Los molinos de viento son ingenios mecánicos que aprovechan la fuerza del viento para la molienda del cereal y la elaboración de harina. Aunque su existencia está atestiguada en Europa desde el siglo XII, los primeros molinos de viento manchegos, de características diferentes a los europeos, se introdujeron hacia el siglo XVI, cuando una grave sequía en el interior de la Península obligó a la búsqueda de nuevas fuentes de energía que sustituyeran a los molinos de agua y proporcionaran alimento rápido a los soldados y a la población que sufrían una situación de hambruna.
Estos “desaforados gigantes de largos brazos” en palabras de Cervantes, se extienden por parte de nuestra región, especialmente por las provincias de Ciudad Real y Toledo, convirtiéndose en seña de identidad cultural de nuestro patrimonio por su elevado valor histórico, paisajístico, estético y, por supuesto, literario.
Todos ellos forman parte del Patrimonio Cultural de Castilla-La Mancha según consta en la Ley de Patrimonio Cultural 4/2013 y están integrados en el Inventario de Bienes Culturales de los municipios donde se localizan. Además, algunos han sido objeto de otras figuras de protección. Así, los molinos del Cerro de San Antón de Alcázar de San Juan (Ciudad Real) fueron declarados Bien de Interés Patrimonial en 2016; los del El Romeral y Los Yébenes, ambos en Toledo, recibieron la misma categoría en 2017; y el conjunto de molinos de Campo de Criptana, en Ciudad Real, se declaró en 2002 Bien de Interés Cultural con categoría de Sitio Histórico.
Situados en cerros y lomas, los molinos son edificaciones de mampostería con muros gruesos de forma cilíndrica y cubierta cónica, que en principio era de paja, más tarde de madera y luego de zinc. Por un parte de la caperuza se abre una especie de tronera por donde asoma el eje en el que se sujetan las aspas. El interior se distribuye en tres plantas. En la planta baja, llamada cuadra, en algunas ocasiones podía refugiarse la bestia de carga, pero era más usada como almacén para la entrega de la harina obtenida de la molienda y se situaba el comienzo de la escalera que daba acceso a la planta media o camareta, estancia en la que se limpiaba el grano y se guardaban los lienzos de las aspas y los utensilios de la molienda; en la planta superior, estaba el moledero, habitación con pequeños ventanillos por donde entraba el viento y donde se situaban las piedras y la maquinaria necesaria para moler el grano.
A medida que estas construcciones fueron perdiendo su función primigenia de molienda del trigo, se fueron abandonando y deteriorando, llegando incluso a perder parte de su maquinaria. Sin embargo, desde hace ya bastantes años, existe un claro interés, por parte de la ciudadanía y de las distintas administraciones, de contribuir a su preservación. Así lo ponen de manifiesto las obras de consolidación y restauración a las que han sido sometidos algunos de ellos, siempre bajo un seguimiento arqueológico, autorizado por la Consejería de Educación, Cultura y Deportes, en cumplimiento la Ley 4/2013 de Patrimonio Cultural de Castilla-La Mancha.
Con el progresivo desuso de los molinos ha ido desapareciendo también el oficio vinculado a su mantenimiento. Son muy pocas las personas especializadas que pueden acometer estos trabajos, tan necesarios para lograr su conservación. Para conocer de cerca esta ardua tarea, reproducimos la siguiente entrevista con Juan Bautista Sánchez Bermejo, uno de los grandes restauradores manchegos de molinos de viento.
¿Cómo has llegado a convertirte en uno de los pocos restauradores de antiguos molinos de viento de Castilla- La Mancha e incluso de España?
Desde niño siempre fui inquieto, activo, con gran curiosidad y que fácilmente me entusiasmaba con todo aquello que llamaba mi atención. En concreto, respecto a los molinos de viento, todo empezó en el año 1996, justo cuanto acababa de cumplir los dieciséis. Se había creado una escuela taller para la rehabilitación de uno de los molinos de viento. El molino en cuestión era conocido como “Sardinero” y su existencia se remontaba al siglo XVI. Viendo su imponente figura, es fácil imaginar que don Quijote lo vio como un verdadero gigante.
Esta circunstancia me permitió conocer de cerca un valioso oficio manchego, que estaba a punto de desaparecer en aquella época. Desde el primer momento que tuve contacto directo con ese “gigante con aspas”, que aún parece hablarme a pesar de su edad, no he podido separarme de él, ni de ninguno de sus compañeros que salpican la geografía de nuestra preciosa Castilla-La Mancha y, por supuesto, del resto del territorio nacional.
