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Las guerras justas

Marta Fernández Sebastián - Doctora en Ciencias Políticas, especializada en Relaciones Internacionales y Seguridad

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Tras la Segunda Guerra Mundial, cincuenta países aliados se reunieron en San Francisco y establecieron las bases para crear una organización que se comprometiera a mantener la paz y la seguridad internacional. Nacía así Naciones Unidas y con ella la ilusión de fomentar las relaciones de amistad entre países y el respeto a los derechos humanos.

Han pasado casi ochenta años desde entonces y nada queda de ese entusiasmo inicial con el que se firmó la Carta de Naciones Unidas. Los conflictos y desavenencias entre estados continúan aumentando: el cambio climático, luchas territoriales, poder político… cualquier excusa parece ser buena para comenzar una guerra. Pero ¿son realmente válidas esas excusas? ¿Hay alguna causa que justifique una guerra? ¿Es realmente necesaria para garantizar la paz?

En su libro “¿Por qué la guerra?”, el filósofo francés Frédéric Gros analiza los distintos tipos de enfrentamientos que existen desde el ámbito de la política, la sociología y la antropología, aportando al lector diferentes puntos de vista para que recapacite sobre el fenómeno de la “guerra”. Al fin y al cabo, esa es una de las tareas de la filosofía, hacernos pensar sobre un determinado tema. Aunque yo no soy filósofa, mi intención en estas líneas es jugar a ser Gros y animar al lector a recapacitar sobre la guerra, en su sentido más amplio.

El jurista Alberico Gentilis en su obra “De jure bellis” de 1589 define la guerra como “un conflicto armado, público y justo”. Muchos han sido los debates, especialmente dentro del mundo del derecho, que ha abierto esta definición, precisamente, por considerar a una guerra como justa. Ya Platón y Aristóteles hablaban de guerra justa, y la valoraban como un instrumento político legítimo, siempre y cuando se realizara por el bien de la ciudad.

Pensadores cristianos como san Agustín de Hipona o Santo Tomás de Aquino también encontraron un motivo para justificar la guerra. San Agustín argumentaba que un enfrentamiento es justo cuando la causa es justa, como puede ser defender al Estado o garantizar la paz. Santo Tomás de Aquino sigue la misma línea y lo justifica siempre y cuando se realice por el bien común, la causa sea justa y la finalidad sea evitar el mal o promover el bien.

La justificación de la guerra

Más actual es la teoría del filósofo John Rawls quien justifica la guerra en dos supuestos: la autodefensa a una agresión o la intervención humanitaria, es decir, un estado ataca a otro, no porque le esté agrediendo a él mismo, sino porque ese estado está vulnerando los derechos de sus propios ciudadanos.

En mi opinión, lo que estas teorías parecen mostrar es que siempre habrá una causa “justa” que defienda un enfrentamiento o conflicto, o al menos, eso es lo que ocurre actualmente. Tomemos como ejemplo la guerra entre Israel, Hezbolá y Hamas. El 7 de octubre de 2023 Hamas lanzó un ataque sin precedentes contra los asistentes a un festival de música que se celebraba en territorio israelí. La razón de la ofensiva era la opresión que sufren los palestinos en manos de Israel, una causa justa para ellos. Israel respondió al ataque aludiendo a la legítima defensa, otra causa justa. El resultado es que las causas justas de unos y de otros han desembocado en un conflicto que podríamos considerar ya regional, en el que hay cientos de muertos y heridos, no se están respetando los derechos humanos y cuyo alcance a nivel internacional aún está por ver.

Algo parecido encontramos en la guerra de Ucrania. El 24 de febrero de 2022 las tropas rusas lanzaban una “operación militar especial” en las provincias ucranianas de Donetsk y Lugansk, que días antes Rusia había considerado parte de su territorio. Se justificaba esta incursión con la protección de la población rusa en estas zonas. Ucrania respondía alegando legítima defensa. Otra guerra justa aún activa que se ha cobrado la vida de miles de personas y ha generado una de las mayores crisis de refugiados en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, a lo que hay que sumar la inflación y las repercusiones geopolíticas.

Es muy probable que si analizamos los frentes conflictivos del planeta todas las partes implicadas sean capaces de aportar razones justas para sus acciones, al fin y al cabo, la justicia es relativa y cito de nuevo a Aristóteles: “Se piensa que lo justo es lo igual, y así es; pero no para todos, sino para los iguales”.

Por tanto, quizá haya que considerar que no hay guerra justa para todos o ir un poco más allá y pensar que no es justa para nadie, especialmente habiendo otras herramientas para solucionar los conflictos como la mediación o la diplomacia. Ya lo manifestó el papa Juan XXIII en su encíclica “Pacem in Terris”: “… en nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado”, ojalá algún día lo absurdo dé paso a la razón.

Tras la Segunda Guerra Mundial, cincuenta países aliados se reunieron en San Francisco y establecieron las bases para crear una organización que se comprometiera a mantener la paz y la seguridad internacional. Nacía así Naciones Unidas y con ella la ilusión de fomentar las relaciones de amistad entre países y el respeto a los derechos humanos.

Han pasado casi ochenta años desde entonces y nada queda de ese entusiasmo inicial con el que se firmó la Carta de Naciones Unidas. Los conflictos y desavenencias entre estados continúan aumentando: el cambio climático, luchas territoriales, poder político… cualquier excusa parece ser buena para comenzar una guerra. Pero ¿son realmente válidas esas excusas? ¿Hay alguna causa que justifique una guerra? ¿Es realmente necesaria para garantizar la paz?