Uno de los espectáculos naturales más sorprendentes que coinciden con la llegada del otoño es la berrea o lo que es lo mismo, el sonido atronador de los machos de ciervo en celo que puede escucharse en los montes y bosques de algunas zonas de Castilla-La Mancha.
La berrea suele tener lugar entre finales de agosto y los últimos días de octubre aunque, a veces, las fechas cambian dependiendo de que el otoño y las lluvias adelanten o no su llegada. Con la cuerna perfectamente desarrollada, bien alimentados y sin agobios por el calor, estos animales, que pueden llegar a superar los 150 kilos de peso, se disponen a combatir entre ellos para asegurarse el derecho a fecundar al mayor número de hembras posible.
En esta época, es posible adentrarse en lugares como el Parque Nacional de Cabañeros, a caballo entre Toledo y Ciudad Real o en la finca Quintos de Mora en Toledo para ver, y sobre todo escuchar, la pelea de esta especie que busca perpetuarse. Nosotros lo hacemos de la mano de Toledo Natura y su equipo de biólogos y naturalistas.
Junto a una docena de personas, a bordo de vehículos todoterreno, nos desplazamos hasta el corazón de los Montes de Toledo. Pero antes, una parada en el punto más alto de la localidad de Los Yébenes nos permite conocer la biogeografía del espacio natural que nos espera un poco más adelante, una vez que dejamos atrás el valle del Tajo y la meseta cristalina de Toledo, con sus grandes rocas graníticas.
Ese día, el Molino del Tío Zacarías, está abierto al público aunque la falta de viento nos impide disfrutar del funcionamiento de su mecanismo, restaurado pero original, que recrea los fines de semana una molienda a la antigua usanza. A cambio, nos explican cómo se trabajaba antaño en estos gigantes y tenemos la oportunidad de contemplar el desmontaje de las grandes velas adheridas al esqueleto que conforman sus aspas de madera. En este municipio toledano presumen de su crestería molinera por ser “la primera que conoció Cervantes” y nos invitan a volver.
Tras la parada, nos adentramos en un espacio natural que nos muestra el aspecto del típico bosque mediterráneo. Es habitual toparse con zorros, águilas reales, buitres y, si hay suerte (y nosotros la tuvimos) seguir el vuelo de un gavilán a ras de suelo. También es fácil compartir camino con las familias de jabalíes que pueblan el territorio.
En el recorrido por esta parte de la provincia de Toledo, y en otoño, los verdes dejan lugar a los colores rojizos y ocres de los arces que conviven junto a madroños, encinas, pinos de repoblación y otras especies vegetales. También se divisan las pedrizas en las laderas de los montes, casi desprovistas de vegetación, aunque se aprecie la presencia de grandes árboles en los que suelen anidar las rapaces.
Dicen los expertos que el mejor momento para disfrutar del espectáculo de la berrea llega al atardecer y se intensifica con la caída de la noche. Los vehículos se adentran despacio por los caminos de la finca. Y no hay que esperar mucho para encontrarse con algún ejemplar de ciervo. Casi siempre son hembras, con las crías de la pasada primavera, aunque los grandes machos no tardan en aparecer. Nos observan durante un momento pero al más mínimo movimiento huyen en solitario o en grupo. Nuestros guías nos explican que solo en la finca puede haber miles de ellos. La época de berrea suele aprovecharse para actualizar el censo.
“El sentido de la berrea es poder competir, bien mediante la lucha, una solución de no suele gustar a nadie, bien mediante comportamientos alternativos. Son las llamadas soluciones de compromiso. Antes de encararse se miden las astas y si está muy claro, uno de ellos se retirará”, explica Roberto, uno de los guías. “A veces el bramido de un animal más grande y potente es suficiente. Antes de llegar al enfrentamiento, berrean para no llegar a la lucha. Eso no puede evitarse en igualdad de condiciones”.
Grandes manadas se desplazan por este agreste espacio natural. Provistos de telescopios y prismáticos nos situamos en un observatorio natural. Frente a nosotros comen con tranquilidad, mientras se vigilan mutuamente, varios ejemplares de ciervo. En mitad de la escena, un jabalí cruza la escena sin que ningún cérvido se inmute. “Se ignoran”, nos explican los guías.
Se va haciendo de noche y los bramidos son cada vez más frecuentes. Muchos visitantes de la finca se han marchado ya. Con menos ruido, los animales se muestran con mayor libertad. Incluso es posible, si así se solicita a los guías, realizar una observación más pausada, -durante horas- de sus movimientos. Eso requiere paciencia y un buen camuflaje.
Cada año la berrea es diferente. En este 2017, el paisaje se presenta más seco de lo habitual. Los expertos lo miran con cierta preocupación. Sobre el terreno, arbustos secos, árboles que conservan la huella de las astas de los ciervos y parte de la vegetación con una típica forma de bola, casi a ras de suelo, tras el ramoneo natural al que le han sometido los ciervos.
Avanzado el invierno, los machos se desprenderán de sus cuernos -algunos llegan a tener hasta 16 puntas- debilitados por la falta de pasto para disfrutar de la primavera y del nacimiento de las crías, hasta que llegue una nueva época de ‘combate’, pero esa será ya otra historia.