Después de más de treinta años dedicado a ello, la rehabilitación de molinos de viento antiguos se ha convertido en una parte importante de mi vida y me gustaría trasmitir esa pasión que se mueve detrás de cada molino recuperado, arrancado de las garras del paso del tiempo. Es siempre emocionante enfrentarse a una maquinaria antigua y original que hay que arreglar, recomponer, enderezar, e incluso a veces hasta fabricar una pieza nueva que se ha perdido, para que vuelva a girar y cumpla su función de la molienda.
¿Qué es lo primero que haces cuanto te enfrentas a la restauración de un molino?
Pongo toda mi atención en averiguar el desgaste ocasionado por el paso del tiempo en cada una de las piezas, detectar las cicatrices que muestran sus engranajes, las señales de alarma que se aprecian en cada una de las secciones. Después se trata de descubrir qué herramientas utilizaron en el pasado para crear las diferentes piezas, de qué madera son y así aproximarme lo más posible a su manera de hacer.
¿Cómo valorarías tus treinta años de trabajo con los molinos?
Todos los molinos me han enseñado algo nuevo, diferente, de las gentes que trabajaron en ellos, del conjunto de oficios que intervenían en su creación, del ingenio de otra época. Ser respetuoso con esa forma ancestral de trabajar, me hace pensar que las generaciones venideras podrán seguir disfrutando de estas populares construcciones, tal y como se ejecutaron hace siglos, y contribuirán de esa manera a su futuro mantenimiento y protección.
Vuelvo a la idea inicial, por tanto, de su significado, el molino de viento es un elemento identitario que fortalece las señas de pertenencia a una comunidad, por ello son tan importantes para Castilla-La Mancha.
Según lo que acabas de decir, te preocupa recuperar el mecanismo original de la maquinaria de los molinos, ¿qué maderas son las más adecuadas y qué piezas van asociadas a cada una de ellas?
Efectivamente, intentar recuperar el mecanismo original me llevó a descubrir herramientas que prácticamente ya no se utilizaban y que ahora se han vuelto a poner en valor, como la azuela, el hacha, los cepillos manuales y los sistemas que utilizaban de medición a escala, para así poder hacer las piezas de tanta envergadura y dimensiones que constituyen la maquinaria de un molino de viento.
Entre las maderas quiero destacar la de álamo negro, muy habitual en las zonas húmedas manchegas del pasado y que hoy apenas se pueden ver en nuestro territorio. Actualmente es un árbol protegido para evitar su desaparición. Es una madera muy dura y a su vez muy flexible, de poco peso, ligera, utilizada desde la antigüedad por su gran resistencia.
Con esta variedad de madera se construye el borriquillo, torno vertical que, junto con el palo de gobierno de dieciséis metros de longitud y del mismo material, hace girar la cubierta del molino buscando el viento más propicio; también las aspas, con ocho metros de longitud y dos de anchura, de los molinos históricos se construyen con esta madera. Hoy en día, con todo mi dolor, en los molinos que siguen en pie y han perdido la maquinaria, estos aparejos se construyen con pino silvestre, realizándose un tratamiento especial llamado autoclave, y en su palo de gobierno, el eucalipto, para conseguir la misma funcionalidad que el álamo negro, dada su escasez y ser una especie protegida.
La madera de encina, también protegida pero aun en mercado con suficiente oferta para poder abastecernos, es una madera difícil de trabajar por su dureza, pero por esta cualidad es muy útil en el empleo de elementos que sobrellevan mucha fricción. Con encina realizamos piezas emblemáticas como la rueda catalina, rueda enorme y dentada, es el engranaje de mayor tamaño en el interior del molino, situada en vertical transmite la fuerza de las aspas a un engranaje más pequeño y dentado, la linterna, que a su vez actúa sobre la piedra volante. También de encina se construye el anillo de pista, situado sobre el muro, es la superficie sobre la que gira la caperuza del molino, permitiendo orientar la cubierta según sople el viento cada día.
En el interior del molino, quiero destacar el freno, una pieza muy importante construida en madera de fresno, que tiene la función de parar la potencia que desarrolla el molino, se ocupa directamente de aminorar la fuerza de la rueda catalina. La madera de fresno es muy resistente y con gran tolerancia al impacto, aguanta bien los golpes. Baste recordar que los romanos castigaban a aquellos que cortaban fresnos al ser una madera de guerra, utilizada para construir catapultas. Esta madera es cocida para poder curvarla y así amoldar el freno a la rueda catalina.
Por último, me gustaría hablar de la madera de pino negral y albar. Con la primera, el pino negral, utilizado para la fabricación naval, se construye el eje principal del molino, una sola pieza de ocho metros de longitud y un diámetro en su exterior de unos setenta centímetros, que sustentará en el interior a la rueda catalina mediante unas escopleaduras, o cortes, y en el exterior, también con escopleaduras, sujetará el juego de las cuatro aspas con sus machos y remachos. El eje principal es la pieza del molino que más pesa, llegando a superar la tonelada y media, y torneada a mano para asegurar su correcto equilibrado.
