Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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La semana que empezó con la violencia policial en Linares, la paliza de dos policías a un hombre y su hija adolescente, los disparos con una escopeta de perdigones a los manifestantes y las detenciones arbitrarias con agresión, termina con el cierre de filas a favor de los antidisturbios, la demonización de las manifestaciones por culpa del vandalismo de una minoría y, cómo no, la acusación a Podemos de proporcionar las cerillas y la gasolina para la algarada. Ya no se habla de la violencia de la policía, ahora los violentos son los manifestantes. Ya no se habla de las instituciones liberticidas sino del libertinaje de la calle. No se habla de la basura del país sino del contenedor en llamas.
Dentro de ese contenedor que la prensa y las televisiones nos muestran en bucle, arden los debates sobre la libertad de expresión, la impunidad y brutalidad policial, la judicatura franquista, la dudosa calidad de nuestra democracia, la homogeneidad mediática o la falta de expectativas de la juventud furiosa. Una chica ha perdido un ojo por un pelotazo de los Mossos, policías hacen chistes sobre ella en sus chats internos, golpean indiscriminadamente a ciudadanos, pero lo que abre telediarios y programas de máxima audiencia es el escaparate roto.
No estoy en contra de toda violencia popular sino de las que no sirven al noble fin de proteger derechos o alcanzar libertades. No ha habido conquista social sin violencia, pero no toda violencia está justificada. Los saqueos y destrozos de tiendas son condenables porque nada tienen que ver con la legítima protesta contra la represión sino que sólo se sirven de ella para el beneficio particular, arruinando la lucha colectiva. Pero también es condenable cómo medios y partidos instrumentalizan el vandalismo de unos pocos para criminalizar a todos y desacreditar las protestas. Así funcionan las cosas y así nos las cuentan.
Todos los que hemos ido con frecuencia a manifestaciones hemos visto cómo muchos disturbios los provocan los mal llamados antidisturbios. Volvió a ocurrir en Valencia y Madrid estos días atrás, hay vídeos en los que se ve con claridad cómo cargan sin motivo generando el caos que deviene batalla campal. Por no hablar de las infiltraciones (que soy compañero, coño) y de cómo dejan que se produzcan los saqueos o los destrozos, mientras emplean la fuerza con quienes no hacen nada. A un amigo y colaborador de mi programa, que ni siquiera había participado en la manifestación, le agredieron unos policías que iban de caza a por presuntos alborotadores. Normalidad democrática, sigan circulando.
Está estudiadísimo. La Universidad de Princeton, peligrosa cuna de Premios Nobel y terroristas callejeros, analizó cómo la actuación policial había desatado la violencia en las protestas mayoritariamente pacíficas del Black Lives Matter. El culpable de los altercados siempre parece el que protesta, aunque muchas veces no lo sea. Esa visión unívoca, ciclópea, la construyen los cuatro poderes al alimón: político, económico, jurídico y periodístico. Hay un discurso hegemónico sobre en el que apenas caben las grietas o fisuras, no hay lugar para las disidencias ni las estridencias.
Podemos ha vuelto a caer en ese campo minado. En un giro imprevisible de los acontecimientos (nótese la ironía), se ha convertido en el culpable político de las algaradas. Por un tuit. Un solo tuit de Echenique, ni siquiera de Iglesias. Un tuit que no aplaude los disturbios ni llama a apretar en las calles, como hacía Torra. No, sólo aplaude la lucha antifascista y denuncia el uso excesivo de la fuerza policial. Pues ese solo tuit ha lanzado a los vándalos a la barbarie. El día que se organicen medianamente hacen caer la monarquía y toman el poder desde Twitter.
Hubiera bastado otro tuit de condena contundente de los destrozos como ha hecho Ada Colau. Me extraña que Podemos haya caído en una trampa que conoce bien, así que me inclino a pensar que quiere marcar distancias con el PSOE porque no consigue sacarle un indulto para el rapero. Es más impotencia que inocencia o torpeza. Un gobierno que se dice progresista debería excarcelar al músico y acabar con estos desórdenes que favorecen a los partidos de orden como Vox. No jugaría con fuego, nunca mejor dicho: la ultraderecha no deja de crecer y el malestar es terreno abonado.
El problema de la estrategia, además, es que se acaba hablando de la crisis de la coalición y de la izquierda incendiaria y no de las libertades ni de la crisis del PP. Ahora Casado está pidiendo la ilegalización del partido de Iglesias por incitar a la violencia, cuando deberíamos estar hablando de la ilegalización del PP como organización criminal. Si no puedes controlar el discurso, controla los daños. Estas manifestaciones se han vuelto contra la izquierda, a favor de la derecha y a favor de la represión.
Cuando nos muestren el contenedor en llamas, yo recordaría a Magritte. Esto no es un contenedor en llamas. Esto es la representación de la realidad de quienes dictan la opinión, es un símbolo de cómo funcionan las cosas, es la cortina de humo que oculta a quien mueve los hilos. Es también el hastío de una juventud que destroza el entorno porque el entorno le ha fallado. Cuando el político levanta el adoquín o la prensa señala al contenedor, en este caso hay que mirar la mano, hay que mirar al dedo.