Tras más de siete horas de viaje en avión, una decena de niños bielorrusos, de la zona de Chernobyl, llegaron al aeropuerto de Bilbao para pasar las navidades, y permanecer hasta el 17 de enero con familias de la localidad de Castro Urdiales. El trayecto comenzó en Minsk, parando en Frankfurt y posteriormente pasar por la capital vizcaína antes de llegar al municipio cántabro.
La iniciativa, llevada a cabo por la Asociación de Acogida de Niños y Niñas Bielorrusos de Castro (ACOBI Castro), comenzó a finales de 2015 y recibió a los primeros jóvenes en verano de 2016. El crecimiento de la plataforma ha sido “espectacular”, dicen desde la asociación. Al principio, eran tres las familias que fundaron el movimiento, que ya llevaba activo en Vizcaya más de dos décadas, y ahora está compuesto por 13 grupos de padres y madres.
En un principio, Mireia Marcaida junto a otras dos familias más decidieron expandir la asociación a Castro Urdiales. De esta manera fundaron ACOBI Castro, donde personas de la zona, interesadas en colaborar y acoger a niños que muchas veces venían de familias desestructuradas, pudieran tener mayor facilidad para participar en el proyecto.
En la primera llegada, en verano de 2016, vinieron a Cantabria ocho menores; un año más tarde esa cifra casi se duplicó cuando, en el mismo periodo, llegaron 15 niños y niñas que provienen de un área muy degradada, tras el accidente nuclear ocurrido en los años 80 y que supuso uno de los mayores desastres medioambientales del planeta.
Experiencias personales
En el caso de Mireia Marcaida comenzó como un “voy a probar” porque no tenía hijos y quería conocer un poco la experiencia de relacionarse con niños. Tan bueno fue aquel primer intento que decidió repetir acogiendo no a una sino a dos niñas. “A día de hoy son como mi familia, son como mis hijas”, confiesa Marcaida emocionada y añade que es muy gratificante contemplar cómo “recibes más de lo que les das”.
Por su parte, Leyre Ramos y Rafael Ruiz son marido y mujer y cuentan que implicarse en el proyecto fue muy rápido y sencillo. Les realizaron una entrevista personal, visitaron su casa para comprobar dónde vivían y, después de una segunda entrevista, en verano de 2017 fueron a recoger a Sascha al aeropuerto por primera vez.
La mayoría de los niños que vienen a Castro proceden de zonas muy degradadas, afectadas por el desastre nuclear de Chernobyl, y de familias muy desestructuradas: problemas con el alcohol, graves dificultades financieras… y también de orfanatos. “Vienen de situaciones difíciles, tanto emocionales como económicas”, aclara Marcaida. También relata cómo estos niños, en ocasiones, con cosas muy simples “son felices”. “Aquí mucha veces tenemos demasiado consumismo e igual no somos tan felices como ellos”, opina.
En estas navidades, Sascha volverá a pasar un mes con Rafael y Leyre, esta vez para celebrar las fiestas. La niña proviene de una familia tradicional, su padre trabaja largos periodos lejos de casa y su sueldo ronda, al cambio, los 100 euros. En esta línea, Ruiz destaca la difícil situación en la que vive en su país natal.
Las condiciones sanitarias y económicas “son muy precarias” y, por otro lado, están los alimentos a los que tienen acceso. La familia de Sascha no cuenta con muchos recursos así que, como otras familias, tienen que cultivar su propia comida. Al vivir en zonas cercanas a Chernobyl, la tierra de donde salen estos alimentos se encuentra inevitablemente contaminada.
Desde ACOBI Castro comentan que no pueden decir que “el 100% de las veces salga bien una acogida”, porque precisamente son las complicadas situaciones, que a menudo han vivido estos niños en su país, las que pueden dificultar su integración en un periodo de tiempo tan reducido.
Apoyo externo
Marcaida habla muy bien de los apoyos que han recibido desde que comenzó la iniciativa: el Ayuntamiento les cedió espacio público para la realización de una fiesta, la presencia de un mago y un grupo de música de Laredo que acudieron de manera gratuita… “Siempre que necesitamos colaboración, la encontramos”, cuenta.
Tanto la Asociación, como Rafael y Leyre, destacan toda la ayuda que reciben de compañeros, familiares y amigos. Sascha llegó a Castro con la maleta casi vacía y volvió a su casa repleta de ropa para hacer frente al crudo invierno de Europa del este. “Pasan de 30 grados en verano a -30 en invierno”, cuenta Leyre Ramos.
La pareja invita a todo el mundo a participar en esta iniciativa que puede ayudar a muchos niños a pasar algunos meses alejados de un ambiente tan contaminado. El coste de mantener la estancia de uno de estos niños “es muy bajo”, alrededor de 200 euros. “ACOBI ayuda, sufraga muchos costes y parte del billete”, cuentan, destacando que es muy importante que la gente participe. “Estos niños lo que quieren es cariño”, finaliza Ramos.