Finalmente, la madera de pino albar se utiliza para todo el sistema estructural interno que soporta la maquinaria que hemos descrito, el llamado telar y anillo de madres, que sirve para sostener la cubierta, tanto las veinticuatro plumas que forman su cono, como para la tabla ripia en su interior, y la final en su exterior.
¿Qué supuso para ti la restauración del molino dedicado a Sara Montiel?
Allí fue donde descubrí que una famosa actriz llamada Sara Montiel tenía un museo, en cuyo interior se puede ver su biografía laboral y sentimental. Justamente este año se ha rehabilitado, dotándole de su eje, aspas, al mismo tiempo que el resto del conjunto de los diez molinos, que también han tenido actuaciones parecidas.
Has mencionado con anterioridad que quedan pocos especialistas en restauración de molinos de viento, por lo que estarás muy demandado. Tu experiencia profesional, ¿Dónde te ha llevado dentro de la geografía española?
La recuperación de este oficio me ha llevado a recorrer las cinco provincias de Castilla-La Mancha, empezando evidentemente por mi propia patria chica, Campo de Criptana.
También en la provincia de Ciudad Real, he trabajado en Alcázar de San Juan y Moral de Calatrava. Desde aquí he pasado por la provincia de Toledo, por las localidades de Consuegra, Tembleque, Camuñas, Quero, Urda, Las Ventas con Peña Aguilera, Los Yébenes y El Romeral.
En la provincia de Cuenca han sido Villamayor de Santiago, Mota del Cuervo, Zafra del Záncara y Pinarejo. En la provincia de Guadalajara en la localidad de Viñuelas y en Albacete en la localidad de Villarrobledo.
Ya en el ámbito nacional también he trabajado en las provincias de Jaén (Baños de la Encina), Valencia (Alcublas),Alicante (Cox) Zaragoza (Malanquilla) y, por último, en la comunidad autónoma de Baleares, en Ibiza y Menorca.
Realizando rehabilitaciones en molinos que aún poseían maquinarias antiguas originales, devolviendo su funcionabilidad y construyendo aparejos y elementos nuevos de iguales proporciones. Así hemos contribuido a la recuperación también del oficio de molinero, al que me dedico muchos fines de semana, para dar vida a los molinos que intento salvar de “las garras del tiempo”.
¿En qué consiste para ti “dar vida a los molinos”?
Hablo de las moliendas en sentido puro, del proceso que convierte el cereal en harina a través de estos gigantes recién restaurados. Una experiencia inolvidable, cuando ya tienes el molino preparado para la molienda, estas en el moledero y sueltas el freno, comienza a recorrer un escalofrío tu cuerpo al escuchar las piedras volandera y solera como rascan entre sí, cómo la maquinaria de madera ejerce toda su resistencia mientras se estremece entre quejidos y traqueteos, y puedes sentir que el suelo y la pared tiemblan, hasta el punto de creer derrumbarse bajo tus pies. Todas estas sensaciones van acompañadas con el embriagador aroma de la harina que sale a borbotones de entre las piedras y empapa tus sentidos. ¡Es un momento muy emocionante!
No podemos perder estos gigantes que nos dieron de comer, nos han dado fama y que nos tienen reservados aun momentos inolvidables. Actualmente el futuro de esta profesión de carpintero molinero, tan necesaria en nuestra tierra, pende de un hilo, puesto que somos apenas unos pocos los que conocemos el oficio. Es ahora el momento de integrar en los planes educativos, locales o regionales, este tipo de actuaciones profesionales u oficios, para evitar perder una tradición y asegurar el mantenimiento de este tipo de bienes patrimoniales de Castilla-La Mancha, que son como he dicho anteriormente, seña de identidad de nuestra tierra.
En tu opinión ¿Qué significan los molinos de viento para Castilla-La Mancha?
Es un patrimonio de importante valor, porque ha permitido que los manchegos seamos conocidos en cualquier rincón del mundo. Es un emblema cultural. Nuestra seña de identidad popular más notoria, presente desde el siglo XVI, cuando su uso daba respuesta a la necesidad de moler el cereal que se cultivaba a lo largo de una enorme superficie, cuya vista se perdía en la llanura.
Existieron no menos de quinientos molinos de viento en Castilla-La Mancha y, ahora, tan sólo conservamos unos pocos en este entorno. Por ello, me siento un privilegiado cuando comienzo a trabajar en uno de ello.