Carta desde... Francia, la gran batalla sobre las cenizas del bipartidismo

  • Nueva entrega de la serie de 'Cartas desde...' diferentes países de Europa, escrita por periodistas locales para que entendamos mejor su realidad ante las próximas elecciones

Queridos conciudadanos europeos:

Gobierna Albert Rivera. La única fuerza de oposición capaz de rivalizar con Ciudadanos es Vox. Pongamos que cada uno tiene un 22% de las intenciones de voto. Entre el arco parlamentario fragmentado, y con la mitad de apoyo popular que los dos principales partidos, vienen después el PP y Podemos -versión cal viva más que edición magdalenas-. El PSOE, por su parte, se pelea para no ahogarse por debajo de la barra del 5%, que significaría no conseguir ningún diputado en el Parlamento.

A muchos de vosotros ese escenario os parecerá una distopía. Es más bien una realidad paralela. No la de otro galaxia muy lejana, sino la de un país vecino: Francia y su campaña para las elecciones europeas. Cierto es que no es exactamente así. Emmanuel Macron no es un clon de Albert Rivera: el presidente francés ha sabido robar electores a su derecha y a su izquierda para superar a los dos viejos polos del bipartidismo. El Reagrupamiento nacional (RN), ex Frente Nacional, tampoco es un calco de Vox. En temas económicos la extrema derecha francesa es más intervencionista y en temas de sociedad y moral es menos reaccionaria. Los Republicanos (LR) no son justo lo mismo que el PP, aunque también se han derechizado últimamente. La Francia insumisa (LFI) no surgió de un 15M interpretado por unos politólogos entonces desconocidos, sino de un disidente del PS. Ese último partido tiene dos letras menos que el PSOE y muchas dudas más. Y entre LFI y el PS, tanto por expectativas de voto como por posicionamiento ideológico, tenemos a los Verdes, mientras que en España Equo ni siquiera ha podido llegar a un acuerdo para participar en las europeas.

Eso, en un artículo de prensa, no debería hacerse. Es un exceso de simplificación. Pero me han pedido hacer otra cosa, me han propuesto que escriba una carta. Y yo en mis cartas, en las escasas -¡ay de mí!- postales que sigo mandando, suelo explicar a mis destinatarios que Gran Vía y sus musicales son un poco el Broadway madrileño mientras que las tiendas del Passeig de Gràcia recuerdan a las boutiques de los Campos Elíseos.

Estimados destinatarios españoles, me vais a perdonar la esquematización. Pero es que además los que han empezado a esquematizar han sido ellos. LREM, el partido centrista de Emmanuel Macron, y el RN, la formación ultra de Marine Le Pen, parecen encantados de haberse conocido mutuamente. Reducen las elecciones a una competición entre dos.

Macron no es cabeza de lista en las elecciones europeas, pero como si lo fuera. Multiplica su presencia en los mitines y sus visitas a los candidatos. “Se trata de elegir entre quienes deseamos reconstruir Europa y quienes prefieren dividirla”, ha dicho en una de sus intervenciones. Para cualquier demócrata hostil a unas propuestas xenófobas y populistas, la decisión parece fácil. “¡No os queda otra!”, llega a gritar Macron en un video de campaña, “¡Sólo hay una elección posible y es sencilla!”. Como cuando ese elector tuvo que elegir entre Macron y Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales en 2017: un 66% eligió a Macron, un 34% a Le Pen.

La que sí es cabeza de lista, la exministra para asuntos europeos, Nathalie Loiseau, ha explicado al candidato de LR, François-Xavier Bellamy por qué no quería debatir con él en la televisión: “Sólo he aceptado un debate con [el candidato de extrema derecha,] Jordan Bardella, porque estamos en un momento peligroso de la construcción europea”. Y ha terminado de rematar al conservador: “Ya me hubiera gustado, Sr. Bellamy, que sea usted el que nos siga en las encuestas”. O no.

Para la extrema derecha, poder presentarse como única alternativa posible al poder macronista es un regalo caído del cielo. Desde su mediocre debate televisivo contra Macron en la campaña de 2017, Marine Le Pen ha tenido que esperar la cristalización de todos los descontentos particulares en las masivas y repetidas marchas de los chalecos amarillos para volver a sacar la cabeza del agua. Hoy, puede elevar el tono: “Hay que parar a Macron, son las únicas elecciones nacionales antes de las presidenciales, la última salida antes de la autopista. La única forma de detener la política antisocial, la apertura total de las fronteras, la política del desprecio, es que Macron pierda esas elecciones, que no llegue primero”. Ni se molesta en hablar de Europa. ¿Para qué? Es más eficaz presentar esos comicios como un referendum: sí o no a Macron.

Ya sabéis, apreciados compatriotas del continente, que los conceptos políticos de izquierda y derecha se inventaron en Francia. En la Asamblea constituyente de 1789, los que querían defender un veto del rey en la futura Carta Magna se sentaron a la derecha del presidente de la Cámara; los que no querían limitar el poder de los representantes del pueblo se sentaron a su izquierda. Y más o menos así hasta que en las últimas presidenciales, el viejo bipartidismo francés entre PS y LR saltó por los aires.

Hoy, algunos quieren un duelo con dos nuevos polos: progresistas y nacionalistas, según la terminología de Macron; patriotas y mundialistas, prefiere decir Le Pen; liberalismo o extrema derecha, si se observa el partido desde la grada. Un nuevo maniqueísmo que deja poco hueco para hablar de los temas en los que la UE podría tener un papel crucial: la crisis medioambiental, los retos demográficos, la robotización de la economía, el nuevo protagonismo de China o Rusia en el tablero geopolítico… En las últimas europeas, las de 2014, sólo acudió a votar el 42% de los franceses. Aprovechando el miedo para secuestrar el debate, ¿movilizarán a más electores?

Un abrazo transpirenaico,

Mathieu