Entrevista

Fermi Cañaveras, escritora: “Los nazis prostituían a prisioneras 20 veces al día. Ya no hay campos de concentración, pero el problema sigue”

Blanca Sáinz

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Con una primera edición que se agotó en 20 días y una segunda que ya se encuentra en las librerías, Fermi Cañaveras, la autora de Putas de campo, de la editorial Molinos y Gigantes, está en un momento muy dulce. Sobre todo por lo inesperado de la situación: “Ni siquiera lo hemos publicitado, ha sido solo con el boca a boca”, adelanta antes de comenzar la entrevista con elDiario.es. No obstante, y pese al éxito personal que supone para esta investigadora licenciada en Geografía e Historia que su primer libro esté teniendo tanta repercusión, insiste en que su fin siempre ha sido que se conozca la historia de estas mujeres, así como conseguir trasladar cómo eran los campos de concentración: “Todo el mundo con el que he podido hablar y que estuvo allí se refiere a ellos como el infierno, y eso hay que trasladarlo tal y como era porque la historia no se puede repetir”. Este viernes estará en la librería La Vorágine de Santander presentando su libro y hablando sobre las semejanzas entre la prostitución de las presas del nazismo y la actual.

¿Quiénes son las putas de campo a las que se refiere con el título del libro?

Las mujeres a las que los nazis obligaban a ejercer las prostitución siendo prisioneras. A ellas les tatuaban en el pecho la palabra feld-hure, que significa puta de campo. Además, no les ponían el número de prisionera en el brazo, como era lo normal, a ellas les marcaban en el pecho. Así les ponían la palabra, después el triángulo invertido negro, que era para las lesbianas y las putas, y después su número de prisioneras.

¿Había clases de putas?

No, porque allí no había prostitutas como tal. Eran las propias prisioneras que entraban en los campos, que podían ser españolas, polacas… de cualquier nacionalidad, pero no judías, eso sí. Llegaban al campo, pasaban la inspección y las que no servían iban directamente a la cámara de gas. Por el contrario, a las que sí servían para trabajar, les rapaban el pelo, les daban un pijama, y les asignaban el triángulo dependiendo de si eran presas políticas, que era rojo, si eran judías, que era amarillo o si eran sin patria como ocurría con las españolas, que se lo ponían azul. Y a las que ellos decidían que eran prostitutas no les rapaban el pelo y le daban el triángulo negro, aunque con la diferencia de que les tatuaban en el pecho las palabras ‘puta de campo’.

Los nazis se dieron cuenta de que, como llegaban 200 o 300 prisioneras al día, no tenían que seguir cogiendo a las prostitutas de la calle porque las propias prisioneras podían hacer el servicio

¿Cómo comienza la idea de prostituir mujeres?

Ravensbrück, el campo de concentración del que hablo en el libro, está a 90 kilómetros al norte de Berlín y era solo de mujeres hasta 1941, y allí fue donde se generó la idea de que los soldados necesitaban aliviar sus necesidades sexuales, por lo que decidieron gestionar desde allí una red de prostíbulos. Además, cuando arrancó en 1939 empezaron engañando a las prostitutas de la calle de Berlín diciéndoles que si iban a ese campo iban a tener mejores condiciones, pero cuando llegaron allí se dieron cuenta de que no. Las metieron en un barracón, las obligaron a prostituirse hasta 20 o 30 veces al día, y se dieron cuenta de que, como llegaban 200 o 300 prisioneras cada día, no tenían que seguir cogiendo a las prostitutas de la calle porque las propias prisioneras podían hacer el servicio.

¿Por qué los nazis se permitían tener relaciones sexuales con mujeres de razas que consideraban inferiores?

Con las judías no podían, porque además de que en Ravensbrück había muy pocas, las prisioneras decían que las judías no tenían ni la oportunidad de vivir en el infierno. Y aunque normalmente las querían para trabajar, sí que he encontrado algunas en Auschwitz, donde había prostíbulo propio, pero muy pocas. De hecho, ellos hablaban directamente sobre que era “imposible meter sus penes en judías”. También había algunas polacas que se ofrecían como voluntarias porque pensaban que dentro de los campos se podía seguir luchando tratando de conseguir información cuando estaban en la cama con soldados, capos, oficiales o mandos nazis.

