El pasado siempre deja rastro. A veces, los arqueólogos descubren grandes piezas, espectáculo de una artesanía antigua o legado de una religiosidad enigmática. A veces, pasa. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, las huellas del tiempo remoto se encuentran ocultas entre quintales de tierra. Semillas, fragmentos de hueso o hierro que ya no sirve para herir carne. Los profesionales saben cribar entre kilos y kilos de sedimentos y es así, tras una ardua labor de laboratorio, como consiguen descifrar la verdadera historia, más allá de las piedras o la cerámica, de aquellos que habitaron el territorio antes que nosotros.
Desde hace más de diez años un grupo de expertos del Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) utiliza las técnicas arqueológicas más novedosas y menos invasivas para rastrear las huellas de los íberos en la Sierra del Segura. Un espacio mítico del sur de la provincia de Albacete en el que se está desvelando la impronta de esta cultura genuina de la Edad del Hierro, antes de la llegada de cartagineses y romanos. Aquí, en medio de los reinos de los oretanos, contestanos y bastetanos. En este cruce de caminos entre el sur y el Levante.
Este verano la labor de los arqueólogos ha continuado en Peñarrubia. En esta aldea de Elche de la Sierra se encuentra uno de los yacimientos más interesantes de la provincia.
Charlamos con Susana González Reyero, directora del proyecto junto a Francisco Javier Sánchez Palencia. Explica que “nos interesa analizar las formas en que se organizaron estas sociedades, qué bases tuvieron los procesos de jerarquización que caracterizan a las sociedades íberas y el grado de homogeneidad o no de este territorio; para responder a estas cuestiones se requiere tener un registro arqueológico y paleoambiental que es precisamente lo que estamos generando ante la escasez de estudios previos en la zona”.
La provincia de Albacete atesora un gran legado ibérico: Libisosa en Lezuza, Minateda y Los Almadenes en Hellín, La Quéjola de San Pedro, Los Villares de Hoya Gonzalo, el Amarejo de Bonete, El Salobral o el Cerro de los Santos en Montealegre del Castillo.
Lugares y esculturas como La Bicha de Balazote, el monumento de Pozo Moro de Chinchilla o la Dama Oferente que ya son hitos del mundo ibérico en la península. Sin embargo, aún quedan territorios poco explorados a los que la historiografía ha relegado casi al ostracismo.
González Reyero cuenta que “el abandono y el éxodo rural son dos factores que amenazan tanto nuestra comprensión de la vida de las comunidades humanas en estos paisajes menos atendidos como nuestra identificación y puesta en valor de las formas adaptativas tradicionales de estos paisajes que son un patrimonio a valorizar y proteger”. En este sentido, el Ayuntamiento de Elche de la Sierra ha querido sumarse a la colaboración en el proyecto como ya ha hecho el Instituto de Estudios Albacetenses y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha en campañas anteriores. Un proyecto global que viene siendo financiado por el Plan nacional de I+D del Ministerio de Ciencia.
Este tesoro inmenso que es el paisaje de la sierra albaceteña. “Pretendemos actuar antes de que este rico registro histórico y patrimonial se pierda y que las diversas formas en que se han habitado estos paisajes queden relegadas al olvido”, añade la directora del proyecto arqueológico. Así, por segundo año consecutivo, se está analizando el valle donde se ubica el oppidum de Peñarrubia. Un sitio especialmente relevante para la definición del modelo de poblamiento de la cuenca alta del río Segura. Peñarrubia es posiblemente el mayor hábitat de este amplio territorio durante la Segunda Edad del Hierro.
El equipo usa técnicas como la fotointerpretación, la toponimia, la cartografía antigua, la obtención de imágenes mediante dron, las prospecciones extensivas, intensivas y geomagnéticas, teledetección, infraestructura de datos, los análisis químicos, petrológicos o paleoambientales. Un trabajo multidisciplinar que aborda desde la arqueobiología a la arqueometalurgia con especial atención en la arqueología del paisaje del que Sánchez Palencia es un pionero en España. Así, y además de con arqueólogos, dice Susana González Reyero, “trabajamos con geólogos, palinólogos, antracólogos”. Y matiza que “la arqueología actual es, en sí, una ciencia obligada a ser multidisciplinar, porque debemos conjugar datos procedentes de disciplinas muy diversas, debemos ser capaces de generar e integrar datos ambientales, edafológicos, geomorfológicos. Esta es la única forma de conocer todos los aspectos posibles de las condiciones de vida de estas sociedades. Lo importante es diseñar y llevar a cabo una acción conjunta”.
