Barreras arquitectónicas, enseres de comercios invadiendo aceras, falta de etiquetado en braille, insolidarios que aparcan en las plazas de aparcamiento reservadas para personas con discapacidad, ausencia de intérpretes de lengua de signos en sitios públicos… La vida cotidiana puede convertirse en toda una carrera de obstáculos para aquellos con capacidades diferentes. En el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, tres conquenses que sufren diferentes dolencias nos relatan su día a día, con sus dificultades, reivindicaciones y sueños.
Uno de los testimonios es el de Esther Muelas Carabaños, que estaba embarazada de su segundo hijo cuando le diagnosticaron retinosis pigmentaria, una enfermedad que causa pérdida de visión gradual. “Se me vino el mundo encima cuando me dijeron que me quedaría ciega”, recuerda de aquel momento, en el que tenía 26 años. El fatal pronóstico se hizo realidad cuando tenía poco más de treinta años, cuando la dolencia comenzó a avanzar muy rápido.
“Lo primero que le pregunté al médico es si me iba a morir de eso y me respondió que no. Al principio te hundes pero después me animaba yo misma porque tenía una niña e iba a tener otro”, rememora ahora, con 51 años, esta vendedora de la ONCE (Organización Nacional de Ciegos Españoles), natural del municipio conquense de Villaconejos de Trabaque y residente en Cuenca.
Así que no le quedó otra que reconfigurar su vida para tener la mayor autonomía posible. En esa ardua tarea de aprender a desenvolverse sin ver, fue fundamental la ayuda que recibió de la ONCE: le enseñaron a moverse con un bastón y a leer en Braille, por ejemplo. En 2016, cuando se vino a vivir a Cuenca capital, le ofrecieron trabajar como vendedora de cupones de la entidad y pensó que no estaba capacitada. Pero la animaron, hizo un curso de formación y se dio cuenta de que sí lo estaba.
Semáforos sonoros (los ciegos llevan un mando que hace que empiecen a sonar cuando está verde para peatones aunque Cuenca dispone de varios que están adaptados y suenan sin tener que usar este dispositivo), pavimento podotáctil para identificar con un bastón los alrededores de los pasos de peatones o el borde de los andenes de las vías de tren, y la tecnología –con móviles u ordenadores adaptados, por ejemplo– contribuyen a facilitar la autonomía de personas como Esther.
“No me gusta que me digan pobrecita. Me falta la vista pero tengo más sentidos. Cuando no ves, el oído se desarrolla mucho”, afirma. En lugar de que sientan pena por ella, lo que pide es más concienciación: “Que no nos dejen aislados. Queremos los derechos que tiene todo el mundo”. Así, demanda más señalización en braille en diferentes espacios o que los museos estén adaptados para que las personas invidentes también puedan disfrutar de las obras a través del tacto.
Y también alerta de las dificultades que suponen los expositores u otros objetos que algunos comercios ponen en las aceras. “Me he tragado más de uno”, afirma, sin perder su característico sentido del humor. No obstante, también pone en valor el apoyo que recibe de mucha gente, por ejemplo, para cruzar la calle. Y recuerda especialmente a un chaval de unos 13 años que, un Viernes Santo, regañó a un grupo de jóvenes que ocupaban toda la acera y no dejaban pasar a Esther.
Discapacidad auditiva
A Ana María Rubio Rubio le sobrevino la discapacidad auditiva con seis años a raíz de la medicación que tomó para la meningitis, que le estropeó el oído izquierdo. “Mi maestro se dio cuenta de que yo no escuchaba bien. Me pusieron un audífono y con eso me defendía”, recuerda la ahora auxiliar de enfermería, de 47 años y con una hija. Aunque poco a poco y con el paso del tiempo, esta mujer natural de Valverde de Júcar y afincada en Cuenca desde hace décadas fue perdiendo más capacidades hasta que en el año 2006, se sometió a un implante coclear en el hospital de La Fe de Valencia en el oído izquierdo y hace ocho años, en el derecho, que también había sufrido mermas. Esta operación supuso un punto de inflexión en su vida: “Se lo aconsejo a todas las personas que sean candidatas. Es mucho mejor que un audífono aunque al principio cuesta. Es como volver a nacer. Es una experiencia inolvidable”.
De hecho, tras los respectivos implantes tuvo que hacer seis largos años de rehabilitación para “identificar de nuevo los sonidos”. “Lo primero que escuché después de la primera operación fue el sonido de mis tacones al salir del hospital”, rememora. En ese proceso de aprendizaje le ayudaron desde la Asociación de Padres y Amigos del Sordo de la Provincia de Cuenca (ASPAS), colectivo al que pertenece. “El segundo implante fue mucho más fácil”, reconoce, aunque cuenta que también tuvo que ir a terapia durante dos años.
En cuanto a las dificultades en su día a día, dice que no ha sufrido “ninguna traba” en el mundo laboral aunque hace referencia al elevado desembolso económico que suponen para las personas como ellas los accesorios de los implantes cocleares (1.500-2.000 los procesadores y 500 los cables).
A pesar de las dificultades, no le faltan retos de cara al futuro: “Me gustaría escribir un libro contando mi experiencia”. De hecho, ya tiene algo redactado aunque reconoce que tiene poco tiempo.
En silla de ruedas
David Culebras de la Vega tenía 22 años cuando sufrió un accidente de tráfico que le dejó en silla de ruedas y segó la vida de su hermano. “No sé qué pasó pero chocamos”, recuerda, con 45 años. Sus padres iban delante en otro vehículo y regresaron al ver que sus hijos no venían. En su caso, tuvieron que sacarlo porque el coche iba a arder aunque recuerda que es importante no tocar a los heridos porque eso podría provocar más lesiones. “Lo primero es llamar al 112”, recalca.
David, con dos hijos, es el vicepresidente de la Asociación Provincial de Lesionados Medulares y Grandes Discapacitados (ASPAYM) de Cuenca, colectivo con el que da charlas en centros educativos para advertir de los riesgos al volante y por las zambullidas en piscinas. “Es muy importante prevenir”, resalta.
En cuanto a las dificultades en su vida cotidiana, reconoce que se ha avanzado en la eliminación de barreras arquitectónicas aunque todavía quedan aceras sin rebaje y locales sin rampa, entre otras problemáticas. También critica a los que hacen un mal uso de las tarjetas para aparcamiento de personas con discapacidad. “La tarjeta es de la persona, no del coche”, recuerda mientras pide ser solidarios: “Muchas veces nos enfrentamos más a barreras mentales que físicas”.