirar.
- ¡Que no me vean!
Inauguraciones absurdas, sonrisas voladoras, promesas a incumplir… si no supiera lo que está pasando, podría pensar que sigo soñando o que soy el protagonista adolescente de una mala película de terror americana o que he sido empujado por fuerzas desconocidas hacia el dulce universo de un anuncio de compresas.
Tres horas más tarde…
Es la hora del café. Me dirijo al bar de debajo de la oficina para tomar un cortado y para poder leer el periódico. Leo. Me sujeto los ojos. Leo. Como los bancos, no doy crédito. Y no lo doy porque al recorrer las páginas del tabloide me choco con un alcalde inaugurando una papelera, con el presidente del Gobierno en un hospital sin acabar, con un consejero visitando un sindicato, con un director general salvando a un perro, con cheques bebé para los ancianos, con un parque que es remodelado por tercera vez en menos de una década, con la promesa de reducción de un IVA que previamente han subido, con unicornios de algodón para los niños y hasta con una rebaja fiscal para los autónomos.
- ¡Imposible!
- Créetelo. Todo ahí metido para nosotros. Todo pagado por nosotros. Todo inaugurado o anunciado deprisa, a última hora…
- ¿Para nosotros?
- Sí, para nosotros… para esos a los que nos han dicho que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades, esos que tenemos que apretarnos el cinturón por el despilfarro de otros, esos que necesitamos que nos tutelen y que nos recorten nuestras libertades por nuestro “bien”. Esos…
- No puede ser.
- Es.
Deprimido y agotado, pago mi café y me encierro en el cuarto de baño. Me miro al espejo. ¡No lo encuentro! Busco en los confines de mi frente, busco detrás de las ojeras, alrededor del cuello… en la cúpula del paladar... busco.
- ¿Qué buscas?
- Es evidente; busco la palabra “tonto”.
- ¿Tonto? ¿Por?
- Porque cada vez que llega una campaña electoral, me siento como si un montón de gente sonriente y con más cara que espalda me tratase por uno.
Riiiiiing, riiiiiing y riiiiiiing.
Suena el despertador. Son las 7:00 de la mañana. Arrío mis párpados con la ayuda de una tenue luz que entra por mi ventana. Me levanto pausadamente una vez más y consigo llegar a la ducha sin tirar nada al suelo. Un pequeño éxito tras una larga lista de fracasos.