Este blog es un espacio de colaboración entre elDiario.es de Castilla-La Mancha (elDiarioclm.es) y el Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla-La Mancha para abordar diversas cuestiones sociales desde la reflexión, el entendimiento y el análisis.
Rousseau 4.0: hacia un nuevo contrato social
En 2020 y después de dedicar cuatro años a la tarea política de lo público decidí embarcarme en el afán de lo que ahora se llama el Reskilling. Tanteé másteres, cursos y postgrados, y por dónde iba a enfocar mi posición activa de búsqueda de empleo.
Más cerca de los 40 que de los 30 me adentré en el gran bazar formativo que inunda hoy las redes. Tras el bombardeo de llamadas, mails, molesto spam… tomé la decisión e hice caso omiso del mercader del “todo a cien”, me puse la americana, y aconsejado por el enterado de turno me matriculé en un curso sobre la llamada “Reindustrialización 4.0” de una prestigiosa Escuela de Negocios. Amendentrado por el titulismo y carguismo de la sociedad linkedista llegué a verme en una profunda crisis esnob.
Empecemos. Por aquellos entonces, términos como digitalización o transformación digital comenzaban a protagonizar noticias. Los medios y la actualidad ofrecían pequeños indicios de un profundo cambio tecnológico que se avecinaba pero que (para algunos) no era todavía palmario, más allá de la última actualización que marcaba con sus novedades el smartphone.
Se comenzaba a hablar de brecha digital. Pero los focos se posicionaban en la actualización de cartillas bancarias y la crueldad de las entidades financieras que no eran accesibles. No hablamos de las zonas rurales donde el panorama es aún más desolador. Se empezaba a vislumbrar el resultado del auge de la disyuntiva entre innovación e inclusión. A veces, estar a la vanguardia en la digitalización ha implicado en algunos casos sacrificar sociedades más inclusivas.
Volvamos al curso. Con las presentaciones del alumnado, ya me di cuenta de que mi perfil académico distaba mucho al resto. Los excelentes curriculums de mis compañeros y compañeras provenían del ámbito de la Ciencias, la Tecnología, la Ingeniería o las Matemáticas. ¿Y qué pintaba un sociólogo allí?
Habría que abordar desde la ciencia social una reflexión crítica que midiera el impacto que la transformación digital tiene sobre los distintos hábitos de la actividad humana
Rodeado de clases magistrales sobre el internet de las cosas, los cobots, la inteligencia artificial, el análisis de datos, la nanotecnología o el blockchain, trataba de asimilar toda esa información tan abstracta. Imaginaba una nueva sociedad bajo el paradigma tecnológico. Una Ilustración tecnológica que daba comienzo y donde se imponía la soberanía de lo digital. La velocidad, el impacto y el alcance de la nueva revolución industrial no había tenido precedentes. La revolución digital empezaba a abrir grandes desafíos en el tejido social.
No hablábamos de que en una llamada comercial te despachara un robot que tras una base de datos predictivos pudiera atenderte y darte una solución más o menos acertada; hablábamos de toda una revolución industrial y tecnológica que arrasaría con sistemas productivos convencionales, con nuestra manera de transportarnos, de usar servicios o de consumir bienes. La lista de cambios en los hábitos humanos podría ser interminable. En especial con todo aquello del ámbito privado de las personas y lo que supone la pérdida del control de nuestros datos personales.
Todos estos factores me hacían pensar una y otra vez en cómo iba a cambiar nuestro mundo, nuestra manera de vida occidental y sobre todo cuál iba ser ahora el papel de los Estados, desbordados por el tsusami de la nueva industria 4.0. Habría que abordar desde la ciencia social una reflexión crítica que midiera el impacto que la transformación digital tiene sobre los distintos hábitos de la actividad humana. Era imprescindible que los científicos sociales se pusieran a trabajar sobre este asunto.
Los nuevos retos suscitan la necesidad de actualizar la versión expirada de nuestro actual contrato social
Según Rousseau, para vivir en sociedad los seres humanos acuerdan un contrato social. Un contrato que otorga ciertos derechos, a cambio de abandonar la libertad natural. Así, los derechos y deberes de los individuos constituyen las cláusulas del contrato social, en tanto que el Estado es la entidad creada para hacer cumplir el contrato.
El liderazgo en la construcción del nuevo contrato social debe recaer en la sociedad civil. Es imprescindible encontrar motivaciones virtuosas, articuladas y propulsadas por fuerzas, tanto cívicas como institucionales, que puedan combinar el progreso tecnológico y el amparo de valores como la libertad, la igualdad, la empatía o la responsabilidad.
La controversia no debe centrarse en más o menos Estado, sino en un Estado que dé respuesta a las necesidades del ciudadano. La digitalización es un proceso transversal que incumbe a toda la sociedad. Por ello, hay que establecer un marco legislativo y regulatorio de la economía digital que cuente con un gran componente de legitimidad y no pierda de vista el control democrático como hasta ahora parece estar ocurriendo.
La sociedad civil en su conjunto tiene que estar inmiscuida en el proceso de diseño, elaboración, ejecución e incluso la evaluación de las políticas públicas.
La alianza público-privada cobra una vez más un papel decisivo también en los avances sociales. El ente privado debe democratizar el acceso a las tecnologías, reducir riesgos de brecha digital y propulsar la modernización del sector público desde una nueva estrategia de sostenibilidad y responsabilidad social corporativa.
Europa ha tomado la iniciativa para regularizar el uso de la IA. Normatizar su uso y la protección de datos para algunos expertos es sacrificar la innovación en el viejo continente, en cambio, para otros se trata de conseguir alcanzar el equilibrio justo entre permitir la innovación y respetar los principios éticos (hasta 2026 no entrará en vigor).
Pero el presente ya es pasado. Tengo la sensación que llegamos tarde. Somos el coyote persiguiendo una evolución tecnológica que nos sobrepasa una y otra vez y jamás se va a dejar alcanzar. Nuestra sociedad sufre la adicción a la inmediatez que cada día gana más adeptos. Estamos destinando demasiadas esperanzas en el poder milagroso de la tecnología y esto nos puede generar una mayor frustración e insatisfacción.
Los Estados, la sociedad civil en su conjunto, y las grandes compañías tecnológicas están condenadas a entenderse y a reorganizar el entorno económico, social, cultural y político. Minimizar las amenazas y generar oportunidades e igualdad está en nuestras manos.
P.D.: Al final entendí perfectamente cuál era mi papel en ese curso.
No olviden nunca aspirar a ser ciudadanos competentes.
En 2020 y después de dedicar cuatro años a la tarea política de lo público decidí embarcarme en el afán de lo que ahora se llama el Reskilling. Tanteé másteres, cursos y postgrados, y por dónde iba a enfocar mi posición activa de búsqueda de empleo.
Más cerca de los 40 que de los 30 me adentré en el gran bazar formativo que inunda hoy las redes. Tras el bombardeo de llamadas, mails, molesto spam… tomé la decisión e hice caso omiso del mercader del “todo a cien”, me puse la americana, y aconsejado por el enterado de turno me matriculé en un curso sobre la llamada “Reindustrialización 4.0” de una prestigiosa Escuela de Negocios. Amendentrado por el titulismo y carguismo de la sociedad linkedista llegué a verme en una profunda crisis esnob.