Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Feijóo asoma la patita. La zarpa, más bien. Porque ya vemos que tiene mucho más de lobo que del corderito que nos vendieron que era. No se iba de vacaciones con un narco por casualidad. Esta semana se ha lanzado a explicarnos qué quiere decir cuando habla de “derogar el sanchismo” que básicamente es aniquilar o retocar todos los avances del actual Gobierno: ley de vivienda, reforma laboral, pensiones, ley trans, ley de memoria, eutanasia… Son más promesas que realidades, ya lo sabemos, porque el PP empieza sacando la espada para lanzar a sus tercios a las urnas y acaba incluso atribuyéndose los avances de otros, desde el divorcio al matrimonio gay. Pero la intención es lo que cuenta y la intención es destruir derechos y libertades, construir nada. La nada.
Muchos de estos anuncios son mentiras para movilizar a su electorado porque no pueden ni les conviene después ejecutarlos. Por ejemplo, derogar la reforma laboral, la reforma de las pensiones o la ley de vivienda implicaría penalizaciones millonarias de Europa por incumplir las normas del Plan de Recuperación. Ya le pasó a Almeida, que se presentó anunciando que acabaría con el modelo anticontaminación de Carmena, Bruselas le dijo que sacara la chequera y terminó cambiándole el nombre, haciendo cuatro retoques y apropiándose el mérito. Son un partido de corta y pega, en el doble sentido de ambas palabras. Siempre les ha gustado la tijera y el palo. Hasta cuando se echan a las calles no es para reclamar ni ampliar derechos, es para restringirlos.
El PP es un partido más destructivo que propositivo. Cuando propone es para favorecer privilegios o libertades que atentan contra derechos. Como los impuestos a favor de los ricos, como querer que los coches sean más importantes que la salud pública, como abrir bares en plena pandemia aunque muera más gente. Dice Feijóo que “derogar el sanchismo, en definitiva, es derogar todas aquellas leyes hechas para las minorías que atentan contra las mayorías”. Pero lo que quiere decir es lo contrario, proteger a las minorías privilegiadas eliminando impuestos a los ricos, a los bancos y las eléctricas y defender al capital frente al bien común.
Derogar la Ley de Vivienda es dejar a la ciudadanía en manos de los buitres especuladores. Derogar la reforma laboral, que ha conseguido récords históricos de empleo, es imponer la precaridad de los trabajadores. Derogar la reforma de la jubilación favorece a los planes privados de la banca frente a los pensionistas. Derogar la Eutanasia ataca al derecho a una muerte digna que no obliga a nadie a ejercerlo pero que molesta a la Iglesia. Derogar la Ley de Memoria Democrática atenta contra las víctimas de la dictadura y sus familias. Las víctimas solo les interesan si son de ETA para utilizarlas en las urnas. El Franquismo no se deroga, hay que seguir cultivándolo en la Justicia, el Ejército, la Empresa, los medios, la policía, la política. Derogan el sanchismo por rencor ideológico y clasista, el rencor que llevó a media España a intentar acabar con la otra media.
También quiere derogar la Ley Trans porque “es más fácil cambiarse de sexo que sacarse el carné de conducir”. Es una frivolidad indecente. Cambiarse de sexo no es ir al registro. Es un proceso personalmente complejo y socialmente difícil que puede conducir a la marginación, el abuso y la muerte. Pero a Feijóo le dan igual los trans, lo que quiere es cargarse todo lo que ha hecho Igualdad. De hecho, quiere eliminar el mismo ministerio. No hace falta un ministerio porque a las mujeres ya no las matan, no las agreden, no las destruyen, no las esclavizan, no las violan, no las discriminan. No hace falta un ministerio para las mujeres porque, total, las mujeres ya han conseguido la igualdad efectiva.
Derogar el sanchismo es destruir cuatro años de gobierno como si no hubieran sucedido. Es retroceder en el tiempo, por algo más que conservadores son atrasistas, en la acertada expresión de Jorge Dioni. Es volver a cargar las crisis sobre las espaldas de la mayoría. Volver a que paguen más los que menos tienen. Volver a la España única centralista que odia la pluralidad, que considera etarras a los vascos y volverá a tensar la cuerda con Cataluña. Volver al machismo, la homofobia, el racismo, la xenofobia. Recortar derechos y libertades. Anteponer el mercado a las personas y al planeta. No es opinión, son hechos. La semana pasada el PP votó en Europa contra la ley que previene explotación laboral y el trabajo infantil y vetó en Andalucía a las voces críticas con el regadío de Doñana. Derogar el sanchismo es enfrentar una España contra otra, aplastar a los de abajo con los de arriba, abandonar a las mujeres, los vulnerables y el ecosistema. Si les dejamos cuatro años en el poder, nos destrozan el país y la vida.
Feijóo asoma la patita. La zarpa, más bien. Porque ya vemos que tiene mucho más de lobo que del corderito que nos vendieron que era. No se iba de vacaciones con un narco por casualidad. Esta semana se ha lanzado a explicarnos qué quiere decir cuando habla de “derogar el sanchismo” que básicamente es aniquilar o retocar todos los avances del actual Gobierno: ley de vivienda, reforma laboral, pensiones, ley trans, ley de memoria, eutanasia… Son más promesas que realidades, ya lo sabemos, porque el PP empieza sacando la espada para lanzar a sus tercios a las urnas y acaba incluso atribuyéndose los avances de otros, desde el divorcio al matrimonio gay. Pero la intención es lo que cuenta y la intención es destruir derechos y libertades, construir nada. La nada.
Muchos de estos anuncios son mentiras para movilizar a su electorado porque no pueden ni les conviene después ejecutarlos. Por ejemplo, derogar la reforma laboral, la reforma de las pensiones o la ley de vivienda implicaría penalizaciones millonarias de Europa por incumplir las normas del Plan de Recuperación. Ya le pasó a Almeida, que se presentó anunciando que acabaría con el modelo anticontaminación de Carmena, Bruselas le dijo que sacara la chequera y terminó cambiándole el nombre, haciendo cuatro retoques y apropiándose el mérito. Son un partido de corta y pega, en el doble sentido de ambas palabras. Siempre les ha gustado la tijera y el palo. Hasta cuando se echan a las calles no es para reclamar ni ampliar derechos, es para restringirlos.