REPORTAJE

Desecar Las Tablas de Daimiel, una historia que se remonta al siglo XVIII

Carmen Bachiller

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Entre Sacedón, en Guadalajara, donde está parte del complejo Entrepeñas-Buendía del que sale el agua del trasvase, hasta Daimiel, en Ciudad Real hay más de 200 kilómetros. Es la distancia que deberán recorrer los tres hectómetros cúbicos procedentes de la cabecera del Tajo hasta llegar a Las Tablas de Daimiel. Será la primera derivación de agua en 13 años que acaba de aprobarse. El humedal agoniza. Y no resulta extraño si se escarba en la historia.

Cuando hablamos del Guadiana y de sus tablas fluviales, en Ciudad Real, hay que remontarse a la Edad Media y después avanzar hasta el siglo XVIII primero, y hasta 1965 después, para saber qué ha podido llevar a esta situación, al margen de los rigores que pueda imponer el cambio climático. La cuestión es mucho más complicada.

“Las raíces históricas de la desecación de Las Tablas de Daimiel están en el siglo XVIII” y concretamente a partir de 1751, según Alberto Celis Pozuelo, doctor en Territorio, Infraestructuras y Medio Ambiente en la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM). “Es una teoría correcta. En el siglo XVIII comienzan, entre comillas, los ‘ataques sistemáticos’ al ecosistema natural de Las Tablas de Daimiel”, abunda Francisco J. Moreno, profesor del Departamento de Historia de esa misma universidad, quien matiza que “solo fueron intentos”.

El historiador explica el tránsito político y económico entre los siglos XV y finales del XVIII en el Alto Guadiana, y más concretamente en el territorio en el que se asienta uno de los humedales más importantes de nuestro país. “En la Edad Moderna se explotaba para conservar. Era básico. La gente del Antiguo Régimen tenía claro que la supervivencia de la sociedad del Campo de Calatrava dependía de mantener los recursos de la Dehesa de Zacatena, en la que se encuentran Las Tablas”.

Fue “un empeño” de la monarquía hispánica de la época. “Había que explotar los pastos, la madera y usar el agua, pero con límites y bajo la supervisión de la guarda mayor que garantizase, no la integridad ambiental porque entonces no había conciencia en este aspecto, sino la preservación del territorio”.

Y en realidad había sido así desde la Edad Media. Cuenta Alberto Celis que los monjes calatravos crearon la Dehesa de Zacatena que, a la postre, se convertiría en “el primer sistema de ‘protección’ de Las Tablas de Daimiel”. Eso sí, con una visión muy diferente a la del siglo XXI. El objetivo de hecho “no era proteger sus aguas y biodiversidad, sino los encinares y el pasto. Con el adehesamiento de la zona se formó un verdadero cinturón protector alrededor de Las Tablas que amortiguaría el impacto de la actividad humana”, abunda Celis.

Con la llegada de los Reyes Católicos como administradores del territorio, la política será la misma. Había que proteger la calidad de las “yerbas” en esta parte de Castilla y para eso se proporcionó a la Mesta, la asociación de ganaderos trashumantes, una serie de privilegios que frenaron la roturación de las tierras para el cultivo.  En aquella época importaban el ganado y la riqueza derivada de la lana de las ovejas merinas -hasta 22.000, según Celis-  aunque había vacas e incluso caballos.

Las Tablas de Daimiel se ubican en la confluencia de los ríos Guadiana y Cigüela y formaban parte de las 10.000 hectáreas originales de la Dehesa de Zacatena, de las que casi 7.000 eran de tierra y unas 3.000 de agua. “Una de las peculiaridades de la dehesa era la presencia del agua en una proporción tan magnífica, de al menos un tercio de su extensión”, comenta Moreno.

En 1751 comenzó la roturación de las 10.000 hectáreas de la Dehesa de Zacatena. Hoy lo que nos queda de aquello son las 3.000 hectáreas del parque nacional y porque en 1973 se declaró como tal, si no, no sabemos lo que hubiera pasado

La finca se destinó en sus orígenes al pasto, a las encinas que se aprovechaban para leña y a la explotación de los molinos. La caza, que hoy es una de las actividades primordiales en la zona, “quedaba reservada para el rey porque para el resto estaba totalmente prohibida”. De hecho, hay noticia de que Felipe II estuvo al menos en tres ocasiones en la zona por esa razón. “Sabemos que pasó unos días en 1560 y 1562 y la tercera la desconocemos todavía”.

