“Se habla de una ola de salud mental que en los niños y adolescentes ya ha llegado, y de momento ha hecho más mella en ellos que en los adultos”. Así comienza Jesús Artal, jefe de Psiquiatría del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, en Santander, su conversación con elDiario.es. En ella, también participa la psiquiatra y coordinadora del programa de salud mental infanto-juvenil, Beatriz Payá, quien añade que, además del aumento de casos de menores con trastornos de la conducta alimentaria (TCA), están percibiendo un incremento en la patología grave: “Hay más ingresos, tanto en hospitalización total como parcial, y cada vez tienen una edad menor pero pérdidas de peso mucho más llamativas”, explica la especialista.
Con esta introducción tan reveladora, ambos profesionales se acomodan en uno de los despachos de las instalaciones hospitalarias de Valdecilla para hablar sobre un tema que sigue requiriendo de visibilización y sobre todo de recursos: “Es prioritario reforzar los equipos de salud mental infanto-juvenil porque es un área con creciente importancia que requiere de recursos”, revela Artal. Y es que durante los últimos meses los psiquiatras han identificado que el corte de la vida social como consecuencia del confinamiento, y la introducción de medidas restrictivas han terminado por provocar situaciones de soledad y con ello más comportamientos compulsivos.
El ejemplo prototípico es, según explica la doctora Payá, el de un niño que, ante el confinamiento, decidió comenzar a hacer ejercicio y a controlar su dieta. Dos actuaciones que, mientras en el adulto suelen tener cierto control, “en el niño, no”. “Primero comienza a cuidarse más, a decir que no quiere consumir determinados alimentos. Después los padres ceden, y lo que empezó como una dieta saludable termina por convertirse en dejar de comer. Llega un momento, cuando llegan aquí, en el que el niño ya se ha negado a comer en todas las comidas, o come una manzana al día”, explica.
Estamos viendo pérdidas de peso extremas como consecuencia de la dificultad que ha habido durante la pandemia para acceder al sistema sanitario, sobre todo en la Atención Primaria, donde estaban centrados en el coronavirus
Pero si hay algo en lo que insisten estos médicos es en la pérdida de control de los menores, que la sufren más rápido que los adultos y que, además, conlleva un proceso de alteración a nivel cerebral donde este cada vez se vuelve más obsesivo. “Estamos viendo pérdidas de peso extremas como consecuencia de la dificultad que ha habido durante la pandemia para acceder al sistema sanitario, sobre todo en la Atención Primaria, donde estabas centrados en el coronavirus. Y también percibimos que estos están teniendo una evolución rapidísima porque en los menores la pérdida de peso tiene efectos biológicos en el cerebro que lo alteran de forma mucho más rápida que en el adulto”, argumentan Artal y Payá.
Asimismo, el malestar emocional asociado a pasar más tiempo solo y a la complicación de adaptarse a esta nueva situación, mucho más incomprensible en estas edades, puede terminar por hacer que los menores utilicen el comer menos o realizar más deporte para sentirse mejor. No obstante, este aumento ya se venía produciendo durante años “aunque no a este ritmo”: “Sin duda, esto tiene que ver con los aspectos relacionados con la sociedad y el cambio de vida, así como con el aumento del tiempo que pasan los adolescentes y niños en las redes sociales o viendo la televisión, algo que durante el confinamiento se ha acrecentado”, indica la psiquiatra.
Sobre la edad de aparición de estos problemas, ambos especialistas han percibido que se ha producido un cierto cambio de tendencia ya que, mientras hace unos años el trastorno llegaba entre los 15 y los 16 años, ahora hay un aumento de la prevalencia en los casos de prepúberes, es decir, entre los 12 y 13 años. “Pero también hemos tenido pacientes de 10 y 11 años, algo a lo que no estábamos acostumbrados”, manifiestan.
Dentro de los TCA se engloban tres tipos: la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa y el trastorno por atracón, aunque como especifican estos psiquiatras, también están los no especificados, que tienen una sintomatología compartida con alguna de las enfermedades citadas, pero que no llegan a cumplir el cuadro completo. “Lo que une a todos estos trastornos es que la persona utiliza la comida como una forma de manejar su malestar emocional”, expresa Payá.
Aunque también hay ciertos indicadores que pueden predisponer a padecer los trastornos. Normalmente, explican, se trata de niñas con alto rendimiento escolar y una personalidad muy autoexigente, pero a la vez con baja autoestima: “Aún así, todos los TCA tienen una base genética, y si en la familia hay antecedentes, hay más posibilidades de desarrollarlo”, aseveran.
Pese a que desde Valdecilla se consideran “optimistas” y esperan que con el paso de la pandemia la situación vuelva a normalizarse y regrese a su crecimiento “paulatino”, explican que la única forma de parar esta ola es modificando los modelos de éxito y belleza, una tarea compleja y que, sin duda llevará un arduo trabajo para toda la sociedad.