La piedra de Peñarrubia apenas ha sido investigada pese a su gran potencial arqueológico. Las primeras referencias que existen las da el Canónigo Lozano a finales del siglo XVIII. Décadas después, en un cuestionario realizado por la Comisión Provincial de Monumentos el párroco del municipio de Elche de la Sierra, José de la Parra y Montesinos, comenta la presencia de inscripciones, cimientos, cerámicas y un aljibe en Peñarrubia. Hasta los años cincuenta del siglo XX no se realizará una excavación cumpliendo ciertos parámetros científicos.
Vicente Martínez, vecino de Peñarrubia y gran conocedor de la historia local, recuerda ver las catas realizadas por Miguel Ángel García Guinea a finales de los cincuenta. Para aquellos trabajos, Guinea contrató a obreros de la aldea a los que Vicente llegó a tratar.
La primera vez que él subió a la Piedra fue en 1961. El maestro Ángel Ortiz Fernández solía organizar excursiones con los niños por los parajes de la aldea. “Íbamos toda la clase, alrededor de cincuenta alumnos de todas las edades, desde siete años hasta los catorce, porque compartíamos una única clase. Este maestro nos aficionó, desde muy jóvenes, a recoger cerámica u otros objetos que veíamos en superficie”, rememora Martínez. Ya desde niño, a lomos de la burra, aprendió junto a su padre, espartero de oficio, el nombre de todos estos cerros y encontró algunas monedas que ya adolescente cedió a otro profesor, Arístides Mínguez, para que las dataran en la Universidad de Murcia. “A partir de ahí me fue entrando el gusanillo y he mirado por bibliotecas”, explica Vicente.
La curiosidad siempre ha movido el mundo y la Sierra del Segura ha despertado el interés de un equipo profesional de alto nivel. El grupo de investigación Sociedades iberas y paisajes de montaña mediterráneos del Instituto de Historia-Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC (CCHS) cuenta con la ayuda de otras instituciones como la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Alicante, el Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica de la Universidad de Jaén, el Instituto de Geociencias del CSIC-UCM, o el apoyo de la Unidad de tecnologías de la información y la comunicación del CCHS. Hasta la fecha, los profesionales que investigan en la Sierra del Segura ya han publicado cerca de 30 artículos en revistas especializadas.
Los últimos trabajos han visto la luz este mismo año en el libro editado por el Instituto de Estudios Albacetense, titulado 'Miscelánea arqueológica de la provincia de Albacete (2015-2020)', y en el que comparten textos Miriam Alba Luzón y Clara Flores Barrio además de la propia Susana González Reyero. “Es una investigación que tiene al paisaje y no al sitio arqueológico, como objeto de análisis”, se dice en uno de estos artículos. La Sierra del Segura está plagada de rincones con esencia milenaria que podrían estar muy relacionados desde antiguo. Rincón del Vizcable, Royo del Centinela, Peña Jarota, Cerro de Jutía, Varica Virtudes o Morra de los Castillejos. Municipios como Nerpio, Letur o Yeste también han sido examinados por el equipo del CSIC en esta última década, y en algún caso han podido atestiguar “evidencias positivas en la identificación y caracterización de campos de cultivo del I milenio”.
En otro hito del paisaje de la comarca, El Macalón de Nerpio, el equipo liderado por Susana González Reyero ha realizado intensos trabajos. En una de las campañas se localizó una necrópolis que estaría asociadas a las esculturas de los leones halladas por Emeterio Cuadrado en la década de 1940. Este ingeniero dio a conocer el enclave que hoy es muy citado en la investigación del mundo ibérico. El Macalón debió ser un lugar de mucha importancia en medio de aquella época de transformación y cambio en el que se conformaban los grandes asentamientos.
Un proceso de jerarquización temprana donde, posiblemente, ya existía la minoría dominante, propietarios de los caballos, la minería y las armas. Y una mayoría afanada en la cría de animales, cultivo de las tierras y fabricación de utensilios de cerámica o hierro. Quizá entonces, cuando empiezan a edificarse los grandes poblados en detrimento de las pequeñas aldeas, la historia comenzó a cambiar para siempre. Las investigaciones sistemáticas y serias, como esta, irán despejando alguna de las muchas interrogantes sobre un territorio marginado por los estudiosos y con un conocimiento muy descompensado respecto a otras zonas. A pesar de todo, las incógnitas continuarán y eso seguirá haciendo de la Sierra del Segura un territorio más allá de la historia; una tierra de leyenda.