Todo cambia cuando en 1751, en el paso de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea el sistema ‘ilustrado’ y la llegada del liberalismo económico. “El cambio más evidente es la roturación del territorio”, señala Francisco J. Moreno. “Hoy lo que nos queda de aquello son las 3.000 hectáreas del parque nacional y porque en 1973 se declaró como tal, si no, no sabemos lo que hubiera pasado”, apunta el historiador.

La transformación de las tierras para el cultivo se produjo sobre todo en la zona sur de la dehesa, en la parte que mira hacia el municipio de Daimiel, y no tanto hacia Villarrubia de los Ojos, donde empieza la Sierra de La Calderina, que forma parte de los Montes de Toledo.

En el siglo XVIII se asienta la idea de “desagüar” el río Guadiana, canalizarlo e incluso se piensa en desecar Las Tablas y ganar terreno agrario. “Hay un intento de domesticación del medio que se repite en el siglo XIX y que culmina en el siglo XX cuando Franco canalizó el Guadiana y se generalizan los regadíos, dentro de los planes agrarios de la dictadura que fueron la puntilla para el ecosistema”, explica Moreno.

Con el aumento de la población a partir de la segunda mitad del XVIII, “dar de comer a todos empezó a ser un problema acuciante para los gobernantes”, asegura Celis. El liberalismo económico puso ‘soluciones’. La tierra debía convertirse en objeto de comercio y ponerla en manos privadas para lograr la máxima productividad, siguiendo el diseño del marqués de la Ensenada, a partir de 1748. Las quejas en Villarrubia de los Ojos por las constantes inundaciones del río Gigüela y las de los arrendatarios de los pastos de Zacatena, que deseaban evitar el encharcamiento de algunos de sus quintos (parcelas), abre el camino.

Para pasar a superficie de cultivos no solo se culpa de las inundaciones a los molinos (que terminarán cerrados), sino que se llegaría a atribuir el fenómeno de los Ojos del Guadiana “a la espesura de la vegetación” de los pastos, según explica Alberto Celis. De ahí se pasó a sugerir que lo ideal era desecar para plantar.

Se iniciaba la vía hacia la privatización. “A partir de Carlos III la política de los Borbones fue la de obtener más rendimiento económico del territorio, no a través de los cultivos, sino vendiendo las tierras”, comenta Francisco. J. Moreno. Necesitaban liquidez para sufragar guerras que evitasen que España siguiera perdiendo influencia internacional. “Cuanta más tierra para vender, más liquidez, y para eso se necesitaba eliminar zona de agua. Fue un primer intento”. A eso se unió que la política ‘ilustrada’ era “anti ganadera”.

Tras pasar por diversos propietarios, la finca termina dividida en un periodo de crisis económicas a las que se sumará un decreto en 1813 de las Cortes de Cádiz que allanan el camino para talar parte del encinar que rodeaba (y también protegía) Las Tablas de Daimiel. En esa época se practicaba una agricultura de bajo rendimiento y la extensión de los cultivos parecía ser la única solución para crecer en producción. Alberto Celis dice que “no es difícil imaginar el esfuerzo que tuvo que suponer para los agricultores de la época arrancar centenares de encinas y romper la costra calcárea del suelo para arar aquellas tierras que nunca antes se habían sembrado. Pero los pingües beneficios obtenidos por la leña cortada y por los rendimientos de una tierra virgen y fértil merecían la pena”.

Durante el siglo XIX buena parte de la superficie desecada en 1751 vuelve a ser inundada pero el afán de ganar extensión a los cultivos no desaparece. En esa misma centuria la caza se convierte en actividad prioritaria en la dehesa. Cuando en 1848 Juan de la Mata Sevillano, I Duque de Sevillano compra una finca al duque de Osuna (era buena parte de lo que hoy visitamos como parque nacional), lo que hoy llamamos 'Tablas de Daimiel' era conocido como 'Las Tablas de Sevillano'. La llegada del ferrocarril a Daimiel en 1860 trajo consigo viajeros y, entre ellos, amantes de la caza.

Será Francisco Martí de Veses, a quien Celis considera el “primer colonizador del humedal”, cazador procedente de la zona de La Albufera de Valencia, quien se encargue de organizar la primera sociedad de cazadores y “pondrá de moda entre la alta sociedad madrileña el gran cazadero acuático de Daimiel”.

