La biodiversidad juega un papel fundamental en la formación del suelo, el mantenimiento del ciclo hidrológico, el ciclo de nutrientes, el control de la erosión, el control de plagas y enfermedades, la regulación del clima, la polinización o el secuestro de carbono. Pero la realidad es que la producción intensiva provoca la pérdida de biodiversidad y afecta de forma directa al suelo, también en la producción de vino.
“Si queremos conseguir hacer vino en este entorno cambiante tenemos que intensificar en propiedades a nuestro suelo” , explica el catedrático del área de Edafología y Química Agrícola, Raúl Moral, que ha participado este jueves en la jornada 'VinoDiversidad' celebrada en Albacete y que ha estado organizada por eldiarioclm.es, la Fundación Global Nature , con la colaboración de la Consejería de Agricultura, Medio Ambiente y Desarrollo Rural y la Diputación de Albacete.
La realidad muestra que el suelo, de forma natural en las condiciones edafoclimáticas del sureste español o nuestra meseta “no es capaz de producir la biomasa que se necesita para tener el suelo con una fertilidad sostenible”. Se solventa, dice, con fuentes de materia orgánica exógenas como abonos naturales. Pero el elevado precio de los mismos hace que no todos los agricultores puedan acceder a ellos. Ante esta realidad de falta de suministro de materias orgánicas tradicionales, “la generación de nuevos compuestos, el compostaje, es la alternativa”, asegura Moral. O lo que es lo mismo, utilizar residuos orgánicos para el desarrollo de sustratos.
A esto se le suman las cubiertas vegetales, esas plantas (naturales o sembradas) que crecen entre las hileras de viñedo y que atraen organismos beneficiosos que se alimentan de plagas , por lo que se reduce la necesidad de fitosanitarios, mejoran la estructura del suelo y el contenido de materia orgánica, reducen la erosión y, además, mejoran el comportamiento hídrico. “Es una idea muy potente para conseguir el objetivo de atraer más agua, retenerla más tiempo, evitar su pérdida temprana y generar una piel, un sistema que impide la pérdida temprana de agua”. Así el agua se infiltra, es capaz de residir en el suelo durante más tiempo sin perderse por la evapotranspiración y “favorece que el suelo sea un organismo vivo”.
Y es que, “el cambio climático ha venido para quedarse” y una de las medidas para poder combatirlo es “cuidar el suelo y fomentar su materia orgánica”, algo esencial “para afrontar el déficit hídrico y las temperaturas extremas,”, ha asegurado Jordi Domingo, de la Fundación Global Nature, que además, ha focalizado la atención en la idea de que el producto que se obtendrá del viñedo en 30 años será diferente al de ahora.
Cubiertas y control de plagas
Un ejemplo del uso de estas cubiertas vegetales es Bodegas Enguera. Esta empresa valenciana da un paso más allá y utiliza las cubiertas vegetales, islas de biodiversidad, como medio para frenar las plagas. El objetivo es que esa fuente de biodiversidad que retiene agua, y refuerza el suelo, no se convierta en un vergel para las plagas.
“Igual que gracias a las plantas ofrecemos refugio y alimento a insectos beneficiosos, también podemos dárselo a plagas, como el mosquito verde, cuando la viña no le da refugio, es decir, en invierno”. Quien lo explica es Juan Martínez Barberá, responsable de I+D de la bodega que ahora participa en un ensayo con la Universitat de València y la Universitat Politécnica de València con uso de caolines para reducir el estres térmico en el viñedo, reduciendo la temperatura entre hoja y frutos hasta cuatro grados.
“Hablamos de que si superan los 35 grados durante tiempos prolongados se produce estrés térmico”. Pero en este caso el caolín también les ha servido como estrategia de control del mosquito verde de la vid. Su investigación en el uso de biodiversidad aplicada a la producción vitivinícola va más allá. Tanto es así que están poniendo en marcha nuevas experiencias en el control de plagas: uso de murciélago. “Hemos colocado cajas-nido de murciélagos en el viñedo para aumentar la población de murciélagos y controlar la plaga”, explica Juan Martínez. Aún no hay estudios al respecto de esta técnica porque se trata de una experiencia reciente que se ha puesto en marcha en el Delta del Ebro, dice, donde con éxito han conseguido controlar la polilla del racimo.
Costumbres de antes para enfrentarse al futuro
Por una cuestión de “coherencia con la historia” en la bodega 'La Niña de Cuenca', de Ledaña, elaboran todos sus vinos en tinaja de barro, tinaja nueva, de 500 y 1000 litros. Estamos en Manchuela y desde la época romana - ya se elaboraba vino en el lugar- se emplea la tinaja de barro. Pero también por una cuestión técnica, el barro permite la microoxigenación necesaria para largas crianzas, pero con la ventaja que no le aporta sabores, ni aromas ajenos al vino, a diferencia de la madera, respetando al máximo la fruta“.
Lorenzo López es uno de los propietarios de esta bodega joven, nació en el año 2016 y pretende valorizar las “viñas viejas y olvidadas” de la zona con variedades autóctonas y elaborar grandes vinos al estilo de Borgoña, vinos de parcelas diferenciadas, de producción limitada (15.000 botellas), botellas numeradas, con una personalidad marcada que le aporta la uva, el suelo, el clima.
Para ello, tal y como ha explicado en la jornada de 'VinoDiversidad', “trabajamos todos nuestros majuelos, mayores de 30 años y en algunos casos centenarios, en agricultura ecológica, y en la bodega llevamos a cabo una enología minimalista, mínima intervención donde el protagonista sea el vino y donde las añadas marquen diferencias entre sí”.
Sus vides están estructuradas en vaso en lugar de espaldera, “también como forma de conservar el patrimonio cultural”, tal y como señala López, que asegura que en su consciencia de la importancia del suelo, de usar los micoorganismo que éste contiene, apuestan por las levaduras naturales. “Si estamos en la lucha para crear un vino diferente, no podemos usar las levaduras comerciales”, sentencia.