Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Hace unos 10 años asistí al festival de rock duro, rock urbano, hip hop y heavy metal nacional, Viñarock, y me quedé de piedra: había muchísima más gente que en todos los festivales que conocía -60.000 espectadores, aún recuerdo la cifra-, pero ninguna televisión o periódico nacional hablaba del evento musical más masivo del país. El mismo año, el Festival Internacional de Benicassim, con la mitad de espectadores, era la gran cita juvenil del verano que ocupaba las portadas de la prensa generalista. La explicación es simple. Lucha de clases en versión musical. En Benicassim el público era clase media, pudiente, universitarios, indies, modernos. En Viñarock, perroflautas, rastafaris, punkis, heavies, pies negros.
Desde entonces, la historia se ha repetido. Viñarock ha reunido este año a 200.000 personas, Benicassim a 115.000, pero la prensa sigue hablando del segundo (y de otros parecidos) infinitamente más que del primero. Vicente “Mariskal” Romero, el mítico locutor y fundador de Discos Chapa, me contaba que la famosa Movida madrileña tuvo siempre mucho menos público que la otra movida, la de los Leño, Barón Rojo, Asfalto, Bloque, Topo o Ñu, pero la prensa dominante hablaba mucho menos de esta música de obreros que de la música de la clase media que es la que ha quedado recogida en la crónica oficial. La Historia la escriben los vencedores, o sea, la burguesía. El proletariado no tiene quien escriba la suya.
Gramsci podría haber explicado su concepto de hegemonía con este ejemplo de nuestra escena musical. Los gustos de la clase media se imponen en el relato de la realidad pero hay una realidad al margen, marginal y marginada, tan amplia como ignorada. He podido comprobarlo haciendo radio. En todas las emisoras en las que he trabajado, estas músicas populares -populacheras para la élite- apenas tenían cabida. Sin embargo, cada vez que he dedicado mi programa a los clásicos de nuestro rock, el punk o el metal, he tenido la respuesta más entusiasta, multitudinaria y activa. Sus conciertos se llenan aunque no suenen en la radio. Abarrotan plazas de toros y de pueblo pero no salen en televisión. Su público no necesita que se hable de ellos para saber dónde encontrarlos y encontrarse. Se mueven al margen pero se saben mover.
Recuerdo, por ejemplo, la famosa primera maqueta de Soziedad Alkoholika que se agotó después de vender millares en conciertos, puestos y tiendas de barrio por todo el país. Casi nadie les pinchaba (ni les pincha), mucho menos salían (ni salen) en televisión, pero agotaban y agotan entradas y discos allá donde van. Tampoco nadie hablaba de Viñarock y ahí estaban esas 60.000 personas salidas de la nada llenándolo todo. Por entonces no había redes sociales, internet era un territorio a explorar, pero había otras redes que se tejen en las calles, en los barrios y en las plazas, en las fiestas populares y el banco del parque, con las litronas, los porros y las cervezas en el bar. Creo que esas clases populares, eternamente despreciadas, son el agente político más potente con el que se debe contar para el cambio y aún no se ha hecho lo suficiente por seducirlas.
A mucha de esa gente de barrio que vi en el Viñarock y llena los conciertos de rock, punk y hip hop, la he vuelto a ver en el 15M, las asambleas y más recientemente, en los círculos de Podemos o en los últimos mítines de Unidad Popular. Tiene sentido. Llevan toda la vida escuchando la música que mejor describe las injusticias que padecemos y la rabia de los desheredados contra la desigualdad. Cuando Pablo Iglesias habla de “la gente”, por abstracto que suene, creo que consigue conectar con ellos. La gente sabe que es gente. Por eso en el viaje al centro, en busca del voto de la clase media, donde dicen que está el meollo electoral, se corre el riesgo de alejarse de quienes están fuera del marco de la foto y son legión.
Esos nadies de los que nadie habla casi nunca se han sentido representados y por eso muchas veces no han ido ni a votar. Esos son los verdaderos autores del “no nos representan”. A esos es a los que hay que movilizar. Creo que el día que la izquierda haga el viaje a la periferia para reclutar a ese ejército, entonces tendrá posibilidades de conquistar y abarrotar el centro por abrumadora mayoría, como en un concierto de rock. Ese día los medios, como pasó con el 15M, van a alucinar.
Hoy a las 12h en www.carnecruda.es, Alberto Garzón, candidato de IU-UP a la presidencia del gobierno. www.carnecruda.es,
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Hace unos 10 años asistí al festival de rock duro, rock urbano, hip hop y heavy metal nacional, Viñarock, y me quedé de piedra: había muchísima más gente que en todos los festivales que conocía -60.000 espectadores, aún recuerdo la cifra-, pero ninguna televisión o periódico nacional hablaba del evento musical más masivo del país. El mismo año, el Festival Internacional de Benicassim, con la mitad de espectadores, era la gran cita juvenil del verano que ocupaba las portadas de la prensa generalista. La explicación es simple. Lucha de clases en versión musical. En Benicassim el público era clase media, pudiente, universitarios, indies, modernos. En Viñarock, perroflautas, rastafaris, punkis, heavies, pies negros.
Desde entonces, la historia se ha repetido. Viñarock ha reunido este año a 200.000 personas, Benicassim a 115.000, pero la prensa sigue hablando del segundo (y de otros parecidos) infinitamente más que del primero. Vicente “Mariskal” Romero, el mítico locutor y fundador de Discos Chapa, me contaba que la famosa Movida madrileña tuvo siempre mucho menos público que la otra movida, la de los Leño, Barón Rojo, Asfalto, Bloque, Topo o Ñu, pero la prensa dominante hablaba mucho menos de esta música de obreros que de la música de la clase media que es la que ha quedado recogida en la crónica oficial. La Historia la escriben los vencedores, o sea, la burguesía. El proletariado no tiene quien escriba la suya.