“En los siglos XX y XXI el Guadiana ha sucumbido”

La historia del Guadiana y su entorno es “compleja”, reconoce el profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), Francisco J. Moreno. Es “difícil” compaginar lo socioeconómico y lo ambiental.

“En los siglos XX y XXI el Guadiana ha tenido que sucumbir. Ha sido vencido”. Lo que no se consiguió en el siglo XVIII ha cuajado siglos después. “Se necesitaba mucha intervención e inversión. Por eso el Guadiana consiguió vencer la partida e incluso revivir en el XIX”.

Pero corren otros tiempos. Todavía se recuerda cómo el Parque Nacional de Las Tablas sufrió un incendio en 2009 debido a la falta de agua y la autocombustión de la turba y no ha sido el único.

El río Guadiana siempre se ha caracterizado por no tener un cauce definido, sino por ser una lámina de agua extensa. Eso empezó a cambiar con su canalización en el siglo XX. Las obras de desecación que se iniciaron en 1965, en época franquista, y las posteriores subvenciones para regadíos acabaron por sobreexplotar el acuífero“, recalca Alberto Celis, en alusión al acuífero 23. ”Las Tablas lo son porque son un rebosadero de ese acuífero y si no esta lleno la mitad del agua no está. La otra mitad la recibe vía río Cigüela que es otro río estacional y no siempre aporta agua“, recuerda Moreno.

Hoy el humedal espera recibir agua desde otro río sobreexplotado, el Tajo, con un trasvase desde su cabecera, entre Cuenca y Guadalajara, para intentar paliar la situación en Ciudad Real.

“Me da mucha pena. Soy de Daimiel, allí me he criado y todas las semanas recorro la ribera con la bicicleta. Recuerdo a mis abuelos y a mis padres decir que aquello era un vergel… El primer director del Instituto de Daimiel, en 1951 decía que era un oasis en La Mancha. De eso no queda nada, solo un humedal artificial mantenido de aquella manera”.

La nostalgia se apodera de vecinos y de investigadores, pero también lo hace cierto pesimismo. Ecologistas e investigadores consideran insuficiente el último trasvase desde el Tajo para las Tablas. “Dos meses después volverán a secarse”, afirman. “No sé si tiene vuelta atrás, pero no hay que renunciar a su potencial ni económico ni ambiental”, apostilla Francisco J. Moreno. “La gente de la Edad Moderna tenía mucho más clara la conciencia de que era necesario preservar”.

Una exposición que mira hacia el pasado para no olvidarlo

La historia de esta parte del territorio de la hoy Castilla-La Mancha se cuenta en una exposición en la Facultad de Letras del Campus de Ciudad Real que estará abierta hasta el 20 de mayo, bajo el título ‘Dehesa de Zacatena. Una mirada a su pasado’. Tiene fines divulgativos y se realiza en colaboración, entre otros, con el Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y el Instituto Geológico y Minero de España (IGME). En junio llegará al Museo Comarcal de Daimiel.

Forma parte del proyecto de investigación ‘Paisajes de tierra y agua. La conservación del medio natural en los aprovechamientos históricos de Las Tablas de Daimiel: la Dehesa de Zacatena y el río Guadiana, siglos XV-XIX’, financiado por el Gobierno de Castilla-La Mancha y el Fondo Social Europeo, del que recientemente se ha publicado un libro (Almud Ediciones, 2022)  que firman Francisco J. Moreno y Miguel Fernando Gómez.

Una de las joyas de la exposición es el plano que, hacia 1779, realizó el arquitecto Pedro Villaseñor y que permite conocer la Dehesa de Zacatena cuando ya se encontraba en manos privadas, en concreto de Pedro Sáenz de Santamaría. “Permite que nos aproximemos a la vida de la dehesa, al río y a sus recursos naturales, así como a la disposición de los quintos ganaderos y a la ubicación de la Casa de los Guardas y de los molinos harineros que jalonaban el Guadiana”, explica Diego Clemente Espinosa, director del Museo Comarcal de Daimiel y profesor del Departamento de Historia del Arte de la UCLM.

El plano muestra una representación de sus pobladores y de las diferentes especies que vivían en la dehesa. El búho real, el lobo y el lince ibéricos, los jabalíes o los zorros eran habituales. “Sin lugar a dudas un gran testimonio para conocer la situación de la dehesa en el último cuarto del siglo XVIII”.