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Benidorm, baño de realidad

31 de enero de 2022 22:40 h

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Nos lo creímos y era mentira. Toda la rabia y la indignación contra el Benidorm Fest proviene del desengaño. Creímos que íbamos a presentar a Eurovisión una canción feminista, poderosa y empoderada. Creímos que podía representarnos un canto a la diversidad, la cultura, la raíz, la tradición. Creímos que podíamos cantar en galego ante 180 millones de espectadores. Creíamos que podíamos plantar una teta inmensa en el escenario del festival más grande del mundo. Creímos que podíamos redimirnos de tantos años de canciones casposas. Creímos que íbamos a parar Europa sacándonos un pecho al puro estilo Delacroix mientras proclamábamos que non hai fronteiras. Nos lo creímos y era mentira. 

Nos colaron un producto de fábrica de una multinacional discográfica cantado en un spanglish made in Miami con una letra llena de tópicos sexuales machistas. El tema de Chanel que representará a España en Eurovisión es mercancía de BMG, la multi de uno de los gigantes de la industria cultural (valga el oxímoron). Se han gastado una pasta en los cinco compositores de éxito de la canción, en un coreógrafo que ha trabajado para JLo o Britney Spears y en una famosa diseñadora de moda. Y han buscado a una artista desconocida pero muy competente para defenderla. Creíamos en canciones auténticas y salió un producto comercial prefabricado.

Y no parece que haya salido por casualidad. Chanel ha trabajado con una de las componentes del jurado, y Leroy Sánchez, coautor de la canción, con otro. Las votaciones de este comité de expertos han hecho imposible que ganaran las dos favoritas del público, Tanxugueiras y Rigoberta Bandini. Es necesario que se conozcan los votos particulares —como han pedido Unidas Podemos y CC.OO. a RTVE— porque estamos hablando de dinero público. La clave del asunto es que la canción genera un pastizal en derechos que irán íntegramente a los autores y a la discográfica, porque la tele pública ha renunciado al 50% que solía adjudicarse. Una gran empresa no hace una inversión millonaria si no tiene atado y bien atado recuperarla. Algo huele a podrido en Benidorm.

Nos creímos que era un concurso de talento y huele a negocio amañado. Creímos que era una democracia y parece que estaba decidido. Habría que investigarlo para salir de dudas. Pero, en cualquier caso, Benidorm es un baño de realidad. Hemos hecho zoom zoom y hemos visto boom boom que es así como funcionan las cosas: es el monetary, amigos. Eurovisión siempre ha sido y será un negocio privado con dinero público con la excusa del orgullo patrio. Los ingenuos somos nosotros porque creímos que podía ser una celebración pura del poder de la música y no es más que otra demostración del poder del capital. Creímos que nos dejarían presentar una canción sobre los cuidados femeninos, plantar una teta maternal en Turín, cantar en galego y no nos han dejado. Ni de coña iban a dejarnos. Por eso estamos furiosos. Porque nos hemos tragado el timo de la estampita y nos han timado con nuestro dinero, mientras agitábamos felices la banderita. 

Nuestra frustración en ningún caso se puede volcar sobre la cantante elegida, una curranta que se ha dejado los cuernos para hacer una actuación impecable. El odio misógino y xenófobo contra Chanel por ser mujer y cubana es intolerable. Benidorm también ha desnudado a muchos en este sentido. Y nos ha desnudado a todos en otro: nos encendemos más con Eurovisión que contra el recibo de la luz o el precio del alquiler. Tenemos que hacérnoslo mirar. Benidorm es un tongo, lo fue desde el principio, y nos lo creímos. Pero nosotros también lo somos por creérnoslo. Yo, el primero.

Nos lo creímos y era mentira. Toda la rabia y la indignación contra el Benidorm Fest proviene del desengaño. Creímos que íbamos a presentar a Eurovisión una canción feminista, poderosa y empoderada. Creímos que podía representarnos un canto a la diversidad, la cultura, la raíz, la tradición. Creímos que podíamos cantar en galego ante 180 millones de espectadores. Creíamos que podíamos plantar una teta inmensa en el escenario del festival más grande del mundo. Creímos que podíamos redimirnos de tantos años de canciones casposas. Creímos que íbamos a parar Europa sacándonos un pecho al puro estilo Delacroix mientras proclamábamos que non hai fronteiras. Nos lo creímos y era mentira. 

Nos colaron un producto de fábrica de una multinacional discográfica cantado en un spanglish made in Miami con una letra llena de tópicos sexuales machistas. El tema de Chanel que representará a España en Eurovisión es mercancía de BMG, la multi de uno de los gigantes de la industria cultural (valga el oxímoron). Se han gastado una pasta en los cinco compositores de éxito de la canción, en un coreógrafo que ha trabajado para JLo o Britney Spears y en una famosa diseñadora de moda. Y han buscado a una artista desconocida pero muy competente para defenderla. Creíamos en canciones auténticas y salió un producto comercial prefabricado.