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Impuesto a los ricos

8 de junio de 2022 22:05 h

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En 2011, el entonces tercer hombre más rico del mundo, el financiero Warren Buffett, publicó en el New York Times un artículo tan insólito para un ricachón como controvertido para los neoliberales, titulado “Dejad de mimar a los megarricos” en el que pedía públicamente una subida de impuestos a las grandes fortunas para hacer frente a la crisis. A la iniciativa se sumaron, en Alemania, 50 multimillonarios que calcularon que un impuesto a los que ganasen más de medio millón al año podría resolver el problema de déficit público. Eso son patriotas y no los nuestros. Este martes, Unidas Podemos presentó en el Congreso una iniciativa para gravar a las grandes fortunas apoyado por toda la izquierda. Pero no toda la que se llama izquierda. El socio mayoritario del Gobierno, el PSOE, votó en contra. 

La Historia hay que conocerla no solo para no repetir sus errores, también para repetir sus aciertos. Uno de los primeros en proponer una tasa a la riqueza fue el presidente estadounidense, Theodore Roosevelt, a inicios del siglo pasado. Frente a los que, como Rockefeller, decían que los ricos ya cumplen dando trabajo, Roosevelt, respondió con una incontestable obviedad que suele obviarse: nadie se hace rico sin la participación de la sociedad, a la que corresponde una parte del beneficio. Hoy la derecha le llamaría comunista, entonces también le pusieron a caldo, pero cuando llegó a la presidencia impuso un gravamen del 15% a los que más ganaban. Un pequeño paso para un rico, un gran paso para su país. 

Nada en comparación con lo que vendría. En la I Guerra Mundial, en Estados Unidos había cuajado la idea de que si los pobres dan sus vidas en el combate, los ricos deben dar su dinero. El impuesto a las grandes fortunas llegó al 60%. Por supuesto, los plutócratas intentaron bajarse del carro en los felices años 20, en plena batalla de la patronal contra los sindicatos, pero llegó el crack del 29 y otro Roosevelt, Franklin Delano, decidió echar mano de los millonarios para salir de la Depresión. Es cierto que primero aplicó la fórmula que vimos en el reciente crack del 2008, rescatar a los bancos y empresas con el convencimiento de que reactivarían la economía. No funcionó y Roosevelt cambió de estrategia: aprobó un impuesto del 79% para los grandes ingresos y del 70% a los grandes patrimonios. El paro descendió del 25 al 10%. Arrasó en las siguientes elecciones. Rectificar es de sabios. 

Durante la II Guerra Mundial lo subió aún más, hasta el 81%, para evitar que los multimillonarios se enriquecieran con el conflicto, como había ocurrido en la Gran Guerra. En la recuperación, Harry Truman les obligó a dar 9 de cada 10 dólares de sus ingresos. Así se financió el Plan Marshall que ayudó a levantar Europa de los escombros. Pero a partir de los 60, cuando las cosas empezaron a marchar viento en popa, llegaron las exenciones, las rebajas y los paraísos fiscales, y el proyecto de redistribución de la riqueza fue poco a poco desmantelado por los neoliberales. Todo esto lo cuenta el periodista Sam Pizzigatti en un libro de título muy ilustrativo, Los ricos no siempre ganan: el triunfo sobre la plutocracia que originó la clase media (Capitán Swing). No es un hecho menor: el impuesto a los ricos generó las clases medias que son el sustento de las sociedades avanzadas y la base de un sistema de protección social. No hay democracia moderna sin clase media.

Estados Unidos creó la tributación progresiva y no era precisamente un país socialcomunista. De hecho, uno de los argumentos a favor del impuesto a los ricos era frenar el avance del comunismo de la URSS: demostrar que el capitalismo era tan próspero que podía dar bienestar a todo el mundo. El otro, fue el patriotismo: las grandes fortunas no se irán del país, se quedarán para salvaguardar sus libertades de las amenazas externas. El impuesto a los ricos ha servido para proteger a las democracias liberales, ahora en peligro, y a las clases medias, ahora empobrecidas. Nada más patriótico, democrático y anticomunista que hacer pagar a los que más tienen, decían. Menos ricos y menos pobres, dijo Eva Perón en su visita al régimen de Franco, de la que se cumplen esta semana 75 años. Hoy la derecha y la extrema derecha dicen justo lo contrario: más ricos y más pobres. 

Hoy la derecha y la ultraderecha sostienen que lo patriótico es defender al Emérito evasor y bajar impuestos a los que los evaden. Este martes afirmaron en el Congreso que una tasa para los ricos es “perjudicial para España”. Para la España que esconde su dinero en Suiza, quieren decir. Pasadles este artículo a los que les votan. En 2011, un desconocido Pedro Sánchez escribió en Twitter: “Rajoy a la derecha de la derecha europea: Rubalcaba propone un impuesto sobre grandes fortunas como Sarkozy, Rajoy se opone”. El martes, el ahora presidente se situó a la derecha de la derecha, junto a Vox, votando en contra de sus propias palabras. Dirigiéndose a Unidas Podemos, les advirtió que “lo que desmoviliza a la izquierda es señalar nuestras diferencias y no nuestras conquistas”. Lo que desmoviliza a la izquierda es que la izquierda haga cosas de derechas.

En 2011, el entonces tercer hombre más rico del mundo, el financiero Warren Buffett, publicó en el New York Times un artículo tan insólito para un ricachón como controvertido para los neoliberales, titulado “Dejad de mimar a los megarricos” en el que pedía públicamente una subida de impuestos a las grandes fortunas para hacer frente a la crisis. A la iniciativa se sumaron, en Alemania, 50 multimillonarios que calcularon que un impuesto a los que ganasen más de medio millón al año podría resolver el problema de déficit público. Eso son patriotas y no los nuestros. Este martes, Unidas Podemos presentó en el Congreso una iniciativa para gravar a las grandes fortunas apoyado por toda la izquierda. Pero no toda la que se llama izquierda. El socio mayoritario del Gobierno, el PSOE, votó en contra.