¿Cómo empieza su viaje hacia esas mujeres?

Estaba haciendo un trabajo de cómo se organizó el Partido Comunista en la clandestinidad, que nada tenía que ver con esto. Y una tarde, hablando con unas mujeres sobre cómo distribuían la publicidad antifascista, salieron nombres y salió el de Isadora, que es la protagonista de mi novela. Me contaron que fue una mujer que nació en la calle Atocha, en Madrid, que su padre y su hermano eran militantes del Partido Comunista y que terminó en un campo de concentración ejerciendo la prostitución. Imagínate cuando yo escucho esto, creo que es un regalo porque además nadie había hablado sobre el tema de la prostitución en España, y empecé a tirar del hilo sobre quién era Isadora, cómo se gestionaban los campos… Sabía que había prostíbulos pero nunca pensé que a las españolas también les tocó.

¿Por qué una novela?

'Putas de campo' está basada en hechos reales y ahí cuento la historia de una española que sale de Madrid, y termina, por un montón de casualidades y mala suerte, en Ravensbrück siendo obligada a ejercer la prostitución. La cuestión es que como me faltaba bastante información, tuve que hacer su historia novelada porque como Ravensbrück fue el último campo que se liberó, ahí sí que dio mucho tiempo a destruir documentación. Aún así, recabé bastante en la Asociación Amical de Ravensbrück, que está en Lleida, porque Neus Catalán fue una de las mujeres que estuvieron en ese campo. A través de ellas conseguí saber que salieron de España con documentación falsa porque se exiliaron en el verano del 39, cuando las fronteras estaban cerradas y era mucho más difícil salir, y el Partido Comunista les proporcionó cédulas de identificación falsas, pero me costó encontrarlas. Parecía que se las había comido la historia.

Siempre se ha tratado la historia desde el punto de vista de los hombres: Mauthausen, el campo de los españoles, Auschwitz como el campo de matar judíos, pero Ravensbrück era el campo de matar mujeres

¿Por qué son las grandes olvidadas?

La historia está hecha de personas de las que nadie habla. Y existen mujeres que, por desgracia, estuvieron en un campo de concentración y a más de una le tocó ser prostituta. Hay un capítulo en el libro en el que hablo sobre que las españolas consiguieron que todas las armas que se fabricaban en Ravensbrück no funcionasen. Los nazis las llamaban el comando de las gandulas, y fueron capaces de idear meter moscas en el percutor para que cuando disparasen no hiciesen nada, y eso lo consiguieron un grupo de españolas. Así que ya no solo hablo de las mujeres en la prostitución, porque me contaron tantísimas historias estas mujeres que quería que estuviesen todas presentes.

¿Las mujeres han estado silenciadas durante el nazismo?

Como investigadora e historiadora, creo que siempre se ha tratado la Guerra Civil, los exilios o las guerras mundiales desde le punto de vista de los hombres. Mauthausen, el campo de los españoles, Auschwitz como el campo de matar judíos, pero este era el campo de matar mujeres. Hubo una presa que decía que olvidar Ravensbrück era olvidar la historia de las mujeres, porque ahí las mataban. Cuando el ejército soviético liberó los campos de concentración, este fue el último en ser liberado, y los nazis se llevaron allí las cámaras de gas que pudieron para seguir aniquilando mujeres. La historia por desgracia siempre se cuenta desde el punto de vista de los hombres y de los que ganaron. Son olvidadas, nadie les ha puesto voz.

Han sido cuatro años de investigación, pero, ¿qué es lo que más le ha sorprendido al ir investigando?

Sabía algo del tema de la prostitución, pero no tenía ni idea de los niveles a los que llegaron. Cómo tenían los prostíbulos, cómo las separaban, cómo entre las propias reclusas las tenían envidia porque tenían mejor comida y no les cortaban el pelo. Cómo las violaban hasta 20 veces al día, cómo el siguiente estaba esperando mientras las estaban violando, cómo incluso antes de penetrarlas les metían la pistola por la vagina y les decían que qué pasaba si pegaban un tiro. Entonces, gracias a estas mujeres con las que hablé me di cuenta de que todas tenían la duda de qué era lo que las pinchaban cuando las prostituían porque supuestamente era para que no se quedasen embarazadas, pero daba la casualidad que a las que pinchaban era a las que más embarazadas se quedaban. Les encantaba que se quedasen embarazadas porque tenían un pabellón especial que se llamaba el “de las conejas” para cuando pariesen hiciesen experimentos con los niños. Eso también me tocó mucho.

