Los campos que abrazan Lezuza resplandecen amarillos y acalorados. Las alpacas de paja, los girasoles agotados y las ondulaciones de un terreno que ha vivido más de lo que aparenta. Un verano más este pueblo albaceteño recibe a un equipo de arqueólogos dispuestos a desvelar la historia que esconde esta tierra. Un lugar mítico llamado Libisosa y que desde sus floridos días de la antigüedad ha sabido ocultarse para ahora asombrar al mundo del siglo XXI.
Hoy es Parque Arqueológico de Castilla-La Mancha y un espacio sin parangón, único, en la arqueología española. “El yacimiento siempre ha dado lo mejor de sí mismo, parece que tiene vida propia”, según Héctor Uroz. El co-director del proyecto arqueológico de Libisosa ha crecido entre estas piedras. Con la mayoría de edad empezó a venir como voluntario a las excavaciones. Desbrozar, retirar arena y “metiendo la pata y diciendo algo que no debía, algo muy típico con mis 18 años”, bromea mientras recuerda las primeras experiencias.
En Libisosa encontró la vocación profesional que le ha llevado a trabajar en Pompeya, Tuscis o La Alcudia, entre otros enigmáticos yacimientos. Ahora, un cuarto de siglo después, este profesor de Historia Antigua de la Universidad de Murcia, es el alma de un proyecto que aún tiene muchos pasos por recorrer. Héctor Uroz acaba de publicar un libro, 'Libisosa. Historia Congelada' (Instituto de Estudios Albacetenses, 2022), donde se recoge gran parte del conocimiento que se tiene sobre un yacimiento de más de 30 hectáreas, con más de 155.000 piezas catalogadas y sobre el que, hasta el momento, solo se ha podido trabajar en el 10% de su extensión. “Lo mejor aún está por venir”, suele comentar el historiador, encargado de la dirección junto a José Antonio Molina.
Cuando todo esto comenzó, en los años noventa del pasado siglo, el Cerro del Castillo estaba sembrado de almendros y nadie imaginaba el inmenso legado que latía entre sus raíces. Sin embargo, José Uroz Sáez sentía que algo no cuadraba. El profesor de la Universidad de Alicante había trabajado en Italia y sabía que la colonia romana de Libisosa, con los privilegios que disfrutó, debía tener la suficiente entidad como para que sus restos no se hubiesen esfumado sin más. Con un empeño decidido, realizó prospecciones superficiales y al fin, en 1996, realizó la primera excavación. Desde entonces, el trabajo científico nunca ha cesado.
Antes de aquel año, apenas una mención de Plinio el Viejo. Algunos materiales hallados en labores agrícolas y dispersos por varios museos como la cabeza femenina de mármol que se interpretó inicialmente como Agripina. Varias inscripciones y el rumor del remoto pasado de un pueblo que popularmente se arraigaba más a las tradiciones orales, como aquella que dice que San Pablo predicó en Lezuza, que a las evidencias científicas. Tan solo se habían realizado unos tímidos intentos por localizar la famosa Vía Heráclea, una calzada romana que transitaba por estos contornos y que por un momento fue noticia.
Publicaba La Vanguardia, el 23 de enero de 1965: “Debidamente estudiadas las guías de piedra halladas, hacen presumir que los romanos las hicieron para que sus carros pudieran subir por las grandes pendientes de sus calzadas”. El carril romano apareció pero la senda de la investigación volvió a perderse durante décadas. Libiosa es “un campo de ensayo científico con gran potencial”, explica Héctor Uroz. Y es además una cantera para arqueólogos; más de cien han pasado por aquí en este cuarto de siglo de excavaciones.
Durante este tiempo, el proyecto ha contado con el apoyo del Ayuntamiento de Lezuza, el Instituto de Estudios Albacetenses, la Diputación de Albacete y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, además de la colaboración puntual de instituciones privadas. Señala Uroz que Libisosa es “un ejercicio de cómo levantar un proyecto cultural y científico, con repercusiones socio-económicas, desde la nada”.
