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Crónica 1: ¿Y si, de verdad, en esta ciudad leyeran hasta las piedras?
Un viernes para visualizar la gran contradicción de la especie humana en un rectángulo concreto, en un espacio abierto con vocación de burbuja. En una misma semana, poder constatar el vicioso placer de comprar armas o amenazar con guerras apocalípticas de una parte de la especie, y la impresionante capacidad de crear belleza y de sembrar afectos de de seres de similar genética –mayoritaria, quizá, pero sin poder de imposición-. La primera jornada de Felisa 2022 dejaba una sensación de paz con el espejo colectivo que sólo se agrietaba al recordar el momento histórico, las realidades que nos rodean, las fisuras del rectángulo.
Cientos de personas pasearon, descubrieron libros, conversaron animadamente, reflexionaron y se emocionaron en los 2.000 metros cuadrados que ocupa la Feria del Libro de Santander y Cantabria. Al borde de ese espacio de emoción y convivencia, varios furgones de la policía nacional y hombres ataviados para defender la nada rompían el sosiego para, supuestamente, “contener” una concentración para recordar a los hombres muertos al pie de la frontera, de nuestra frontera, en circunstancias aún dolorosas –inhumanas, también-. Estéril ejercicio policial cuando quienes protestan, en realidad, llevan consigo un cargamento de solidaridad y de dolor. Dentro del rectángulo de la palabra, la escritora colombiana Laura Restrepo recordando que “la guerra no se resuelve con más armas” y hablando de mujeres migrantes dignas, que caminan sabiéndose herederas de estirpes supervivientes, de la necesidad de abrir los ojos ante un mundo hostil construido por la misma especie que puede escribir libros “bellos y bestias” como el que presentaba ayer en Felisa: Canción de antiguos amantes.
“Es un espacio hermoso el que han creado”, le decía Restrepo a algunas de las autoridades que visitaron la Feria y que tuvieron la inteligencia de no ser el centro de una tarde inaugural en la que dos mujeres tensaron el hilo de la inteligencia y las emociones. Primero, Laura; después, Charo López, esperada y admirada por las más de 500 personas que asistieron a su recital, ese en el que la voz de la actriz se hizo acompañar por la impresionante voz encarnada del barítono Luis Santana.
“Me ha hecho muy feliz, muy, muy feliz”, decía una señora que rozaba los ochenta años a la que su marido le daba la razón pero con matices: “Ha sido precioso pero el nombre este de ‘Felisa’ es un exceso creativo…. Con Feria del Libro de Santander íbamos bien”. En el inicio de la vida, un chaval de no más de 10 años repetía: “Felisa aquí, Felisa allí, Felisa…. ¿mamá, quién es Felisa?”. Y Felisa… tomaba cuerpo. El proyecto de Feria renovada de Libreros Asociados de Cantabria (LAC) ya no era una promesa cuando terminó la noche de este 1 de julio. Mientras un equipo desmontaba y transportaba el piano de media cola que presidió el escenario, mientras otros limpiaban el rectángulo de la humanidad o cerraban casetas y ansiedades, Felisa ya se podía ir a dormir tranquila. Ante el aluvión de palabras terribles que nos rodean –guerra, hambruna, inflación, sequía, incertidumbre-, Felisa había tapizado la plaza porticada con versos infinitos, con libros infantiles que alimentan los sueños ilimitados de sus lectoras, con la posibilidad, al fin, de que la parte sensible, creativa y constructiva de la especie humana se imponga a la tentación de la autodestrucción.
En la apertura de Felisa, la organización citó a José Saramago: “Cuando usas el cerebro para reflexionar sobre una idea tienes las palabras que necesitas, porque pensamos con palabras. Si las palabras son de buena calidad, eso ayudará al pensamiento. Si el vocabulario se reduce y la mala palabra expulsa a la buena, la lengua se irá volviendo onomatopéyica y todos, los medios y nosotros, pensaremos onomatopéyicamente”. Ojalá el ‘arsenal’ de palabras para la vida desborde el rectángulo de La Porticada y contagie más allá de la epidermis de la ciudad.
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