Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.
A favor y en contra de ‘Cantando bajo la lluvia’, de Stanley Donen y Gene Kelly
A favor: desbordante revolución musical
Cualquiera podría afirmar que los inicios de los años 50, con un cinematógrafo con apenas medio siglo de vida, no era el momento todavía de realizar una revisión del cine dentro del cine. El séptimo arte aún estaba sufriendo importantes cambios de estructura, concepción estilística y tratamiento de imágenes, y no habían pasado años suficientes para realizar la autocrítica de un paso al cine sonoro que ni siquiera tenía una técnica profesional consolidada. Sin embargo, Stanley Donen y Gene Kelly, dos reconocidos bailarines, coreógrafos y actores de Hollywood, decidieron que ya era tiempo de echar la vista atrás y de narrar de la manera más alegre posible la transformación en sonidos de la etapa muda, que puso en un brete a la industria del cine durante muchos años.
Así surgió la historia de Don Lockwood, un Gene Kelly director y protagonista, un famoso galán entre los galanes del cine mudo, que se forja su carrera desde su humilde origen junto a su íntimo amigo Cosmo Brown (arrollador Donald O'Connor), y que debe afrontar con igual escepticismo que valentía el paso al cine sonoro junto a su compañera de star-system y diva cinematográfica Lina Lamont (iconográfica Jean Hagen), que tendrá serios problemas con su horrenda voz. En plena transición profesional, irrumpe en su vida la actriz de vodevil y teatro Kathy Shelden (Debbie Reynolds), dueña de un gran talento por descubrir, surgiendo entre ambos una atracción que crecerá a ritmo de canciones que todavía hoy permanecen inolvidables.
Porque 'Cantando bajo la lluvia' es su música pero se sale de sus propios márgenes. Consagrada como una de las mejores comedias de todos los tiempos, se abrió paso a taquillazo limpio por el público de la época, insaciable del cine-espectáculo, y sigue siendo hoy en día la favorita incluso de reputados detractores del cine musical. Está llena de una magia que es difícil de concretar en un instante de su magnífico relato, que va más allá del febril Kelly chapoteando por las calles, y que se desborda por cada colorido fotograma y nos empapa de un buen rollo que manda al rincón de pensar a cualquier crítica sesuda que quiera adentrarse en su calidad como obra de arte.
La revolución musical de este brillante canto al séptimo arte vino de la mano de unos números musicales concebidos para provocar en el público una agradable sensación de sonrisa y ganas de bailar al mismo tiempo. Son muy pocas las canciones, obra de Gene Kelly, Nacio Herb y Arthur Feed, que no mantienen esa garra, y todos los temas se encuentran ensamblados en el guion con una perfección tan equitativa como aparentemente espontánea. Junto a estos elementos, se suceden hasta una docena de números de baile en los que la mano inquieta de Stanley Donen también echó el resto: resultan un despliegue de adrenalina, romanticismo, sarcasmo y vitalidad que en la actualidad solamente han podido sustituir los videoclips y algunos efectos especiales.
Hace años, la fabulosa película muda 'The Artist' consiguió que ese sentimiento nostálgico despertara incluso en los que ni siquiera estábamos cerca de nacer cuando se estrenó Cantando bajo la lluvia. Canciones como 'Moses', 'Make Them Laugh', 'Good Morning' o la propia 'Singin’ In The Rain', siguen viajando por el tiempo sin arrugas, como si las décadas no fueran con ellas. Son la receta contra cualquier pesimismo y ponen a la vida del lado de los buenos, de los que cantan y bailan para viajar en su memoria, de los que triunfan gracias a su talento, y de los que nunca nos cansamos de viajar hasta cualquier pasado en que soñar aún fuera posible.
En contra: comedia de fácil digestión
En 'Delitos y faltas' el personaje protagonizado por Woody Allen (Cliff Stern) le contaba al de Mia Farrow (Halley Reed) que Cantando bajo la lluvia era algo así como una película imprescindible en momentos de bajón existencial. La proyectaba “cada dos meses para mantenerse de buen humor”. Y es cierto que su visionado regala un chute de optimismo tan absurdo como sanador; quizás sea así porque es uno de esos films inmortales que tienen alma. Y el alma, esa alegría que inspira en cualquier hijo de vecino procede de la grandeza de la mayor parte de los números musicales, que son, sencillamente, gloriosos, una auténtica gozada visual y sonora. Para muchos, 'Cantando bajo la lluvia' es un espectáculo musical como pocos se han visto en el cine aunque si fueran sinceros verían que, ni de lejos, es la mejor cinta de su género porque en este caso al alma le falta la chicha.
No nos engañemos. La película siempre ha sido una de los nuestras, como de la familia. Quién no se ha muerto de la risa, en la tierna infancia, con las muecas de goma de O'Connor; quién no se ha dejado marear de entusiasmo con la magia de los pasos de baile y quién no se ha venido arriba subido a ese maravillosa grúa desde la que podíamos ver a un Kelly pletórico regalándonos bajo la lluvia uno de los números musicales más afortunados del séptimo arte. En fin, es una película tan entrañable y vistosa que no nos damos cuenta que envuelve a una comedia de fácil digestión.
En ella quizás haya demasiado optimismo, demasiada alegría de vivir, demasiada fiesta. Su visión mordaz hacia la industria del cine y sus gentes se reduce a muy poquita cosa, resulta una broma ligera de las que se perdonan fácilmente. Los personajes se pasean por el metraje como unas simpáticas caricaturas cargadas de vitalidad y sarcasmo ‘light’, del que no sabe hilar muy fino. Así, mientras los protagonistas masculinos, en definitiva, son unos cachondos y unos pillines que se las saben todas, ellas o asumen la condición de florero sin nada en el interior o son presas de la ingenuidad y la dependencia emocional, tan propias en las películas de los años 50.
Los diálogos apenas se disfrazan con dos pinceladas de información que permiten hacer avanzar la trama y las situaciones, tan coreografiadas en muchos casos como los números musicales, parecen desear dar paso a la música. Porque, por ejemplo, ¿quién se cree el enamoramiento de Don Lockwood (Gene Kelly) más allá del momento en el que le escuchamos ‘chapoteando’ su pasión sobre los charcos? Por lo demás, las auténticas risas que logra arrancarnos proceden de un truco resultón: las secuencias donde vemos la descoordinación que se produce entre voces y gestos de los actores en la noche del estreno de la primera película hablada para los estudios del protagonista.
En definitiva, estamos ante una diversión sanota, lo que no es ni bueno ni malo. Aunque en su valoración final, a casi todos acabe traicionándonos la morriña. Al fin y al cabo es una película con vistas al Hollywood dorado.
A favor: desbordante revolución musical
Cualquiera podría afirmar que los inicios de los años 50, con un cinematógrafo con apenas medio siglo de vida, no era el momento todavía de realizar una revisión del cine dentro del cine. El séptimo arte aún estaba sufriendo importantes cambios de estructura, concepción estilística y tratamiento de imágenes, y no habían pasado años suficientes para realizar la autocrítica de un paso al cine sonoro que ni siquiera tenía una técnica profesional consolidada. Sin embargo, Stanley Donen y Gene Kelly, dos reconocidos bailarines, coreógrafos y actores de Hollywood, decidieron que ya era tiempo de echar la vista atrás y de narrar de la manera más alegre posible la transformación en sonidos de la etapa muda, que puso en un brete a la industria del cine durante muchos años.