El arqueólogo nos atiende en la Colección Museográfica del Centro Socio-Cultural Agripina que alberga decenas piezas, las más significativas del inmenso trabajo que se está haciendo en el yacimiento. Entre otras: pendientes, collares, vajillas, horcas, ánforas, armamento militar, monedas, cencerros de bronce, braserillos, planchas de plomo, la rueda de un carro en un estado de conservación excepcional. Y el vaso ritual de la diosa y el príncipe íbero, posiblemente, la pieza clave de Libisosa hasta el momento. Un vaso que es “al mismo tiempo, rito y mito; un lienzo para plasmar la memoria histórica aristocrática, que conmemora la iniciación del príncipe joven por esa divinidad”, explicó Héctor en una conferencia impartida en el Museo Arqueológico Nacional.
“Estamos terminando de estudiar un complejo de culto donde apareció el vaso”. Este es gran parte del trabajo que se está realizando este verano; el otro empeño está centrado en poner en valor una serie de elementos necesarios para la puesta en marcha del Parque Arqueológico. La declaración como parque regional por parte de la Junta de Comunidades de CastillaLa Mancha, a finales del 2021, ha despertado el interés por Libisosa en muchas más personas. Así nos lo detalla Almudena Bejarano, técnico de desarrollo turístico en el Ayuntamiento de Lezuza, que recuerda que cuando se conoció la noticia, subieron de forma sintomática las visitas a la página web.
El yacimiento ya era visitable durante todo el año pero con este impulso, la curiosidad ha crecido notablemente. Incluso ocurre, a veces, que de una visita al lugar, surge una novela. Tanto le impresionó y gustó la forma en que Almudena Bejarano contaba el yacimiento, que la escritora Elena Fuentes, en pleno confinamiento, forjó el libro 'La Niña de Libisosa'. Y es que la historia despierta como pocas cosas la imaginación. Más aún en este territorio atravesado por el tiempo, desde la Edad del Bronce a la Época Medieval. Libisosa es un Parque Arqueológico donde se concentran miles de años vivencia humana.
En medio de este inmenso devenir, los arqueólogos han conseguido descubrir uno de los instantes más dramáticos que pudo haber vivido el poblado. “Un poblado que se encontraba en pleno rendimiento cuando sufrió una destrucción que debió ser repentina”, cuenta Uroz en el libro que acaba de publicarse. Este efecto sepultura les han permitido hallar “una imagen inalterada del momento inmediatamente anterior a la devastación”.
Más allá de la colonia romana que interesó a los pioneros arqueólogos del sitio, Libisosa guardaba un impresionante oppidum oretano. Sus moradores sufrieron la violencia generada por las Guerras Sertorianas que tuvieron lugar en Hispania entre el 82 y 72. a.C. La destrucción del poblado fue trágica. Prueba de ello es el hallazgo de un esqueleto infantil tendido sobre la calzada; una niña de entre 6 y 8 años que habría muerto por un impacto en la cabeza.
La investigaciones futuras dirán si este es un caso aislado, si los vecinos huyeron ante el sordo zumbido de las legiones romanas avanzando, si los aristócratas íberos se supieron adaptar a los colonizadores. La ciencia irá perfilando todas las hipótesis. De momento, Lezuza ya nunca será la misma. En algo más de 25 años, este municipio albaceteño ha transformado sus entrañas. “La arqueología es un motor de desarrollo perenne, porque ofrece novedades y posibilidades continuamente, con cada actuación, con cada campaña, con cada proyecto”, dice Héctor Uroz y añade que no hay familia en el pueblo que no tenga un miembro que no haya trabajado alguna vez en la excavación.
La historia ha traído desarrollo económico y social a Lezuza. Este es uno de los cinco pilares de este proyecto arqueológico de largo alcance para el que no existe fecha de caducidad. Libisosa ya es una marca consolidada, un atractivo turístico y un espacio donde los profesionales pueden desplegar todo su talento. “Nuestra obligación es estudiar el pasado, y al mismo tiempo, saber proyectarlo desde el presente”, explica el impulsor de esta gran aventura conjunta entre arqueología y gestión del patrimonio histórico. El valor de Libisosa es algo difícil de cuantificar, tan complicado como poner precio a las raíces de una sociedad. Rematamos este reportaje con una frase de Héctor Uroz que bien vale un titular: “Me preocupa mucho que una sociedad pueda perder el respecto a lo que significa la cultura”.