Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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No ha habido república independiente de Catalunya. Ni por un momento. Si la primera “duró” los 8 segundos que tardó Puigdemont en decir que tenía el mandato pero lo suspendía, ésta no ha llegado siquiera a nacer. Lo que votaron los diputados no fue una declaración de independencia, fue una propuesta que insta al Gobierno catalán a crear un nuevo estado, pero omitiendo la DUI en el documento. Se declaró sin declarar. El Gobierno catalán escribe su historia como la mística española, de paradoja en paradoja.
Lo que vimos, pues, fue un simulacro, un teatro, la representación que exigía el independentismo más impaciente. No se admitía un paso atrás y Rajoy no estaba dispuesto a dar al enemigo ni agua, así que se optó por ofrecer al público la imagen que pedía, mientras los responsables se cubrían las espaldas. La cara de funeral de Puigdemont mostraba que no era un nacimiento sino un entierro lo que allí se celebraba.
Que le pillaran tomándose un vermú mientras se emitía su discurso institucional también debería habernos dado una pista: uno no se va de bares a construir una república. Tampoco te vas a Bélgica a fundar el estado de Catalunya. Allí se ha marchado el expresident por consejo de sus asesores, para eludir a la justicia española. Por faltar, le faltó un discurso desde el balcón de la Generalitat y quitar la bandera del viejo país para poner la estelada. Qué menos.
Hay más pruebas de que no tenían intención de poner en marcha el nuevo país. El govern y la presidenta del Parlament han acatado la suspensión decretada por el Estado español sin rechistar ni crear un Gobierno paralelo. Es más, el PDeCAT y ERC concurrirán a las autonómicas del 21D y la CUP no lo descarta. Las elecciones que tendría que haber propuesto el independentismo para conseguir la mayoría aplastante que dicen tener, se las ha acabado convocando Rajoy, robándoles la mano y la iniciativa.
No hubo épica ni tampoco ética, visto lo visto, lo que hubo fue pragmatismo disfrazado de día histórico. Puede disculparse como parte de la estrategia para salvar el proceso y a sus líderes -intentan internacionalizar el conflicto apoyándose en la persecución judicial que van a sufrir-, pero algún día tendrán que explicarles a sus seguidores por qué les hicieron creer en la república inexistente de Catalunya.
Por las prisas de proclamarla sin el apoyo interior y exterior suficiente, pueden haberla malogrado y haber malogrado la oportunidad de ruptura con el régimen del 78 que el propio independentismo abrió. Al mismo tiempo que les debilita, este paso en falso ha cohesionado y revitalizado al bipartidismo que ya ha pactado su reforma constitucional de baja intensidad, está dando alas al continuismo de Ciudadanos y ha provocado un repliegue conservador en España que hace más difícil todavía el proceso constituyente y reconstituyente que necesitamos.
Al medir mal sus fuerzas y su legitimidad (no se funda un país con un 48%, se funda una fractura), ha conseguido ponerse en contra a media Catalunya y a gran parte de España, lo que puede haber sellado con silicona la ventana de oportunidad. La misma por la que se coló la nueva izquierda que también ha fracasado en ofrecer una alternativa de regeneración que no implique la ruptura del país. Tanto Podemos como los Comunes han quedado atrapados en esa ventana que se cierra.
Por reconocer el derecho a decidir de los independentistas (que jamás les votarán), muchos españoles han sentido que estos nuevos partidos no reconocían los suyos. La obsesión contra Rajoy, a veces parecía justificar la desobediencia de los separatistas más que la aplicación de la Constitución. Para rematarlo, Albano Dante de Podem se alinea con el independentismo y los anticapitalistas reconocen la República catalana. Bescansa advirtió de la pérdida de rumbo y Pablo Iglesias la apartó. Ahora él se da cuenta y, tarde y mal, le hace un 155 al partido en Catalunya. En este tiempo de islas mínimas, Colau también naufraga entre dos aguas.
Esta república ha nacido muerta y dificulta mucho que nazca una viva, catalana o estatal. El proceso soberanista puede haber sido el cierre del proceso que las fuerzas del cambio no fueron capaces de completar. Sólo el municipalismo y los movimientos de base pueden resucitarlo.
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