Muchas presas decían que cuando se hacia la llamada a la lista a las 5 de la mañana en invierno iban sorteando bebés porque les tiraban a la calle, les echaban un cubo de agua fría y era el alimento de los perros del campo. Entonces, estas mujeres tenían que ir esquivando bebés muertos entre la nieve para ir a la llamada de la lista… Eso son cosas que te remueven. Además, a las prostitutas que no podían más y tenían un montón de enfermedades de transmisión sexual, las pasaban a la enfermería y hacían experimentos con ellas. También “las noches de los perritos”, en las que utilizaban a las putas y a los gais de raza aria para intentar cambiarlos. Les ponían a todos a cuatro patas para sodomizarlos.

Creo que la Segunda Guerra Mundial nos llama tanto la atención porque se hicieron tantas burradas, tantas, tantas, que creo que el ser humano necesita perdonarse y hacer justicia

Precisamente tratas la homosexualidad, algo que los nazis perseguían en el caso de los hombres, ¿en el de las mujeres también?

Las mujeres lesbianas también estaban supercastigadas, tenían tatuado el triangulo negro y les rapaban el pelo. En la historia hablo de puntillas sobre los homosexuales porque me centro sobre todo en la prostitución. Pero vamos, que el triángulo que se tatuaba a los homosexuales era el rosa, pero había dos tipos: los primeros son los propios alemanes arios a los que llevaban al campo a reeducarles. También les llevaban a los barracones de las prostitutas y les hacían mirar para que viesen cómo violaban a las mujeres para ver si entendían que eso era lo que había que hacer. Era como una reeducación, pero eso lo tuvimos en España también. Y luego estaban los segundos, que eran los que eran gais pero eran españoles, judíos… Y lo que hacían era experimentar con ellos.

¿Cree que durante el franquismo también se desarrollaron este tipo de actuaciones?

Sí, no con la bestialidad de tener prostitutas en los campos de concentración, pero los comandantes y los cabos de turno elegían su concubina, y las obligaban a acostarse con ellos. Aunque no hay registros de que haya habido en los campos de concentración.

¿Por qué cree que la Segunda Guerra Mundial resulta tan llamativa a nivel artístico?

Creo que, tanto los de una parte como los de otra, perdieron, y perdimos la condición de ser humano. Entonces, es una cura conocer la historia, y es algo dignificante. Se necesita saber y conocer para intentar que la historia no se repita. Pero esto no es solo una novela histórica, sino una historia contemporánea que puede ayudar a muchas mujeres por el hecho de que ahora no hay campos de concentración, pero el problema de la trata de mujeres sigue estando ahí. Y no las metes en campos de concentración, sino que las meten en pisos, y las traen de otros países y no las tatúan, pero a lo mejor les duelen las heridas de otra manera… Ahora no son nazis, son proxenetas. Hay que dignificar a esta gente que ha pasado de puntillas. Y creo que por eso nos llama tanto la atención, porque se hicieron tantas burradas, tantas, tantas, que creo que el ser humano necesita perdonarse y hacer justicia.

Con este libro buscaba homenajear la figura de esas mujeres, ¿cree que lo ha conseguido?

Mi fin con este libro era que la historia se conociera. Y no lo hago por mí, lo hago por ellas. Porque aparte de que se conozca la historia y que se sepa que hubo prostitutas, me gustaría que se crease conciencia y que se consiguiese algo. El libro también habla en cierta manera del abolicionismo, y es que en la Segunda República ya se probó una ley abolicionista en España. Creo que lo que tenemos que hacer es llegar a mucha gente, que sirva, que hagamos piña y creemos conciencia sobre lo que implica la prostitución. Además de como homenaje, por supuesto.