Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Los peores datos de muertos en la pandemia, la menor inversión en Sanidad y Educación, 0 euros en ayudas directas a las hostelería, pero abres los bares, sacas el patriotismo, gritas “libertad o comunismo” y la izquierda entra al trapo y ya lo tienes: el trumpismo de Ayuso arrasa. En todos los sentidos. En la gestión y en las elecciones. En estas, gracias a su independentismo a la madrileña, al procés madrileño, a su uso de la pandemia para hacer oposición al Gobierno.
La celebración de la victoria en Génova era la imagen que mejor explica su éxito: una fiesta a la madrileña sin distancia de seguridad en la que la gente se olvida de que existe la pandemia. Mi libertad por encima de todo, de la enfermedad y del vecino. Los muertos ya no importan tanto como cuando eran los muertos del socialcomunismo. Lo gritó Ayuso en el balcón de la sede del partido: “Ya está bien, ya está bien”. La gente está harta de coronavirus y el PP les ha invitado a unas cañas para olvidarse.
Después de un año de pandemia y hartazgo, ha ganado diciendo que podemos salir, que podemos divertirnos, que podemos hacer lo que queramos, que en Madrid se puede vivir como en ningún sitio de España, que los madrileños son mejores que nadie y que la izquierda es enemiga de nuestra libertad y de la unidad del Estado. Nacionalpopulismo de manual. Apelar al amor propio y odio al ajeno. Nosotros somos los buenos, los otros son el mal. No falla. No falló con Trump y Bolsonaro, no ha fallado con Ayuso.
La que ha fallado es la izquierda para ponerle freno. Le ha comprado el marco de discusión al rival, no ha conseguido desmontar su mala gestión ni tampoco hacer valer sus propuestas por encima del ruido. Si a todo lo anterior le sumas que el PSOE ha presentado a un buen hombre pero mal candidato, que Sánchez e Iglesias han movilizado más a los contrarios que a los suyos, gracias también a la campaña en contra de la mayoría de medios de la capital, el resultado es la victoria apabullante del ayusismo, que es una victoria del españolismo frente a la pluralidad y la plurinacionalidad.
No se puede negar que es un varapalo al sanchismo, al Gobierno de coalición y a sus alianzas con los nacionalistas. No afectará a su estabilidad de momento, al contrario, creo que obliga a mayor unidad y mejor comunicación. Pero Madrid no es España dentro de España ni Ayuso es Casado ni tampoco hay elecciones generales mañana ni habrá pandemia dentro de dos años. Madrid ya era una comunidad muy de derechas, el PP ha construido un suelo sólido desde que robó las elecciones hace 25 años y la presidenta convocó estos comicios para llevarse los votos de Ciudadanos que además le han puesto la catapulta. Su triunfo es inapelable pero no tan sorprendente.
Lo que es más sorprendente y preocupante es que haya ganado en los barrios obreros y que la alta participación no haya beneficiado a la izquierda sino a la derecha. El progresismo tiene que hacer examen de conciencia. El camino lo ha mostrado Mónica García que ha superado al PSOE porque ha sido la única que ha conseguido articular un discurso amplio de crítica y proposición. Los socialistas llevan un cuarto de siglo entregando Madrid y han terminado entregando también la oposición. Es difícil combatir con razones a la sinrazón y el corazón. Difícil argumentar frente a un discurso zombi que sólo repite “libertad”, “cañas”, “comunismo”, “madrileños”, “España”. La clave está en salirse de ese marco tan estrecho y ofrecer soluciones reales a los problemas materiales.
El primero que ha hecho autocrítica es Pablo Iglesias que deja la política institucional porque comprende que se ha convertido en la némesis perfecta de la derecha. Ningún político en este país ha tenido que soportar ese acoso y derribo. Lideró un cambio tan importante que se lo han hecho pagar. La mala noticia es que resulta muy complicado transformar España sin que te crujan. La buena noticia es que tomará el relevo Yolanda Díaz, una política contundente pero serena, que no se mueve a golpe de tuit y busca el consenso más que la confrontación, por lo que es mucho más difícil de demonizar, aunque no dejarán de intentarlo.
La buena noticia también es que la victoria de Ayuso es un arma de doble filo con la que Casado se puede cortar. La revolución ayusista puede provocar una radicalización del PP que no funciona en toda España y es también un revulsivo para la izquierda si aprende las lecciones. Toca rearmarse y reanimarse. Toca sacarnos de esta crisis, procurar bienestar y rescatar a los que se descuelgan, hacer que la política sea útil a la gente. No toca hacer frente al ruido con más ruido sino con derechos y libertades, feminismo y ecologismo, igualdad y pluralismo. Al trumpismo se le ha derrotado, al ayusismo también se le puede plantar cara. Queda partido.
Los peores datos de muertos en la pandemia, la menor inversión en Sanidad y Educación, 0 euros en ayudas directas a las hostelería, pero abres los bares, sacas el patriotismo, gritas “libertad o comunismo” y la izquierda entra al trapo y ya lo tienes: el trumpismo de Ayuso arrasa. En todos los sentidos. En la gestión y en las elecciones. En estas, gracias a su independentismo a la madrileña, al procés madrileño, a su uso de la pandemia para hacer oposición al Gobierno.