Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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La guerra pone todo del revés y a cada uno en su sitio. La guerra nos retrata para bien y para mal. Saca lo peor del ser humano, pero también lo mejor. La de Ucrania, porque nos queda más cerca, nos ha hecho mirarnos más en el espejo y ver todas las deformidades de nuestro mundo, de un mundo cruento, miserable y desigual, pero también nos ha vuelto a mostrar la valentía, la solidaridad y la grandeza que surgen en mitad de la perversidad y el horror. Esta guerra nos ha puesto a todos en nuestro lugar: a Putin como agresor inexcusable, a los putineros como cómplices, a la OTAN como propiciatoria, a Estados Unidos como beneficiaria, a Europa como su mayordomo, a la derecha como belicista, a la izquierda pacifista como movimiento desmovilizado, a la información como otra víctima y a la población civil como la víctima principal de todas las guerras.
En la guerra hay pocas certezas. En la de Ucrania, una es esta: Putin la declaró, nadie más. Aunque había una guerra civil en el Donbás entre separatistas prorrusos y unionistas ucranianos desde hacía ocho años, aunque hay fascistas en el ejército de Ucrania (también los tenemos aquí y los tienen en Rusia) y aunque la OTAN buscase influencia en la zona y se haya visto beneficiada por la invasión, nada de eso justifica que Putin ordenase la entrada en un país soberano que no es el suyo provocando las masacres, la barbarie, el éxodo, la devastación de la que Ucrania y los ucranianos tardarán décadas en recuperarse. El primero en retratarse fue Putin como lo que siempre hemos sabido que es: un autócrata criminal, ultranacionalista, ultraconservador, y como confirmó en el delirante discurso a la nación del aniversario de la guerra, ultrarreligioso y homófobo.
A su lado se ha colocado un residuo de la izquierda que es antiimperialista yanqui pero pro imperialismo ruso y lo mismo te defiende las guerras de Putin que ataca las de la OTAN, lo mismo denuncia el capitalismo de Occidente que abraza la plutocracia capitalista post-soviética, lo mismo llama otanista a todo el periodismo occidental pero suspende el juicio ante la propaganda rusa, lo mismo se definen como izquierda verdadera que excusan al ultraderechista que habla de Rusia como reserva espiritual frente a la demoníaca y pedófila Europa y cita las Escrituras para atacar al matrimonio homosexual. Esa extrema izquierda que divide el mundo con el Muro de Berlín, que sigue instalada en un maniqueísmo obsoleto, se toca con la extrema derecha y justifica las matanzas en Chechenia, Siria o Bucha desde su ordenador. Esa “izquierda”.
Enfrente está la OTAN y al frente Estados Unidos, una policía global que como los antidisturbios solo han traído más caos y destrucción al planeta. La Alianza debería desaparecer pero ha resucitado por la gracia de Putin, la habilidad de Washington y la servidumbre de Bruselas, que ha perdido otra oportunidad de crear una seguridad europea para convertirse en el felpudo en el que los estadounidenses se limpian y se ponen las botas. No solo han reclutado a Finlandia o Suecia, también se han convertido en el mayor beneficiado por la crisis económica y energética de la UE.
La derecha belicista hace palmas y la industria armamentística hace caja. Y en ningún sitio, o fuera de él, nos quedamos la izquierda pacifista, enfrentada a la contradicción entre la legítima defensa de Ucrania y el rechazo a las armas. No es fácil la tercera vía cuando es evidente que el apoyo armamentístico de Occidente a los ucranianos les ha permitido hacer frente a la invasión. Reconozcamos que desde la comodidad de la paz no somos quiénes para decirles que no nos pidan fusiles. Pero no podemos abandonar el discurso como hemos abandonado las calles. Ese es el problema. Desde el OTAN No y el No a la guerra, el pacifismo se ha retirado del debate, de los movimientos sociales y de las manifestaciones.
Por eso más que nunca toca retomar posiciones no solo contra esta guerra sino contra todas ellas, contra las guerras olvidadas y las guerras lejanas y a favor no solo de los refugiados de Ucrania sino a favor de todos esos refugiados a los que la Unión Europea trata como prisioneros de guerra, esos a los que dispara y rechaza en las fronteras. La única manera de recuperar el sitio y el sueño de la paz pasa por reclamar que se acoja a las víctimas de todas las guerras por igual y denunciar que Europa abra las puertas a unos en una semana y la cierre al resto con violencia. Es el primer paso para empezar a ganar esta batalla que hemos dado por perdida y que solo se ganará cuando recuperemos la calle. Ese es nuestro sitio.
Puedes escuchar todos los programas de Carne Cruda sobre la guerra de Ucrania aquí.
La guerra pone todo del revés y a cada uno en su sitio. La guerra nos retrata para bien y para mal. Saca lo peor del ser humano, pero también lo mejor. La de Ucrania, porque nos queda más cerca, nos ha hecho mirarnos más en el espejo y ver todas las deformidades de nuestro mundo, de un mundo cruento, miserable y desigual, pero también nos ha vuelto a mostrar la valentía, la solidaridad y la grandeza que surgen en mitad de la perversidad y el horror. Esta guerra nos ha puesto a todos en nuestro lugar: a Putin como agresor inexcusable, a los putineros como cómplices, a la OTAN como propiciatoria, a Estados Unidos como beneficiaria, a Europa como su mayordomo, a la derecha como belicista, a la izquierda pacifista como movimiento desmovilizado, a la información como otra víctima y a la población civil como la víctima principal de todas las guerras.