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Alumnado y profesorado frente a la COVID: “Hay que comunicarse con los jóvenes para que entiendan por qué se toman ciertas medidas”

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Desde el inicio del curso escolar en colegios e institutos, y una vez que ya han echado a andar muchas de las medidas para evitar los contagios de coronavirus en los centros escolares, hay una cuestión que va más allá de la sanidad, la seguridad y del cierre de aulas: el componente emocional, las consecuencias que a corto o a largo plazo puede tener la pandemia para alumnado y profesorado. Conocerlas también es atajarlas, sobre todo porque están llenas de matices que se olvidan entre la gran cantidad de información que gira en torno a la pandemia. De estos detalles hablamos con los profesores Alejandro Iborra y Ana Belén García, expertos en enseñanza y miembros del Instituto IKEDA de la Universidad de Alcalá (UAH).

Como primera premisa, en cuanto a los alumnos y alumnas, explican que su reacción a la situación actual tiene mucho que ver con cómo perciban a los adultos de referencia con los que se relacionan. Por eso el grado de afectación será muy variado y por eso “lo más normal es que afecte más a los de Secundaria que a los de Primaria”. ¿Por qué? “Los niños más pequeños probablemente se centren más en la inmediatez de su experiencia diaria, de los juegos, de las actividades cotidianas en el aula, en el recreo, y vivan todo esto con más naturalidad”. Aunque no es una cualidad inherente a la infancia: “Si algo sabemos es que los seres humanos somos capaces de adaptarnos rápido a situaciones cambiantes”.

Pero por encima de ello, Iborra y García piden no dar por sentado que vaya a haber un “desgaste emocional” como tal. Recuerdan que la salud y la enfermedad son una “construcción sociocultural”. Esto quiere decir que además de su componente biológico, fisiológico, químico, físico, las personas nos relacionamos con las enfermedades conforme a la “interacción social inmediata y la que se produce también mediante el tipo de consumo que hagamos de los medios de comunicación”.

Si esta premisa se aplica a la juventud, se puede extraer la conclusión de que ante todo, el alumnado debe “aprender a informarse, a verificar y contrastar información, a debatir y a discutir lo que ocurre en su situación”. Aquí, los docentes pueden practicar el desarrollo de un “aprendizaje reflexivo”.

A este respecto, mencionan la experiencia en Twitter de la profesora Kate Raworth (@KateRaworth) al enseñar pensamiento sistémico a sus alumnos de 11 años: mediante un diagrama, los alumnos eran capaces de ver el grado de complejidad intrínseco a la situación, conectando variables como número de infecciones, número de personas que se quedan en casa, presión económica a los gobiernos, número de profesionales de salud, de seguridad, de limpieza, etc. Otra iniciativa que mencionan es “Vamos de Paseo” un documento colaborativo de propuestas lúdicas para volver a ocupar la calle tras el confinamiento. Aquí “se resalta la capacidad de los niños por retomar actividades con normalidad, usando su creatividad y capacidad natural de adaptación”. 

“Hay que tener en cuenta que aunque ha habido casos de aulas en cuarentena por la detección de diagnósticos positivos, el porcentaje de afectación que representa es muy bajo, teniendo en cuenta la población general de alumnos. Ahora mismo lo más importante es comunicarse con los jóvenes para que se entienda por qué se toman ciertas medidas, pero sin necesidad de generar ningún tipo de alarma social. Desde la comprensión siempre es más fácil generar compromisos de manera natural, orientando la atención a lo más relevante en el contexto escolar: el aprendizaje”, recalcan. 

 ¿Y sobre el profesorado? Alejando Iborra y Ana Belén García destacan su “sobrecarga y confusión de roles”. Según afirman, estas dos variables están relacionadas con el síndrome de “estar quemado”, en el sentido de “generar un mayor agotamiento emocional”. De ahí que dependiendo de cómo se gestionen esas emociones, de hasta qué punto se sientan apoyados por su claustro y por las familias, se incrementará o no la sobrecarga. “De nuevo, nunca es la situación en sí la que es estresante o amenazante, sino cómo es interpretada en función de todos los que intervienen en ella”. 

