Carmen Ibáñez entró hace cinco años a un quirófano por un problema en la espalda, no era la primera vez que le operaban en esa zona, pero en esta ocasión todo se complicó. Fueron casi once horas de operación. Mientras esperaba a su familia varios médicos acudieron a su habitación para explicarle que iba a ser trasladada a Toledo, a un centro especial de rehabilitación.
Tenía 42 años. “Yo solo pude preguntarles cuánto iba a durar mi estancia en Toledo, porque tenía un hijo de seis años”. Carmen no pudo permitirse “el lujo de llorar” porque había más gente que dependía de ella. Comenta que fue al nuevo hospital con la esperanza de volver a andar, “pero a los dos meses ya vi que no…”.
Para Carmen, al igual que el resto de personas quen han de desplazarse en silla de ruedas, el mayor problema es la accesibilidad. O más bien la falta de ella. “No puedo hacer con mi hijo lo mismo que otras madres”, lamenta. Y es que para muchas actividades de diferentes ámbitos de la vida “siempre dependes de alguien”.
“He aprendido a ir a un supermercado por mi cuenta, pero tengo que hacer un camino más largo porque no está nada adaptado”, prosigue relatando. No es ella quien ha elegido el supermercado sino el supermercado el que le ha elegido a ella, ya que “muy pocos están habilitados” para personas con movilidad reducida. Los restaurantes son otra odisea: “Necesito uno que tenga un baño adaptado, porque en uno normal la silla no cabe”.
La accesibilidad es un tema que se lleva reivindicando desde los colectivos de discapacitados desde hace mucho tiempo. A principios de noviembre COCEMFE Cantabria reunió a decenas de personas para clamar por sus necesidades. “La existencia de barreras es una realidad que vulnera nuestros derechos”, dijeron en aquella convocatoria.
El cambio de vida que supuso la operación le ha llevado ver la vida de otra manera. Ahora lo pasa mal en las situaciones donde hay mucha gente: “Lo ves desde abajo y es muy agobiante”. Por ejemplo, para ir a la playa también necesita ayuda. “Si te digo la verdad el entorno no está hecho para nosotros”. Igualmente cuenta cómo, según ella, le ve la gente desde fuera: “Muchos se quedan mirando, algunos se acercan a preguntarte qué te ha pasado, otros te miran con pena…”.
Pero no todo son barreras arquitectónicas. Carmen Ibáñez también lamenta la falta de empatía de mucha gente y pone como ejemplo su urbanización, donde ha tenido que pelear duramente para la instalación de una rampa de acceso. En esta misma línea, se queja de la ligereza con la que se otorgan las tarjetas azules, que permiten aparcar en sitios especialmente reservados para discapacitados, y critica que son muchas las personas que las usan cuando en realidad no tienen ningún problema de movilidad.
El lenguaje de signos, un idioma
El pasado domingo 3 de diciembre se celebró el Día Internacional de las Personas con Discapacidad. La conmemoración de esta fecha se remonta a 25 años atrás, cuando la ONU aprobó una resolución a favor de crear un día para ellos. El objetivo es promover los derechos y el bienestar de las personas con discapacidades en todos los ámbitos de la sociedad y el desarrollo, así como concienciar sobre su situación en todos los aspectos de la vida: social, política, económica y culturalmente hablando.
Teniendo en cuenta los datos ofrecidos por el Instituto Cántabro de Estadística (ICANE), en Cantabria hay un total de 26.900 personas registradas con discapacidad. De estas personas, 9.100 contaban con empleo, mientras que 17.800 son inactivas. Esto, traducido a porcentajes, supone que un 66,17% se mantienen inactivos y el 33,83% activos.
Ángel Puente es sordo de nacimiento. Cuenta que sus barreras a la hora de comunicarse se extienden a toda una serie de actividades que para los demás pueden resultar cotidianas: “Yo necesito intérprete para ir al banco, al médico… Cualquier gestión”, relata.
Considera que días como el 3 de diciembre deben utilizarse para reivindicar sus peticiones: televisión con subtítulos obligatoria o la adaptación a sus necesidades de los servicios y la administración pública (hospitales, ayuntamientos…) a través de la contratación de intérpretes. “Nosotros tenemos derecho a poder expresarnos en nuestro idioma, el lenguaje de signos debe ser reconocido como tal”, pide.
Una lucha constante
Juan Carlos Castillo lleva desde los cinco meses de edad con sordera por una posible alergia a la penicilina, según le dijeron los médicos. Esto se traduce en una discapacidad de tipo sensorial del 66%. Una de sus principales quejas es que en el tema del empleo “hace falta mucha sensibilización por parte de los empresarios”.
“Nosotros los discapacitados exigimos los mismos derechos de trabajo que las demás personas del mundo, queremos accesibilidad en los lugares tanto fuera como dentro, hacernos más fácil la vida y sentirnos cómodos como el resto del mundo”, exige. En referencia al Día Internacional de la Persona Discapacitada, Castillo aboga por una lucha constante “todos los días”, no solo un día al año.