Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Todo apunta a que el próximo domingo las tensas costuras entre España y Cataluña van a saltar por los aires y golpearnos de mala manera en la cara. Vamos de cabeza no sólo hacia una escisión sino hacia una colisión y lo más triste es que se podría haber evitado. Ha habido tiempo y ocasiones de sobra para enderezar el rumbo, acercar posiciones y desactivar la bomba que va estallarnos en las manos. Pero se ha hecho todo mal. Se ha hecho todo lo que había que hacer para provocar un accidente y nada de lo que había que haber hecho para detenerlo.
Se podría haber evitado agraviar a Cataluña tumbando en el Constitucional el Estatut que los catalanes habían votado. Desde entonces, todos los pasos que se han dado y los que no se han dado, nos han acercado al precipicio en el que vamos a caer. Rajoy ha estado jugando al escondite con el problema hasta que el problema le ha pillado. Ante una emergencia, un presidente responsable con sentido de Estado deja de lado su soberbia absolutista, reúne a todos los partidos para implicarles en la solución y ofrece a los catalanes una mesa amplia en la que sentarse a dialogar con holgura. En lugar de eso, Rajoy se ha reunido una sola vez con Artur Mas para mandarle a paseo. Pues el paseo les está llevando lejos.
Los indepes han hecho lo que les toca: aprovechar la ocasión para forzar la máquina, tirar de patriotismo, bandera, un punto de demagogia y promesas de huir de la España casposa para refugiarse en la tierra prometida. Al otro lado, nadie ha sabido articular una respuesta más convincente. La derecha ha seguido fabricando separatistas a golpe de rancio españolismo y amenazas, lo que ha sido aprovechado por Ciudadanos para abrirse hueco con su cara lavada de conservadurismo progresista.
La izquierda, que siempre se mueve con pies de plomo por temor a herir sensibilidades nacionalistas, ha perdido otra ocasión de ofrecer una alternativa social que conjugue identidad catalana con solidaridad obrera más allá de las fronteras. Por el contrario, las CUP han conseguido construir un mensaje muy atractivo en el que la independencia es el camino hacia la república y la emancipación de la clase trabajadora. El PSOE ni ha estado ni se le espera. Tenía el federalismo como bandera pero sacó a Felipe González de la cueva.
Tampoco nadie sabido desactivar el caudillismo populista en el que se ha embarcado el president catalán para salvar su trasero y travestirse de villano en héroe nacional. Ni cuando Artur Mas salió corriendo hacia la independencia para huir de la deuda en la que había sumido a Cataluña y culpó a España de que les roba, ni cuando se puso la estelada para esconder la corrupción de su partido bajo ella. Nadie le ha recordado suficientemente sus salvajes recortes ni lo que han robado los Pujol y Convergencia. Mas se ha subido al carro del procés como si lo hubiera inventado él y está tan convencido de su labor mesiánica que hasta parece que ha perdido la cabeza.
De cabeza vamos hacia un choque de trenes y en lugar de apartarnos, estamos pisando el acelerador. A veces uno tiene la sensación de que estamos en manos de pilotos suicidas. No es sólo la enemistad que crece entre ambos territorios o el trauma de una separación, es que Cataluña también se desintegra. Más problemática que la ruptura territorial puede ser la descomposición social. No sólo vamos a acabar más débiles, eso seguro, es que podemos acabar siendo vecinos que se odian.
Pero parece que no les importa ni a los del “sí” rotundo ni los del “no” categórico. Lo único que les importa es llevar la razón y llevarse los votos aunque se lleven por delante la convivencia. Se comportan como si quisieran acabar con este pesadísimo asuntode un reventón. Comparto el hartazgo, pero resolver las cosas mal, no acorta, dilata los problemas. La única manera de hacerlo bien por una vez es asumir que tendremos que reformar la Constitución para que los catalanes puedan decidir dónde quieren estar o para que todos quepamos en ella.
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