Adela Cortina aborda con naturalidad las aristas que la política y la sociedad presentan desde el punto de vista de la ética. Su análisis es sencillo y certero. Tras dos años de pandemia, una guerra en Europa y unos indicadores económicos volátiles y pesimistas, la política ha perdido credibilidad, la sociedad está “fragmentada” y lo que denomina la “economía de la atención” ha hecho que el mensaje mediático se centre en muy pocos temas mientras se obvian otros que, según afirma, deberían solucionarse desde ya: las migraciones, la pobreza, las situaciones de exclusión y la falta de recursos.
La catedrática emérita de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Valencia, doctora Honoris Causa por numerosas universidades españolas y conocida por su dilatada trayectoria como ensayista, filósofa, pensadora y analista, ha sido uno de los máximos exponentes del pensamiento crítico debido a su ponencia-marco en la primera jornada del XIV Congreso Estatal de Trabajo Social que acoge el Pabellón Ferial de Ciudad Real. Con ella repasamos algunas cuestiones desde el prisma de la ética pero también como fenómenos sociológicos que necesitan “espacios de deliberación serena”.
¿Qué papel cree que cumple actualmente el trabajo social tras más de dos años de pandemia y una crisis que también ha golpeado a esta profesión?
Ha golpeado a todas las profesiones pero la verdad es que justamente ahora hay más trabajo social que nunca por hacer porque la situación de la gente es cada vez peor. Ha aumentado enormemente la falta de alimentos, de atención, de personas sin hogar. Los desvalidos y desamparados de siempre están todavía peor que en ocasiones anteriores. Hacen falta trabajadores sociales como nunca y en ese sentido hay que animar a la gente que autónomamente quiera crear empresas de trabajo social, y a los municipios y comunidades autónomas a que generen esos puestos, porque ha aumentado esa urgencia y esa necesidad. Tanto las entidades privadas como las públicas deben intentar potenciarlo.
Su ponencia-marco versa sobre la ética y la deontología para la calidad en esta profesión. ¿Cómo pueden garantizarse esos pilares básicos en una profesión tan denostada en los últimos años como ha sido el trabajo social?
La esencia de la profesión sigue siendo la misma: trabajar por los desprotegidos y vulnerables en la sociedad. No ha cambiado en absoluto. Se trata de un trabajo donde además existe una sensibilidad especial para darse cuenta de la situación de las personas que sufren. En ese sentido, es una conexión maravillosa entre la sociedad y los más débiles, con el trabajador haciendo de mediador. Es una tarea que nos beneficia a todos, porque si no existieran, la gente vulnerable estaría muchísimo peor y eso es lo importante, darse cuenta de que un trabajo ofrece un bien a la sociedad.
Hablamos también de un trabajo que se realiza en primera línea contra la pobreza, para gestionar la emergencia social, la dependencia y las situaciones de exclusión, que a veces parece que no existen. ¿Se han ido invisibilizando cada vez más?
Vemos continuamente situaciones como las de los bancos de alimentos, que yo nunca pensé que vería algo así en el siglo XXI, y estamos viendo las cifras que se dan continuamente de la gente en nivel de exclusión y pobreza, de familias en las que no entra ni un solo sueldo. Sí que lo sabemos, pero también es verdad que los medios de comunicación insistís mucho más en la denominada “economía de la atención”, es decir, construir personajes que son atractivos para todo el mundo e insistir continuamente en esas figuras, que son las que llaman la atención y que normalmente son los políticos.
Se saca a representantes de partidos políticos y es lo que vemos a todas horas, de un partido o de otro partido, dependiendo de la prensa que sea. Es lo que vemos todo el tiempo y eso sí que no falla. Los demás quedan un poco marginados. Pero no solo los pobres, también los inventores, los científicos o los investigadores. Todo tiene que ver con esa necesidad de llamar la atención. Y una persona sin hogar o un grupo de inmigrantes desgraciadamente no atrae mucho.
