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A Rosa Montero

Por lo visto, a Marruecos no hay que hacerle enfadar, así lo admite nuestro periódico. Estamos a merced de este impresentable reyezuelo de una de las dictaduras más siniestras del mundo y hemos decidido seguir así. De hecho en este artículo apenas se menciona el tema del Sáhara, que sin duda es un asunto que agrada poco al sátrapa Mohamed VI, ante el cual se arrodillan nuestras autoridades. Incluso los presidentes y jefes de Estado españoles realizan el primer viaje a rendir pleitesía a semejante estafermo con chilaba, en lugar de visitar a los saharauis en los campos de refugiados.

¿Por qué? Sin duda porque el volumen de negocio que obtienen de Marruecos es suficiente para perder la dignidad. Quizá el primer acto público de Juan Carlos I, entonces el heredero de Franco, fue visitar el Sáhara. ¿Qué hizo allí? Pues no sabemos bien, quizá algún negocio, porque el caso es que desde entonces el Sáhara es tema tabú (también para el PSOE, por cierto, que dejó de recibir al Polisario). Luego el tal Juan Carlos fue rey (quizá algo grave habríamos hecho para merecer semejante castigo) y se consideró primo o algo así del dictador de Marruecos. Parece normal en el heredero político del general africanista de voz aflautada que asoló el país durante casi cuarenta años. Del Sáhara el rey Juan Carlos no volvió a acordarse. Estaba en otra cosa: cazar osos y elefantes, diseminar esperma por Europa, regatear en su yate, cosas así. Pero el caso es que España fue la potencia colonizadora del Sáhara y decidió venderla a otros estados, sobre todo a Marruecos. A cambio ¿de qué?

Lo que obtuvieron con esto no lo sabemos, lo que sí conocemos es el precio que han pagado los saharauis. El caso de Zahra es un ejemplo más. Nació en los campamentos de refugiados, hija y madre de españoles, pero no puede obtener la nacionalidad española, después de dieciocho años viviendo aquí, la mayor parte de ellos trabajando como enfermera, pagando impuestos, con dos hijas españolas y tras solicitar repetidas veces la nacionalidad, siempre con la misma respuesta: o vuelva usted mañana o que nones. ¿Por qué? Pues porque (¡ojo al dato!, como dirían los “monstruos de la radio”) no es nacional de “ningún país reconocido por España”. Ese derecho, del que goza un ciudadano de cualquier país, se le niega a los saharauis… para no enfadar al tirano que se llama Mohamed VI (y para no perjudicar los muy saludables negocios que tienen algunos en Marruecos).

Aquel Gobierno del dictador Franco se comprometió, como potencia colonizadora, a que en los territorios del Sáhara habría un referéndum. ¿Lo ha cumplido? Estamos hablando ya de generaciones que han nacido y vivido en unos campamentos de refugiados. Pero ahora les negamos la nacionalidad. Es fácil solidarizarse con Charlie Hebdo, los palestinos o las víctimas de un tornado… la cosa es un poco más complicada cuando nosotros tenemos parte de la culpa y obtenemos beneficio de ello.

Es un escándalo, querida Rosa Montero, como bien decías hace casi un año comentando el caso de Zahra, que es el otros muchos: hagamos de esto un escándalo.

Por los saharauis, desde luego. Pero también por nosotros: nos debería dar vergüenza que el caso de Zahra, que es el de todos los nacidos en los campamentos de refugiados, no nos pusiera en pie. Nos debería dar vergüenza que ese que se hace llamar Felipe VI hiciera su primer viaje como rey a Marruecos, a arrodillarse ante el dictador local, un tal Mohamed también con el número 6. Hay una antigua colonia española cuyos habitantes viven en campos de refugiados y ese tipo, el rey de España, se va a darle besitos al reyezuelo de Marruecos, igual que hacía Franco. Tal para cual. A esos refugiados, hijos de españoles y con hijos españoles en muchos casosy madres, que llevan años trabajando en España, les negamos la nacionalidad, porque no reconocemos su Estado. ¿No dan ganas de llorar o de coger un arma?

Mi pregunta, querida Rosa, es sencilla: ¿por qué no hemos hecho de esto un escándalo? ¿Tanto nos importan los negocios de los ricos en Marruecos? ¿Tan poca vergüenza tenemos? ¿Tan fácil y tan barata nos resulta la solidaridad con lo que no nos señala como culpables? ¿No sería un escándalo, querida Rosa, que esto no nos escandalizara?

Por lo visto, a Marruecos no hay que hacerle enfadar, así lo admite nuestro periódico. Estamos a merced de este impresentable reyezuelo de una de las dictaduras más siniestras del mundo y hemos decidido seguir así. De hecho en este artículo apenas se menciona el tema del Sáhara, que sin duda es un asunto que agrada poco al sátrapa Mohamed VI, ante el cual se arrodillan nuestras autoridades. Incluso los presidentes y jefes de Estado españoles realizan el primer viaje a rendir pleitesía a semejante estafermo con chilaba, en lugar de visitar a los saharauis en los campos de refugiados.

¿Por qué? Sin duda porque el volumen de negocio que obtienen de Marruecos es suficiente para perder la dignidad. Quizá el primer acto público de Juan Carlos I, entonces el heredero de Franco, fue visitar el Sáhara. ¿Qué hizo allí? Pues no sabemos bien, quizá algún negocio, porque el caso es que desde entonces el Sáhara es tema tabú (también para el PSOE, por cierto, que dejó de recibir al Polisario). Luego el tal Juan Carlos fue rey (quizá algo grave habríamos hecho para merecer semejante castigo) y se consideró primo o algo así del dictador de Marruecos. Parece normal en el heredero político del general africanista de voz aflautada que asoló el país durante casi cuarenta años. Del Sáhara el rey Juan Carlos no volvió a acordarse. Estaba en otra cosa: cazar osos y elefantes, diseminar esperma por Europa, regatear en su yate, cosas así. Pero el caso es que España fue la potencia colonizadora del Sáhara y decidió venderla a otros estados, sobre todo a Marruecos. A cambio ¿de qué?