Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Andalucía ha cambiado al PSOE por el PP. Más que cambiar de ideología ha cambiado de hegemonía. Decir que se ha derechizado es asumir que el PSOE andaluz era de izquierdas cuando la realidad es que era un negociado. Una red clientelar que Moreno Bonilla no ha hecho más que calcar. Durante décadas, los socialistas lograron fundirse con el poder y que los andaluces confundieran al partido con el gobierno. El nuevo presidente estudió la lección y ha superado el examen cum laude. Será difícil sacarle de ahí como fue difícil sacar al PSOE. Ha ganado sin más programa que ladrillo y sombrilla, con el segundo peor dato de paro de España y después de despedir a 8000 sanitarios, pero qué importa todo eso si tienes una sonrisa entrañable y a la mayoría de medios les parece que eres el yerno ideal. Hoy lo que cuenta es la imagen de marca.
La marca socialista en Andalucía tiene la rosa marchita y las espinas del pasado aún hacen sangre. Además, el PSOE ha vuelto a regalar unas elecciones presentando a un candidato sin sal ni pimienta. Juanma es inofensivo pero agradable, Juan es inocuo. La marca Pedro Sánchez —como le ocurrió a la marca Pablo Iglesias— tampoco hace ganar votos sino perderlos. Está desgastada debido a los ataques ajenos y a los errores propios. El presidente no se entera de que la guerra de los medios se gana en los medios y la batalla con la derecha se gana con izquierda. Se gana dando la cara por tus políticas y partiéndotela por tus logros. Sánchez no defiende las unas ni rentabiliza los otros. Se ha bunquerizado como sus predecesores, acunado por los susurros de Tezanos que le dice que “es el más guapo y el más listo”, mientras sus rivales han conseguido convencer a la opinión pública de que es todo lo contrario.
Ciudadanos ha pasado a mejor vida después de cumplir la misión para la que fue lanzado al ruedo ibérico: era el contenedor de reciclaje que recogía los votos que el PP perdía por la corrupción. Cuando los populares se hundían y podrían haberlos superado, modernizando la derecha española, les dieron gobiernos y oxígeno hasta que se han recuperado y los votos han vuelto a su origen porque Ciudadanos no vino a sustituir al PP sino a parar a Podemos. Vox juega un papel parecido y correrá la misma suerte. Al tiempo. Las andaluzas han sido el primer aviso. No ha sido la izquierda, ha sido Olona la que ha parado al fascismo. La ultraderecha ha perdido casi medio millón de votos andaluces desde las generales de 2019 El Macarenazo ha acabado en torrija. Es la única buena noticia: la moderación gana al histrionismo, Moreno a Abascal, Feijóo a Ayuso.
Puede ser el indicio de que el ayusismo tiene frontera en Madrid y de que la ultraderecha tiene techo. No olvidemos que en Castilla y León han entrado en el gobierno con los mismos votos que obtuvieron en las generales, sin crecer en absoluto. También hay indicios de que vuelve el bipartidismo (que ha crecido por primera vez desde 2014) y de que mengua el espacio a la izquierda del PSOE (que ha bajado por primera vez desde 2014). Ha perdido 140.000 votos y ha pasado de 17 a 7 escaños. Por Andalucía, 5. Adelante Andalucía 2. Hubieran sido más si hubieran concentrado el voto: han perdido la mitad del porcentaje de votantes pero más de la mitad de diputados. No solo penaliza la división, penaliza la pelea. Penalizan las luchas ideológicas y estratégicas que alejan de la gente y de sus problemas. Penaliza creer que los medios son más importantes que los fines, las personalidades más que las personas.
Así es como han vuelto a los mínimos históricos de Izquierda Unida. A la irrelevancia. Al pasado en el que la izquierda salía a perder. Para este viaje no hacían falta estas alforjas. Se cierra el ciclo que inició el 15M y empieza el ciclo electoral que culminará con las generales del año próximo. La izquierda tiene que dejar de buscar excusas y encontrar soluciones. Tiene que dejarse de demoras y ponerse manos a la obra. No hay tiempo apenas para levantarse desde las cenizas, para recuperar el ánimo y el crédito, la ilusión y el entusiasmo. No hay tiempo para conquistas pero sí para mantener lo conquistado, para salvar la coalición y crear una alternativa. Petro en Colombia y Mélenchon en Francia han demostrado este fin de semana que sí se puede unir a las izquierdas y llevarlas muy lejos.
Vivimos tiempos de liderazgos fuertes. Como bien entendió Iglesias en su momento, la gente vota caras y carisma. Ahora mismo solo Yolanda Díaz reúne las características para acometer la reconstrucción en un espacio nuevo que aúne pluralismo y plurinacionalidad más allá de Unidas Podemos, que ha sufrido el mismo desgaste que su fundador. Si sus creadores no entienden que cumplió su cometido pero tiene que servir de rampa de subida, será la rampa de bajada que caerá sobre el cadáver como una lápida. A la ministra de Trabajo tiene que ir todo el apoyo sin ambigüedades ni medias tintas. Ayer ella escribió un tuit sobre los resultados en Andalucía que terminaba diciendo: “La ciudadanía nos espera”. Sí, la ciudadanía espera... y no puede esperar más.
Andalucía ha cambiado al PSOE por el PP. Más que cambiar de ideología ha cambiado de hegemonía. Decir que se ha derechizado es asumir que el PSOE andaluz era de izquierdas cuando la realidad es que era un negociado. Una red clientelar que Moreno Bonilla no ha hecho más que calcar. Durante décadas, los socialistas lograron fundirse con el poder y que los andaluces confundieran al partido con el gobierno. El nuevo presidente estudió la lección y ha superado el examen cum laude. Será difícil sacarle de ahí como fue difícil sacar al PSOE. Ha ganado sin más programa que ladrillo y sombrilla, con el segundo peor dato de paro de España y después de despedir a 8000 sanitarios, pero qué importa todo eso si tienes una sonrisa entrañable y a la mayoría de medios les parece que eres el yerno ideal. Hoy lo que cuenta es la imagen de marca.
La marca socialista en Andalucía tiene la rosa marchita y las espinas del pasado aún hacen sangre. Además, el PSOE ha vuelto a regalar unas elecciones presentando a un candidato sin sal ni pimienta. Juanma es inofensivo pero agradable, Juan es inocuo. La marca Pedro Sánchez —como le ocurrió a la marca Pablo Iglesias— tampoco hace ganar votos sino perderlos. Está desgastada debido a los ataques ajenos y a los errores propios. El presidente no se entera de que la guerra de los medios se gana en los medios y la batalla con la derecha se gana con izquierda. Se gana dando la cara por tus políticas y partiéndotela por tus logros. Sánchez no defiende las unas ni rentabiliza los otros. Se ha bunquerizado como sus predecesores, acunado por los susurros de Tezanos que le dice que “es el más guapo y el más listo”, mientras sus rivales han conseguido convencer a la opinión pública de que es todo lo contrario.