Hablamos ya de crisis económicas y socio-sanitarias, prácticamente enlazadas unas con otras. ¿Cree que vivimos en continuo estado de crisis?
Tienes toda la razón, porque no hablamos más que de ellas. Pero si tuviéramos tantísimas estaríamos todos fuera de juego. Es cierto que hay un aumento del desempleo, de la pobreza, pero hablar de crisis es hacerlo de una situación crítica, aquella en la que algo se va a decantar en un sentido o en otro como ocurre con las enfermedades: evolucionan hacia la salud o hacia la muerte. Eso es en realidad una crisis. Pero ahora es un concepto que hemos llevado a la sociología y da la sensación de que cuando hablamos de una situación de aumento de desigualdad ya estamos en crisis. Y no. Estamos en esa situación, pero las sociedades no se mueren, resisten aunque los desfavorecidos cada vez lo están más.
Hay que hacer una llamada clarísima hacia todo ello como hacen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), de los que estamos a años luz. Para eso han que intentar acabar con la pobreza ya. Nos hemos comprometido a ello a nivel mundial. Lo que pienso es que hay que hablar menos de crisis y más de ponerse manos a la obra. Tenemos que ponernos de acuerdo porque es absolutamente indecente que en pleno siglo XXI, cuando hay más recursos que nunca, haya este nivel de pobreza que con la pandemia ha aumentado muchísmo más.
De acuerdo con esas reflexiones que realiza, si hablamos de la clase política, de la actitud política o incluso del lenguaje político ¿dónde encontramos la ética?
Debería haber una ética política, es decir, alcanzar las metas por las que la política tiene legitimidad moral. Igual que el trabajo social tiene por meta ayudar a los desfavorecidos y, si no lo hace, pierde toda su legitimidad, la política tiene también una meta que es conseguir el bien común. Y si no lo hace, se deslegitima. Seguimos todos los pasos de la democracia, pero en cuanto a la sustancia, hay una deslegitimación enorme porque los ciudadanos nos damos cuenta de que los representantes políticos no están buscando ese bien común, sino conseguir votos que dan un enorme poder. Si la política tiene un sentido, tiene que haber una ética de la política. Pero cuando nos damos cuenta de que los representantes están buscando su bien particular, la gente sabe que no buscan la meta por la que existen y se pierde credibilidad. Y en los representantes políticos ya no cree nadie.
Siguiendo con la ética, esta semana ha sido muy cuestionada la actitud del Rey emérito tras su paso por España. ¿Cómo lo valora?
Creo que en nuestro país nos tenemos que acostumbrar a que esto es un Estado de Derecho en el que el poder judicial dice si alguien ha cometido o no un delito. Y que quienes tienen que decidir eso no son los ciudadanos ni los medios de comunicación, sino los jueces. Porque si no, aquí condenamos a todo el mundo a la pena de telediario.
En los casos de conflicto y de litigio, una vez hay sentencia, se puede acatar o recurrirla. Pero no hay más explicaciones. Que se le juzgue, y si no, no creo que haya que darle más relevancia. Porque, en este momento, lo más importante es la cantidad de familias y de inmigrantes que lo están pasando mal y no paramos de hablar de todas estas cosas. Me enerva que pase eso cuando están pasando cosas mucho más graves. Nos encontramos de nuevo con la “economía de la atención”. Los políticos son felices porque es su momento de chupar cámara de un lado o de otro. Pero, por favor, en política tiene que haber prioridades y deberían estar muy claras: que la gente vea bien protegidos sus derechos sociales, políticos, económicos y culturales, que hoy en día no es así.
Hemos pasado de la sociedad autoritaria de Franco a una pluralista y eso hay que respetarlo. Se tiene que poder debatir
¿La polarización del lenguaje tanto social como político ha contribuido también a que reformas legislativas como la del aborto no consigan un consenso?
