De Cantabria a Mauthausen: el viaje sin retorno de un panadero que arriesgó su vida por lealtad a sus ideales republicanos

En el año en el que se ha cumplido el 75 aniversario de la liberación del campo de concentración nazi Mauthausen-Gusen, Fernando Rodríguez Estalayo ha conseguido terminar de reconstruir la historia de su tío Victoriano Estalayo, uno de los 10.000 republicanos españoles víctimas de aquella barbarie. Y es que este sociólogo de 71 años ya jubilado decidió hace tres años iniciar por su cuenta una investigación sobre la vida de su tío, panadero de oficio nacido en el pueblo campurriano de Las Rozas de Valdearroyo en 1913.

Para Rodríguez, su motivación para llevar a cabo este trabajo fue, tal y como afirma en conversación con eldiario.es, “una obligación moral como un acto de recuperación de la memoria de quienes defendieron la libertad y los valores democráticos”.

Y es que Victoriano Estalayo fue deportado al tristemente famoso campo de concentración nazi en Austria, del que no volvió. Acabó allí tras haber arriesgado su vida por ser leal a sus ideales republicanos en España, incluso cuando fue capturado por las tropas franquistas mientras combatía en el Ejército Republicano del Norte.

La última vez que un familiar vio con vida a Victoriano fue su hermana Herminia “de casualidad”. Rodríguez narra cómo Herminia, su madre, se encontró con su hermano en la estación después de dar a luz a su hija pequeña, cuando se disponía a coger un tren que le llevara a Reinosa el día 1 de mayo de 1937.

En esa misma estación de Santander y a esa hora, un batallón del ejército republicano esperaba para tomar otro tren que les llevaría al frente de combate,  entre los que se encontraba Victoriano después de haber sido herido y recuperado en el hospital de Asturias.

El encuentro casual entre los dos hermanos, según resalta Rodríguez, fue recordado por Herminia “con una gran carga de emotividad describiendo detalles muy concretos como el uniforme que llevaba y la manta atada en bandolera con la que iba pertrechado”. “Nunca más se vieron”, subraya, remarcando que a su madre le sirvió de consuelo la fotografía de su hermano que siempre tenía en la mesilla de noche y “a la que desgastó a besos”.

Victoriano fue capturado por las tropas sublevadas tras la caída de Santander en agosto de 1937 y fue destinado a León en un batallón de trabajadores, desde donde fue trasladado posteriormente a Lérida. En esta ciudad catalana, el joven prisionero trabajó ejerciendo su oficio de panadero y fue en ese momento cuando llevó a cabo un acto de valentía que cambió completamente el curso de su vida y que, a la postre, supuso el peor desenlace para él.

Victoriano escribió una carta a su familia, misiva que Rodríguez conserva, asegurando que se encontraba bien y que pronto se reencontrarían. “Transmite sensación de tranquilidad, pero se puede leer entre líneas que estaba preparando su huida”, afirma su sobrino, quien remarca que no podía ponerlo explícitamente puesto que por “la censura de la época la carta no se hubiese enviado”.

Fuga

Y así fue. El joven panadero decidió escaparse y cruzar las líneas enemigas para entregarse a las fuerzas republicanas en el sector del río Segre, para lo cual tuvo que vadear el río “con el agua a la cintura” a las cinco de la mañana del 7 de julio de 1938, acompañado en su aventura por el legionario Juan Goñi Pueyo, natural de Estella (Navarra) y por otro compañero de batallón, el también panadero Juan María Múgica, este último natural de Cestona (Guipúzcoa) y militante del PNV.

Tal y como remarca Rodríguez, por los detalles de la carta enviada a su familia el 29 de junio de 1938 desde Lérida, este paso al bando republicano estaba planificado “por motivos ideológicos” ya que, según manifiesta, “su situación personal como panadero no es angustiosa”.

“Habla de regalos para los más pequeños de la familia que pronto piensa entregarles y su aspecto físico en la fotografía es excelente”, apunta su tío. “Sus ideales políticos y sociales, una vez más, le llevan a dar un paso decisivo para su vida presente y futura: pasarse, atravesando la línea de combate, a las tropas leales de la República de España”, incide.

Victoriano participó en la encarnizada batalla del Segre hasta que la resistencia republicana cayó a principios de 1939 y tuvo que exiliarse a Francia huyendo de la represión franquista. Una vez allí fue retenido en diversos campos de concentración hasta que fue capturado por los soldados de la Wehrmacht durante la batalla de Dunkerque en mayo de 1940, y fue trasladado al campo de prisioneros o Stalag XII-D de la localidad germana de Trier, donde se le consideró como “prisionero de guerra sin aplicarle la Convención de Ginebra”.

El paso por este Stalag duró poco, según señala Rodríguez, ya que Victoriano entró en el campo de concentración de Mauthausen el 28 de junio de 1941, siendo registrado con el número de matrícula de prisionero 5.160, y donde “comenzó a gestarse una trágica historia que no tendría un final feliz”.

“Conseguí recibir de Estados Unidos 34 fichas sobre mi tío sin ningún coste económico que para mí fueron oro molido”, subraya sobre la aportación que obtuvo de la organización americana sobre la memoria histórica del Holocausto.

Final trágico en Mauthausen

Una vez allí, como al resto de españoles, los soldados y comandantes de la SS expusieron a los prisioneros cuál sería su cruda realidad: “España no os quiere; os ha arrebatado la nacionalidad, la razón de ser. Nadie saldrá vivo de aquí; estáis condenados a muerte sin juicio previo, entraréis por la puerta y saldréis por la chimenea”.

Así pues, la solidaridad y el compañerismo entre presos para tratar de salvar el mayor número de vidas posible fue clave, y esta solidaridad fue lo que terminó por condenar a Victoriano. Y es que él era un 'privilegiado' dentro del campo de Mauthausen, puesto que trabajaba como panadero de manera que “alimentos y calor no le faltaban”.

“Al tratar de ayudar a sus compatriotas con pequeñas cantidades de pan, previamente escondidas, fue sorprendido por los 'kapos' y condenado a la dura cantera de exterminio de Gusen (nº prisionero 14.617)”, expone Rodríguez.

Y es que allí murieron la mayor parte de deportados españoles, pues estaba considerado como “el matadero” de Mauthausen, realizando trabajos inhumanos, picando, tallando y cargando con piedras durante doce horas, a lo que había que sumar los golpes y las torturas a las que se veían sometidos.

“Los SS utilizaban la cantera como lugar de entretenimiento en el que martirizar y asesinar a los prisioneros de las formas más imaginativas”, sostiene Rodríguez, señalando que su tío murió víctima de estas prácticas el 30 de noviembre de 1941 a los 28 años de edad.

Este sociólogo jubilado ha conseguido hilvanar la historia de su tío en un borrador de 250 páginas que pretende publicar en algún momento. “Dentro de mis posibilidades”, reconoce, haciendo especial énfasis en la necesidad de que este tipo de historias se den a conocer para “crear conciencia de que esto no se puede volver a repetir”. “No fue hace tanto y ha dejado mucho dolor en el mundo”, concluye.