Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El voto de la rabia, los ultras, el futuro
Cantabria no se ha comportado de forma diferente en estas elecciones. Los partidos tradicionales harán lecturas victoriosas y Unidas Podemos y Ciudadanos buscarán una alfombra bajo la cuál esconderse. Pero la única lectura posible es la del fracaso colectivo de los supuestos partidos demócratas y la de la ceguera social provocada por el deslumbramiento por exceso de tele y redes.
La irrupción de Vox en Cantabria, con uno de los cinco diputados posibles, y el golpe en la mesa del parlamento con algo más de medio centenar de escaños es un drama para un país que sufrió cuarenta años una dictadura que es de la que bebe ideológicamente –y estéticamente- el partido ultra. La ciudadanía cántabra es hija de la guerra del 36, del exterminio posterior y del miedo cerval que durante cuatro décadas nos convirtió en una sociedad mayoritariamente temerosa y ‘necesitada’ de líderes fuertes que marquen la ruta.
La gente ha votado con rabia, pero no con una rabia natural, sino con una rabia inducida. El éxito de Vox en Cantabria y en el resto del país no es achacable a la abstención o a la mítica división de las izquierdas. A Vox le ha regalado los escaños un ‘holding constitucionalista’ en el que han participado los medios de comunicación, los políticos, los empresarios y los opinadores que han agitado el fuego de Cataluña, el nacionalismo español para menores de edad, o los mitos xenófobos que relacionan la migración con una precariedad económica que, en realidad ha sido provocada por nuestros políticos, por nuestras empresas y por nuestra dependencia enfermiza del turismo.
Durante las últimas semanas se ha normalizado de forma irresponsable el discurso franquista de Vox mientras se demonizaba la política. Pues ya está, los ultras que comenzaron hace poco a salir del armario han sido aupados gracias al ‘holding constitucionalista’ y al irresponsable cálculo electoral del presidente en funciones y de algunos técnicos en el engañoso arte del marketing electoral.
El futuro va a ser duro. Al menos, el futuro inmediato. Da igual si el PSOE logra formar Gobierno, la ultraderecha va a provechar al máximo el espacio que le han regalado. Su trinchera política principal va a ser el Tribunal Constitucional y la andanada de ataques a las libertades colectivas e individuales va a ser brutal. Nos toca cerrar la brecha.
No creo que sean los partidos que se miran el ombligo los que logren hacerlo. Le toca a la sociedad pensante, a la que rehúye el hooliganismo y los eslóganes facilongos, poner diques a la expansión aceitosa y casposa de Vox. Es difícil comparar a España con otros países, porque nuestra historia del siglo XX no es similar a la de casi ningún país vecino. Esperemos que a Vox le pase lo que le ocurrió a Amanecer Dorado en Grecia, que pasó de ser la tercera fuerza del país en 2014 a desaparecer parlamentariamente en 2019. Pero eso es impredecible en este momento. Mientras, esperemos que la sociedad civil organizada, democrática y defensora de la vida y la convivencia, entienda la responsabilidad histórica a la que se enfrenta y encuentre rutas innovadoras y creativas para contener este totalitarismo ideológico, moral y estético.
En Cantabria, los partidos tradicionales no entendieron el contexto. El PSOE y el PP se lanzaron contra el PRC; el PRC optó por lo instrumental [consigamos cosas en Madrid]; Unidas Podemos seguía en su particular pulso con el PSOE, y, mientras, mientras, Vox se iba colando en la fiesta. ¿Alguien tomará nota? No creo… la normalización de la presencia de los ultraderechistas en ayuntamientos -como el de Santander- evidencia que hay una capacidad de “convivir” con el totalitarismo tan absurda como peligrosa. ¿Alguien entenderá que tenemos un enemigo –no un adversario- común como sociedad? La democracia y la libertad de expresión ya deberían haber aprendido con lo sucedido en Alemania en el siglo XX que los totalitarios entran por las urnas y después las queman. La rabia inducida y absurda de esta sociedad -precarizada también moralmente- es un poderoso combustible para esa hoguera.
Cantabria no se ha comportado de forma diferente en estas elecciones. Los partidos tradicionales harán lecturas victoriosas y Unidas Podemos y Ciudadanos buscarán una alfombra bajo la cuál esconderse. Pero la única lectura posible es la del fracaso colectivo de los supuestos partidos demócratas y la de la ceguera social provocada por el deslumbramiento por exceso de tele y redes.
La irrupción de Vox en Cantabria, con uno de los cinco diputados posibles, y el golpe en la mesa del parlamento con algo más de medio centenar de escaños es un drama para un país que sufrió cuarenta años una dictadura que es de la que bebe ideológicamente –y estéticamente- el partido ultra. La ciudadanía cántabra es hija de la guerra del 36, del exterminio posterior y del miedo cerval que durante cuatro décadas nos convirtió en una sociedad mayoritariamente temerosa y ‘necesitada’ de líderes fuertes que marquen la ruta.