Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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En la derecha española el golpismo es tradición como la paella los domingos. Cuando no gobiernan, son habituales sus llamamientos, más o menos soterrados, a desafiar el resultado de las urnas por los medios que sean necesarios. Dado que aún tenemos fresco el mal recuerdo del golpe militar, suelen apelar a otras formas más sibilinas, aunque no se descarta la algarada. Ahí estaba el chat de viejos militares invitando a acabar con veinte millones de rojos o las cartas con balas a ministros progresistas. Ahora lo intentan a través de las cloacas –jueces, policía y prensa– apoyadas por la calle. El trasfondo es el mismo: España les pertenece y tienen que salvarla de los malos españoles, liquidando a los traidores a la patria. Franquismo de manual. Ahí están la pancarta “Pedro Sánchez a prisión” y los vivas a Franco a las puertas de la sede socialista.
Nada resume mejor este espíritu golpista que la frase de Aznar para detener la amnistía y la investidura: “El que pueda hacer, que haga”. El general ha dado la orden y todos se han puesto a obedecerla. Por tierra, mar y aire. Jueces, policía, prensa. Las cloacas. Los tres ejércitos a una. La asociación mayoritaria de la magistratura, la APM, califica a la amnistía como “el principio del fin de la democracia”. En la misma línea, los vocales conservadores del Consejo General del Poder Judicial emiten un informe en el que aseguran que es “la abolición del Estado de derecho”. Poco me parece. Yo hubiera dicho que es el fin de la milenaria nación española y de la civilización occidental. Son los mismos que llevan cinco años desobedeciendo el mandato constitucional de renovar el órgano de los jueces. Se llaman “constitucionalistas” los que mandan la Constitución a hacer puñetas. Este lunes han celebrado un pleno para discutir una iniciativa legislativa que ni siquiera se conoce. Además de jueces, videntes. No juzgan, prejuzgan.
También se ha puesto a hacer de las suyas el juez de la Audiencia, García Castellón, conocido por sus intentos fallidos de acusar a Iglesias y miembros de Podemos basándose en informes falsos de la policía. No lo consiguió pero sí logró lo que quería: ruido mediático. Después de cuatro años de investigación, ha imputado a Carles Puigdemont y Marta Rovira por terrorismo justo ahora, coincidiendo con el posible fin de las negociaciones con los independentistas. La imputación se ha basado en el informe que la Guardia Civil ha terminado también justo ahora, a toda prisa, un mes antes de lo que los agentes habían anunciado. Hoy la noticia ha sido portada en toda la prensa. Los tres ejércitos a una. Han conseguido lo que querían: ruido mediático. Crispación, presión, oposición. El PP ordena, su ejército actúa.
La Brunete mediática está a tope. Pablo Motos se ha puesto al frente de la tropa. “Nunca antes había sentido vergüenza de ser español”, dijo en El Hormiguero a cuenta de la amnistía. Ni cuando los jueces y la policía maniobran en las sombras para hacer política, ni cuando un partido político se financia ilegalmente para concurrir a las elecciones, ni cuando ese mismo partido compra a diputados para ganar el poder, ni cuando abandona a ancianos a morir en residencias, ni cuando se abandona a la gente y se rescata a la banca... solo ahora Pablo Motos siente vergüenza de ser español. Su españolidad solo se siente herida cuando se intenta curar la herida que casi parte a España por Cataluña. La españolidad de la derecha no quiere recuperar la convivencia, quiere imponerse por la fuerza.
El cinismo es tradición de la derecha española como las torrijas en Semana Santa. Llaman “golpistas” a los catalanes aunque ni siquiera el Supremo lo consideró así, pero invocan el golpe blando de los jueces y añoran el golpismo franquista. La amnistía a los independentistas es odiosa pero la de los crímenes del franquismo es indiscutible. Juzgar a la dictadura es reabrir heridas, pero intentar cerrar las heridas del procés es dictadura. Ellos son los constitucionalistas, pero incumplen la Constitución cuando les beneficia. Tomar las calles es golpismo cuando lo hace la izquierda o el independentismo, cuando lo hace la derecha están salvando la democracia. Esperanza Aguirre comparó el 15M con movimientos totalitarios, sin embargo, este fin de semana se lanzaba a cortar la calle Ferraz en la concentración en la sede del PSOE. De cortar el tráfico sabe un rato. Piensa que la calle es suya, como Fraga.
También Feijóo que va convocando manifestaciones por todo el país para impedir que Sánchez consiga lo que él no ha logrado en las urnas. “Presidente ilegítimo” lo volverán a llamar como hicieron en la pasada legislatura, aunque tenga el apoyo de la mayoría de la Cámara. “Abolición del Estado de derecho” llamarán a la ley del olvido incluso aunque la valide el Constitucional. “Principio del fin de la democracia” la llaman quienes pasan por encima de ella para intentar hacer caer al gobierno. Los que tenemos dudas con la amnistía por la actitud victimista de los separatistas, no tenemos dudas de que sería peor que gobernaran los que hacen lo que haga falta para recuperar el poder que creen que les pertenece desde la cuna, como a la monarquía.
En la derecha española el golpismo es tradición como la paella los domingos. Cuando no gobiernan, son habituales sus llamamientos, más o menos soterrados, a desafiar el resultado de las urnas por los medios que sean necesarios. Dado que aún tenemos fresco el mal recuerdo del golpe militar, suelen apelar a otras formas más sibilinas, aunque no se descarta la algarada. Ahí estaba el chat de viejos militares invitando a acabar con veinte millones de rojos o las cartas con balas a ministros progresistas. Ahora lo intentan a través de las cloacas –jueces, policía y prensa– apoyadas por la calle. El trasfondo es el mismo: España les pertenece y tienen que salvarla de los malos españoles, liquidando a los traidores a la patria. Franquismo de manual. Ahí están la pancarta “Pedro Sánchez a prisión” y los vivas a Franco a las puertas de la sede socialista.