En sociedades pluralistas, una vez que se sale de los mínimos éticos, hay gran cantidad de puntos de vista, unos más reflexionados y otros menos. No existe una sola respuesta ética. Desde esa perspectiva, cuando una ley se pone en marcha, eso es lo legal, pero otra cosa es que no se esté de acuerdo con que se ha aprobado porque el pluralismo moral sigue existiendo. Por eso siempre habrá posiciones y visiones distintas desde el punto de vista moral, y eso es respetable. Se nos tiene que meter en la cabeza. Hemos pasado de la sociedad autoritaria de Franco a una pluralista y eso hay que respetarlo. Se tiene que poder debatir.
¿Y qué ocurre cuando por ejemplo choca el derecho de la mujer a abortar y el de los médicos a la objeción de conciencia?
Eso es también reflejo de una sociedad pluralista y eso es una riqueza, porque no hay una sola ética. Todo el mundo no tiene por qué pensar como tú y hay que respetarlo. Si un médico entiende que eso es quitar una vida, tiene que poder objetar.
Hemos conocido también en los últimos días varios casos de violaciones grupales. Algunos expertos y expertas han apuntado a la pornografía y a la falta de educación sexual. Tampoco paran los crímenes de violencia machista. ¿Cree que existen algunos otros factores que lo provoquen?
Yo creo que siempre ha habido esos crímenes, pero ahora se sabe más. También es cierto que en otros tiempos hubo más represión y a estos chicos que están haciendo estas salvajadas se les hubiera administrado el garrote vil sin más, pero no es esa la solución, no lo es. Todo el mundo entiende que la solución es una mayor educación en la infancia, demostrando cada día la igualdad. Pero luego hay que considerar muchas cuestiones sociológicas como la cantidad de gente joven que se siente inferior y que cuando va en grupo, se sienten más fuerte. Es todo una trama psico-sociológica tremenda que se da también en los casos de acoso escolar, con unos cabecillas y otros que le siguen. Es lo que pasaba en la película 'La jauría humana', cuando cada uno por separado no hubiera hecho nada, pero juntos sí. Es muy peligroso todo eso, pero no hay otra solución que una educación mas seria, más sólida.
Volviendo al lenguaje político y hablando de violencia machista, el discurso negacionista de Vox tampoco está ayudando.
No ayuda nada. Lo que ayuda es estudiar bien el fenómeno, darse cuenta de lo que nos está ocurriendo y encontrar estos medios que estamos diciendo. Claro que existe la violencia machista, es evidente. Es delirante lo que está ocurriendo. Son fenómenos que hay que estudiar para poder cambiarlos. Ya sé que la libertad de expresión no se puede negar, pero de nuevo ahí tiene vigencia lo que yo llamo la ética mínima.
Por último y con carácter general, ¿cómo definiría a la sociedad actual tras la pandemia y en medio de una guerra en Ucrania de consecuencias imprevisibles?
Creo que es una sociedad muy fragmentada, muy desorientada. Y sobre todo, en el caso de los jóvenes, esa desorientación viene por el funcionamiento rápido y acelerado de las redes sociales. Esa inmersión que exige que las noticias sean ya, inmediatas, y ese afán de llamar la atención porque yo digo algo que no dice nadie y llevo una barbaridad más grande que la que han dicho los otros. Es curioso ese afán de reputación, de que se nos mire, y las redes son un escaparate estupendo, pero eso genera desorientación.
Hay una falta de espacios de discusión y deliberación serena en los que se pueda decir lo que se piensa sin tener miedo a que te etiqueten de una manera o de otra, que es algo terrible, y que los medios de comunicación hacéis fatal, con la etiqueta de conservadores o izquierdistas. Esa afición de colocar a todo el mundo está siendo muy perversa y los medios de comunicación caéis en ello con mucha facilidad. La economía de la atención lo acapara todo y solo genera dispersión alrededor.