Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.
I have a dream...
Yo también tengo un sueño, por eso seguiré las noticias sobre esa opaca Comisión de Secretos: para ver si se cumple.
Me encantan las novelas de espionaje, no puedo evitarlo, y a veces he llegado a pensar que la culpa la tiene Francisco Paesa, una leyenda en mis dos infancias: la real y la que me obligan a sufrir como ciudadano (¿o súbdito?) español.
De mi infancia real recuerdo bien al “industrial español Francisco Paesa”, sintagma que se convirtió en frase lexicalizada, como llamar, por ejemplo, a Rodrígo Díaz de Vivar “el que en buen hora ciñó espada”:
“Dewi Sikarno, acompañada por el industrial español durante un baile de puesta de largo”, podía leerse en las revistas o en las páginas de huecograbado del ABC.
Lo de la industria a mí me sonaba a fábricas humeantes y monos manchados de grasa, pero salía un señor bajito y circunspecto, con aspecto de lechuguino, encorbatado, inofensivo, almidonados cuello y puños de la camisa, y siempre con unas gafas con cristales del tamaño del parabrisas de un utilitario.
¿Sí, verdad? Pues resulta que al parecer iba por ahí con tipos muy peligrosos: vendiendo misiles a ETA y cerrando negocios y operaciones secretas con mafias rusas o con Felipe González.
Parece, claro está, un personaje de Le Carré y muy bien podría interpretarlo Gary Oldman.
Y tengo un sueño, llámalo una visión, una revelación si tú quieres.
El industrial español mantiene un romance secreto con la doncellita andante Corinna, la de la Corona.
Para el papel de Corinna había pensado en Jessica Lange.
Nada indica que sea verdad (de momento), pero no es tan disparatado, vamos, me parece a mí.
Así mis dos infancias se reconciliarían una con la otra.
De esa infancia suplementaria que me ha caído encima por haber nacido en España, donde se trata a los ciudadanos como si fueran críos molestos, pero mentecatos; me ha quedado, como a todos, el vago recuerdo de las truculentas trapisondas que de Paesa se cuentan a las órdenes de varios gobiernos: la ETA, el GAL, el caso Roldán, cómo fingió su propia muerte en Tailandia y hasta la creación de un ejército de mercenarios para un golpe de Estado en Guinea.
En mi segunda infancia de propina, también seguí con cierto interés los tejemanejes del caso Flick, el empresario alemán que dicen que financió al PSOE, si bien Felipe González respondió con su habitual gracejo: “No he recibido ni un duro, ni una peseta, ni de Flick ni de Flock”.
Balzac decía que detrás de cada gran fortuna hay un gran crimen. O varios. Incluso en Alemania. El padre del Flick de Felipe fue condenado a prisión por el tribunal de Nüremberg, ya que financió al partido nazi durante años. Un angelito: también esclavizó en sus industrias (éstas sí sucias y grasientas) a casi cincuenta mil prisioneros de campos de concentración.
El caso es que un nieto de este filántropo, sobrino del Flick y Flock de González, tuvo un lío de pronóstico con la tal Corinna, en uno de los intervalos que la señora pasó entre matrimonios.
Todo encaja.
Esta Corinna Larsen se hace llamar “zu Sayn-Wittgenstein”, que es el apellido de su segundo marido, del que se divorció hace años. También se hace llamar “princesa”, un título inexistente en Alemania.
No me queda claro cuál es su profesión. Quizá sus labores. Quizá adjunta a la Corona. Quizá la filantropía. El caso es que dicen que viaja con el rey Juan Carlos, por ejemplo a cazar elefantes.
Los ricos ociosos son gente tolerante, con la amplitud de miras que proporciona una cartera repleta, así que el primer marido de Corinna acompañó a la parejita en la simpática escapada. También iba el hijo del segundo marido de Corinna.
El exmarido de Corinna declaró con desenvoltura: “Yo sé que hay gente a la que esta situación (el rey, su exmarido, el hijo de su otro marido) le puede parecer algo insólito o extraño. Pero, sinceramente, ¿a quién le importa? Era un viaje familiar. Somos libres de vivir nuestra vida como queramos”.
Por mí, como si se operan (cosa que al menos el rey siempre se mostrará dispuesto a hacer). Sin embargo, puesto que Juan Carlos es nuestro empleado y le pagamos el sueldo, deberíamos tener información sobre qué invitaciones acepta y dónde está, porque a lo mejor no nos da la gana de consentirlo.
El exmarido ha dicho también que aquella cacería “era, sobre todo, el viaje de dos personas mayores que querían estar en la selva juntos”.
Va a ser eso sí. Qué entrañable. A ver si se me van a empañar los ojos. Me hago una idea: como el IMSERSO, si cambias Benidorm por Botsuana.
En resumen, todos estos tipos y las adjuntas que alternan y polinizan con ellos se conocen de toda la vida, de todas las fiestas, regatas, pistas de esquí, hipódromos y emiratos hospitalarios.
Así que nada tendría de raro que se cumpliera mi sueño: el de reunir mis dos infancias, la real y cronológica, y la crónica y patriótica que me corresponde como español.
Cuánto daría porque la Comisión revelara un secreto capaz de reconciliar dos infancias.
Algo así: que Corinna, la de la Corona, ha efectuado un viaje privado a Bengala con el industrial español Francisco Paesa. Algo enternecedor, el típico viaje de dos personas ya mayores, con mucho trote encima, que sólo quieren, como cualquiera, estar juntos cogidos de la mano en alguna acogedora selva bengalí, matar dos o tres tigres y, tras compartir un cola-cao calentado en el camping-gas, acercar estambres y pistilos mirándose a los ojos y, de paso, cerrar algún negocio, un golpe de Estado o una conspiración internacional.
Ya se sabe: descubrir los placeres sencillos que dan sentido a la vida.
Y aunque a algunos les pueda parecer insólito o extraño, no estaría mal que fueran acompañados del rey, de Urdangarín, ese otro industrial español, y de Froilán, el pequeño pero certero tirador de rifle, y su distinguido padre calzado con escarpines y con el pinganillo en la oreja, debajo del salacot.
Sinceramente, ¿a quién le importa?
Yo también tengo un sueño, por eso seguiré las noticias sobre esa opaca Comisión de Secretos: para ver si se cumple.
Me encantan las novelas de espionaje, no puedo evitarlo, y a veces he llegado a pensar que la culpa la tiene Francisco Paesa, una leyenda en mis dos infancias: la real y la que me obligan a sufrir como ciudadano (¿o súbdito?) español.