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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

“Siempre tenemos que estar demostrando que podemos”

A Sara Crespo (Santander, 1978) no le gusta la palabra “minusvalía”. Padece el síndrome de Usher, un trastorno genético que causa sordera desde el nacimiento y un deterioro progresivo de la visión, pero no se considera una persona “menos válida” que las demás, como en su opinión sugiere un término que poco a poco va quedando relegado al “ámbito burocrático”. “A nivel social se emplea más las expresión diversidad funcional, que es la más adecuada”, explica. “Para ciertas tareas tengo mis limitaciones”, reconoce, y acto seguido aclara: “Aunque si lo pensamos bien, todos tenemos nuestras limitaciones”.

Sara explica que convivir con una enfermedad como el síndrome de Usher es duro, sobre todo en la fase de aceptación, en la que todavía se considera inmersa en estos momentos. “Todos tenemos nuestros mecanismos de defensa y el mío es estar de un lado para otro”, señala. Por eso se pasó diez años viajando sin parar, una decisión de la que no se arrepiente. “Ahora me toca parar y asimilarlo”.

En 2004 puso por primera vez rumbo a la India. Se trataba de un viaje organizado a través de internet para trabajar con las Hermanas de la Caridad de Teresa de Calcuta. Sara recuerda que era la primera vez que montaba en avión y que no conocía a ninguno de los integrantes de la expedición, aunque dos de sus compañeros podían comunicarse en Lengua de Signos Española (LSE). Los cuatro meses que pasó en Calcuta cambiarían muchas cosas en su vida: “A pesar de que es una ciudad que impacta por su pobreza y su falta de recursos, me enamoré de la India”, asegura.

Por eso no dudó en volver, esta vez de la mano de la Fundación Vicente Ferrer, con la que trabajó durante tres años en Anantapur, en el sur del país. Desarrolló su labor en dos fases. La primera duró ocho meses y consistió en la elaboración de un diccionario de lengua de signos en telugu, la lengua local. “Era un proyecto que había comenzado años atrás pero que se quedó parado. Mi tarea consistió en terminarlo junto a otros dos voluntarios”, explica Sara. Durante ese tiempo conoció las escuelas de primaria para alumnos sordos de la zona y se dio cuenta de que “había que mejorar la metodología de enseñanza”. Así comenzó la segunda fase, en la que durante dos años y medio estuvo formando a los profesores y trabajando con los estudiantes.

Sara no se ve a sí misma como una pionera aunque reconoce que su trabajo ha servido para “romper esquemas” y demostrar que “las personas con capacidades diferentes pueden realizar muy buenos trabajos en los países en vías de desarrollo, ayudando a personas con su misma discapacidad”. Hasta hace poco, para una persona con capacidades diferentes era complicado acceder al campo de la cooperación internacional. Ahora las cosas han cambiado. Las personas con diversidad funcional aportan “estrategias diferentes” y un enfoque novedoso porque comparten “las inquietudes y miedos” de las personas a las que ayudan, argumenta la cooperante, que se muestra orgullosa de que su labor haya servido para que otros jóvenes sordos se atrevan a dar el paso: “Ahora muchos buscan trabajo como voluntarios y lo consiguen”.

De alumna con intérprete a alumna distinguida

De alumna con intérprete a alumna distinguidaAntes de ejercer como voluntaria, Sara estudió en la Universidad de Cantabria (UC), donde se diplomó en Magisterio en la especialidad de Educación Infantil. Empezó con 22 años. “Antes no me veía capaz de hacerlo, pero a los 20 años entré en contacto con otros sordos y conocí a personas en mi misma situación que tenían titulaciones universitaria. Se convirtieron en modelos para mí. Me fortaleció como persona y me dio seguridad”, asegura. Define su paso por la universidad como “agradable”. “Me ofrecieron todas las facilidades para acceder a la información de las aulas, con un intérprete de lengua de signos y todo tipo de ayudas técnicas”.

Entonces no podía imaginar que la UC acabaría reconociéndola con una de sus máximos distinciones. Este lunes, Sara ha entrado a formar parte del selecto club de 'Alumni Distinguidos' de la institución, un grupo del que forman parte antiguos estudiantes del centro como el médico Jaime del Barrio, el medallista olímpico Alejandro Abascal o la diplomática Elena Madrazo Hegewisch. “La verdad es que todavía no me lo creo, veo a otros alumnos distinguidos más cualificados, buenísimos a nivel profesional”, confiesa Sara, que afirma que va asimilando el nombramiento poco a poco. “Quizá desde fuera sí que lo ven más natural, como algo que se debe reconocer”, aventura.

Un “desde fuera” que apunta a una sociedad que no siempre está a la altura en materia de integración. “Queda mucho por hacer”, opina Sara, que considera que las barreras a las que se enfrentan las personas con capacidades diferentes dependen mucho del tipo de discapacidad: “En algunos casos se dan soluciones rápidas, en otros la lucha es constante”. Un ejemplo es el ámbito laboral, donde “los prejuicios y los mitos erróneos” dificultan mucho la integración. “En una entrevista de trabajo hay una candidata con sordera que es muy buena a nivel profesional, pero aun así los encargados de la selección tendrán dudas de sí podrá hacer el trabajo o no. Siempre tenemos que estar demostrando que podemos”.

Otro ámbito en el que considera necesario actuar es el de la educación. En la universidad los alumnos sordos disponen de un intérprete de lengua de signos durante más o menos horas en función del centro, pero pierden el derecho al intérprete si dejan de asistir a clase. “No importan los motivos. Si un alumno sordo no va a clase pierde el intérprete, pero a sus compañeros oyentes que hacen lo mismo no les dicen nada. Tengo derecho a disponer de un intérprete, pero eso no tiene que obligarme a asistir a las clases, cada uno es libre y un derecho es un derecho”, denuncia Sara.

Presente y proyectos

Presente y proyectosTras finalizar su voluntariado en 2011 Sara regresó a España, donde inició una intensa labor como conferenciante para hablar de su experiencia y animar a otras personas en su situación a dar el paso hacia el voluntariado. Durante un tiempo colaboró con la ONG Construye Mundo, que realiza proyectos de ayuda en Senegal, y aunque continúa dando charlas, lo hace de manera cada vez más esporádica.

Desde el año 2012 trabaja en Gaudem, un centro inclusivo de educación preferente para niños sordos de Madrid. Allí ejerce como profesora y como Asesora Sorda, un perfil que “está desapareciendo en España”. Su labor consiste en “facilitar la comunicación entre sordos y oyentes”, enseñando lengua de signos a unos y otros para “fortalecer su identidad”. Además, Sara enseña en un aula de Educación Básica Obligatoria, donde da clase de Conocimiento del Medio a un grupo de alumnos sordos de entre 13 y 17 años.

Aunque en estos momentos no prepara ningún proyecto de cooperación, no descarta volver a viajar para colaborar con alguna ONG. Hace diez años encontró una vía de escape recorriendo el mundo para ayudar a otras personas en su misma situación. Ahora, cuando piensa en el futuro, deja en el aire una frase reveladora: “Es muy probable que más adelante me vuelva a escapar”.