La ecología es uno de nuestros principales intereses y es el centro de este blog: cambio climático, medio natural, desarrollo sostenible, gestión de residuos, flora y fauna, contaminación y consumo responsable, desde el punto de vista de periodistas, expertos, investigadores, especialistas y cargos públicos. También editamos la revista 'Castilla-La Mancha Ecológica'.
Asfaltar el monte para evitar incendios forestales
Hace ya más años de los que me gustaría reconocer tuve un jefe que decía que para terminar con todos los problemas ambientales lo mejor era asfaltar el monte. Era una de esas personas provocadoras que, de vez en cuando, sueltan por la boca una burrada para ver la reacción de las personas que les rodean. Nunca supe si lo decía en serio o si simplemente era una provocación, pero me llamaba la atención que lo dijese una persona con su trayectoria y que en aquel momento era responsable de una empresa de consultoría ambiental referente en el sector.
El caso es que, de un tiempo a esta parte, parece que varios medios de comunicación y tertulianos se alinean cada vez más con esa línea de pensamiento. En verano, cuando la actualidad se relaja (y el periodismo también), aparecen titulares y se rellenan programas de radio y televisión hablando sobre incendios forestales. Y la tendencia es a culpar al árbol. Porque, como de todos es sabido, si no hubiese árboles no se quemarían. Solución: asfaltar el monte.
Es un discurso perverso. En primer lugar, porque ignora la realidad. Algunos tertulianos afirman rotundamente que nos sobra bosque. Que tenemos más bosque que nunca. Y cuando alguien hace esta aseveración está confundiendo varios términos que habría que manejar adecuadamente para poder participar en el debate. No es lo mismo bosque que monte. No es lo mismo terreno forestal que superficie arbolada.
Así, la Ley 43/2003, de 21 de noviembre, de Montes define como especie forestal “especie arbórea, arbustiva, de matorral o herbácea que no es característica de forma exclusiva del cultivo agrícola”. Igualmente define “forestal” como todo aquello relativo a los montes.
La misma norma incluye el concepto de monte como: todo terreno en el que vegetan especies forestales arbóreas, arbustivas, de matorral o herbáceas, sea espontáneamente o procedan de siembra o plantación, que cumplan o puedan cumplir funciones ambientales, protectoras, productoras, culturales, paisajísticas o recreativas. Tienen también la consideración de monte:
- Los terrenos yermos, roquedos y arenales.
- Las construcciones e infraestructuras destinadas al servicio del monte en el que se ubican.
- Los terrenos agrícolas abandonados que cumplan las condiciones y plazos que determine la comunidad autónoma, y siempre que hayan adquirido signos inequívocos de su estado forestal.
- Todo terreno que, sin reunir las características descritas anteriormente, se adscriba a la finalidad de ser repoblado o transformado al uso forestal, de conformidad con la normativa aplicable.
- Los enclaves forestales en terrenos agrícolas con la superficie mínima determinada.
Y sí, la superficie forestal, el monte, ha aumentado considerablemente. Pero no lo han hecho tanto los bosques. Basta con apagar la televisión y salir a pasear para comprobar que la mayor parte de la superficie abandonada para el cultivo está desprovista de arbolado. Y también para comprobar que una parte importante del arbolado no son bosques, son plantaciones forestales.
¿Qué es un bosque? Esa sería la primera pregunta a responder antes de ponerse a decir que es necesario talarlos para evitar los incendios forestales o, como se va poniendo de moda, para reducir la sequía ¿Tenemos demasiados bosques en España? ¿Realmente los árboles de los bosques son responsables de la sequía que vivimos? ¿Qué pasa con los bosques y el clima?
Un bosque es un ecosistema natural en el que hay una infinidad de relaciones complejas y equilibrios dinámicos entre los distintos elementos que lo componen: suelo, plantas, animales, hongos, bacterias… y que no necesita de intervención humana para mantenerse y evolucionar en el tiempo.
La relación entre los bosques y la sequía
En España no hay muchos de estos. Según el Anuario de Estadística Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación el 40% de la superficie es forestal arbolada, arbustiva y de matorral. Este apartado incluye distintos tipos de plantaciones y explotaciones forestales. Un poco más optimista es el Informe 2021 sobre el estado del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad en España: indica que el 56 % de la superficie nacional forestal, con un 38 % forestal arbolado (bosques, dehesas), y el 18 % forestal desarbolado (matorrales, eriales, canchales, arenales, etc.). En cualquier caso, la superficie de bosque, propiamente dicho, es considerablemente menor.
Sobre la relación entre los bosques y la sequía habría mucho que hablar. Un bosque ofrece muchos servicios que deberíamos evaluar en su conjunto antes de hablar de sequía. Sí, es cierto que un parámetro a considerar es la transpiración: las plantas consumen agua, parte se queda en sus estructuras vivas y parte va a la atmósfera a través de los estomas. La cuestión es si evaporan más agua de la que ayudan a retener en el ecosistema. La sombra, las raíces, la acumulación de materia orgánica en el suelo… son elementos que aportan los árboles del bosque y que contribuyen a la retención de humedad y a la infiltración del agua a los acuíferos.
¿Acuíferos? Como no lo vemos y resulta difícil de entender, se nos olvida con frecuencia que hay un reservorio imprescindible de agua bajo el suelo: los acuíferos. Y están conectados con las aguas superficiales. Cuando se seca una fuente suele ser por falta de agua en el acuífero que la alimentaba. Si el caudal de los ríos depende de las lluvias ¿por qué sigue fluyendo cuando no llueve? Por el agua que le aportan los acuíferos. Lagos, lagunas, sondeos, pozos… la inmensa mayoría de ellos están conectados de alguna manera con el agua subterránea.