Ambos elogian “la gran capacidad” que han demostrado algunos docentes para adaptarse a esta nueva situación. Recalcan que “la incertidumbre y el carácter semipresencial” han hecho “que tengamos que replantearnos el uso de la tecnología en educación”. De esta manera se ha visto que “el valor no está en la tecnología en sí, sino en el uso que hacemos de ella, y esto debería llevarnos a reconocer el trabajo que hacen los docentes”.

Los profesores “no son vigilantes ni guardianes”

En todo este contexto, estos profesores ven “grandes oportunidades” para conectar la situación de pandemia con los contenidos y los temarios que se estén estudiando, pero siempre teniendo en cuenta que los docentes no son “vigilantes ni guardianes”. “Cuanto más forcemos a los profesores a desempeñar roles que no les corresponden, más contribuimos a desgastarles”. Asimismo, otra manera que subrayan para tratar de cuidarse es generar redes de apoyo: “Los claustros pueden ayudar a crear un mayor sentido de comunidad que permita que el profesorado se apoye en esta situación”.

Hay asimismo personal no docente en los centros escolares (conserjes, servicios de limpieza, trabajadoras de comedores, entre otros) a los que apenas se está prestando atención y que mantienen una carga de trabajo importante. Los dos expertos consideran fundamental reconocer la importancia de su trabajo. “Ellos contribuyen a cuidar de todas las personas que hacen uso de las instalaciones escolares. La colaboración de todos resulta fundamental, así como la creación de relaciones de confianza”. 

En definitiva, piden “dejar trabajar a los profesores” y no “sobrecargarlos innecesariamente”. La actividad que se lleva a cabo en los centros educativos es la de “fomentar el aprendizaje y el propio desarrollo de los alumnos”, detallan, para que “puedan convertirse en ciudadanos adultos autónomos, reflexivos, críticos en el futuro”. Y eso pasa por “comprender situaciones complejas” como la pandemia actual desde las diferentes perspectivas que pueden ofrecer todas las temáticas y asignaturas.  

“El colegio puede generar proyectos de aprendizaje situado para aprovechar esta situación y conectar sus asignaturas con lo que estamos viviendo pero sin limitarse a ello, claro. La educación afortunadamente va más allá de la propia situación actual. Ser conscientes de qué contexto estamos generando entre todos, qué valores estamos priorizando, es lo más importante como educadores”, concluyen.

Desde el inicio del curso escolar en colegios e institutos, y una vez que ya han echado a andar muchas de las medidas para evitar los contagios de coronavirus en los centros escolares, hay una cuestión que va más allá de la sanidad, la seguridad y del cierre de aulas: el componente emocional, las consecuencias que a corto o a largo plazo puede tener la pandemia para alumnado y profesorado. Conocerlas también es atajarlas, sobre todo porque están llenas de matices que se olvidan entre la gran cantidad de información que gira en torno a la pandemia. De estos detalles hablamos con los profesores Alejandro Iborra y Ana Belén García, expertos en enseñanza y miembros del Instituto IKEDA de la Universidad de Alcalá (UAH).

Como primera premisa, en cuanto a los alumnos y alumnas, explican que su reacción a la situación actual tiene mucho que ver con cómo perciban a los adultos de referencia con los que se relacionan. Por eso el grado de afectación será muy variado y por eso “lo más normal es que afecte más a los de Secundaria que a los de Primaria”. ¿Por qué? “Los niños más pequeños probablemente se centren más en la inmediatez de su experiencia diaria, de los juegos, de las actividades cotidianas en el aula, en el recreo, y vivan todo esto con más naturalidad”. Aunque no es una cualidad inherente a la infancia: “Si algo sabemos es que los seres humanos somos capaces de adaptarnos rápido a situaciones cambiantes”.