Si eliminamos la vegetación y sus raíces se pierde la estructura del suelo que permite la infiltración del agua hasta esos acuíferos. Quizá resulte contra intuitivo, pero si queremos luchar contra la sequía necesitamos más árboles y más bosques: favorecen que el agua llegue a los acuíferos.
Si llueve en un suelo desnudo la mayor parte del agua escurrirá por la superficie. Las gotas golpeando directamente la tierra la compactan y sellan los poros por los que podría haber circulado hasta el acuífero. La radiación directa del sol evaporará rápidamente el agua que hubiese quedado en la superficie.
En un espacio arbolado las hojas frenan el impacto de las gotas de lluvia y las retienen para que escurran más despacio hacia el suelo. La materia orgánica acumulada actúa como una esponja que empapa esa agua y se filtra a través de una estructura favorecida por las raíces de la vegetación y otros seres vivos que pueblan el suelo del bosque. La sombra mantiene la humedad durante más tiempo. Así el bosque favorece la recarga de los acuíferos y la disponibilidad de agua cuando deje de llover.
Sí, claro que las plantas y los árboles consumen parte de esa agua y la evaporan a la atmósfera ¿en conjunto evaporan más que retienen? Esa es la pregunta que hay que abordar antes de proponer talar el monte. Sin perder de vista que sin esa evaporación aumenta la humedad ambiental, influye en la temperatura y en el equilibrio de los ecosistemas.
El cambio climático aumenta el riesgo de incendios forestales. Un clima más cálido y una mayor frecuencia de episodios de temperaturas extremas tensiona los ecosistemas y, en el periodo cálido, favorece la aparición y extensión del fuego.
Por cierto, si el problema es el cambio climático no está de más recordar que los bosques, con sus plantas, sus animales y sus suelos, son un instrumento natural y barato para retener carbono y evitar que se acumule en forma de CO2 en la atmósfera.
Si queremos más agua, necesitamos más bosques
En cualquier caso, si queremos agua necesitamos más bosques, no menos. La lluvia tiene una importante componente local que depende, en gran medida, de la transpiración de agua por parte de la vegetación.
Pero necesitamos bosques autóctonos, no plantaciones forestales de especies que tienen grandes requerimientos hídricos y esquilman el agua del suelo. Quizá, de sobrar algo que pueda producir sequía sobrarían plantaciones de aguacates.
Bosques, no plantaciones de pinos que nadie gestiona adecuadamente. Porque, a pesar de la legislación vigente, únicamente el 22,2 % de la superficie forestal está sujeta a Instrumentos de Ordenación según el Avance del anuario de estadística forestal para 2021. En el caso de superficie de titularidad privada el dato cae al 14,1 %
Y aquí, seguramente, es donde esté gran parte del problema. En explotaciones forestales y plantaciones protectoras que no se han gestionado adecuadamente y donde, quizá, sí sería interesante apear algunos ejemplares. Porque, como decía mi profesor de Ciencias Naturales, allá por la década de 1990, “ICONA planta pinos”. Y los pinos del ICONA, y otros planes anteriores, plantados hace décadas con vocación de sujetar suelos, evitar evaporación de agua en pantanos y otras funciones prácticas, deberían haber sido gestionados para ayudar a esas plantaciones a evolucionar a bosques. Y no se ha hecho a tiempo.
La suciedad en los montes
En este repaso no se podría dejar de hablar de la suciedad en los montes. Porque están muy sucios. No me refiero a la vegetación espontánea, propia de la sucesión ecológica. Ni a la madera muerta de forma natural. Me refiero a los restos no maderables de las talas que se acumulan porque al gestor de la explotación no le resulta rentable procesar.
Madera residual que ni se tritura para favorecer su incorporación al suelo ni se saca del monte, acumulada estratégicamente en lugares, más o menos fuera de la vista del forestal o el SEPRONA de turno, en los que se convierte en pilas de combustible listas para favorecer el incendio forestal.
Y cómo no, a las basuras dispersas que, abandonadas por usuarios del monte, llevadas hasta allí por quienes hacen negocio con las basuras de otros o arrastradas por el viento desde cualquier sistema ineficiente de recogida de residuos generan problemas y riesgos innecesarios.
Por último, recordar que asfaltar el monte no es una buena idea. Sí, se necesitan carreteras para permitir a las personas que habitan el medio rural desplazarse adecuadamente y recibir los servicios necesarios. Y pistas forestales acondicionadas y mantenidas correctamente para favorecer las intervenciones necesarias para conservar y mantener los montes. Pero más allá de eso conviene no olvidar que una gran parte de los incendios forestales se originan en los caminos y sus inmediaciones.
Sugerir que tenemos demasiados árboles o que nos sobran bosques no es de mucha ayuda para concienciar a los usuarios de esas carreteras y caminos sobre los riesgos y los hábitos que deberían seguir para prevenir incendios forestales.
Hace ya más años de los que me gustaría reconocer tuve un jefe que decía que para terminar con todos los problemas ambientales lo mejor era asfaltar el monte. Era una de esas personas provocadoras que, de vez en cuando, sueltan por la boca una burrada para ver la reacción de las personas que les rodean. Nunca supe si lo decía en serio o si simplemente era una provocación, pero me llamaba la atención que lo dijese una persona con su trayectoria y que en aquel momento era responsable de una empresa de consultoría ambiental referente en el sector.
El caso es que, de un tiempo a esta parte, parece que varios medios de comunicación y tertulianos se alinean cada vez más con esa línea de pensamiento. En verano, cuando la actualidad se relaja (y el periodismo también), aparecen titulares y se rellenan programas de radio y televisión hablando sobre incendios forestales. Y la tendencia es a culpar al árbol. Porque, como de todos es sabido, si no hubiese árboles no se quemarían. Solución: asfaltar el monte.