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La novela llega a su desenlace. Los personajes ya han sido presentados y sus arcos argumentales concluidos. El escenario: un tren histórico. El conflicto: un asesinato premeditado.
En Cuenca pudiéramos, como espectadores, esperar en cualquier momento la aparición de nuestro Hércules Poirot para deleitarnos con su éxtasis deductivo de cara al clímax de la historia, pero ya les adelanto que la espera sería en vano. Aquí nadie vendrá a desenmarañar el caso, pues todo ha sucedido a la luz del día. Este crimen ha sido público, publicitado e incluso jaleado por algún verso local despistado o, posiblemente, interesado.
Nos quedamos sin tren por decisión política. No técnica. Ni económica. Ni social. Ni estratégica. Política. De la mala. De la que miente. De la que cansa.
Todavía tenemos recientes en la memoria los argumentos de los representantes políticos del Ministerio de Transporte y Movilidad Urbana, de la Junta de Comunidades, de la Diputación Provincial y del Ayuntamiento de Cuenca, quienes, de forma solemne y casi despectiva, tuvieron a bien el explicarnos al resto de mortales lo ineludible de la decisión de quitar el tren convencional y de convertir a Cuenca en la única capital de provincia de España sin este servicio centenario y de primera necesidad. Todavía resuena en nuestras cabezas: No es rentable.
Pero ¡ay!, qué holgada puede llegar a ser la memoria de quien se siente estafado y qué cortas se demuestran una y otra vez las patas de la mentira.
Esta semana, cual orador que no puede contener más su epifanía, el presidente del Gobierno de España anunciaba como medida extraordinaria, excepcional y necesaria la bonificación del 100% del importe para los trayectos ferroviarios incluidos en la oferta de servicio público de media distancia, es decir, para los abonos mensuales de Media Distancia de Renfe en trayectos inferiores a 300 kilómetros. Efectivamente, para cualquiera de las combinaciones en la sentenciada línea Madrid-Cuenca-Valencia excepto, por apenas tres kilómetros, entre las dos grandes capitales de cabecera de línea.
Y así nos quedamos, con la explicación del cierre de la línea de tren convencional por Cuenca porque no es rentable y con la subvención de la totalidad del importe de esas mismas líneas en el resto de España. Da igual que propusiéramos hacer una consulta a la ciudadanía de Cuenca. Da igual que mostráramos en los propios órganos de Gobierno las incongruencias de la argumentación esgrimida para su cierre. Parece obvio entonces que aquí no es necesario, y cito textualmente, “garantizar la movilidad obligada cotidiana con un medio de transporte seguro, fiable, cómodo, económico y sostenible, en una coyuntura extraordinaria de incremento sostenido de los precios de la energía y los combustibles”.
Ahora que conocemos el crimen, ¿quién o quiénes dirían que son los responsables del cruel asesinato?
¿Tal vez la confederación local de empresarios que presentó, muy motivada, el Plan de cierre ante las autoridades en primera instancia?
¿El Ministerio que refrendó, hizo suyo y copió literalmente este Plan para anunciarlo, conveniarlo y ejecutarlo a toda prisa?
¿Quizá fueron las autoridades autonómica, provincial y municipal que acogieron de buen grado la propuesta pese al evidente agravio comparativo con la totalidad de capitales de provincia del país?
¿O fue el partido que gobierna en todas estas administraciones?
¿Tal vez fue la agrupación de electores que impidió que se realizara nuestra consulta popular en el municipio y presentó después otra propuesta para lavar su imagen a sabiendas de que no se podría realizar porque incumplía la normativa vigente?
¿No será el otro partido del bipartidismo que durante años ha dirigido todas esas mismas administraciones y que ha dejado que muriera la línea poco a poco sin invertir un solo euro en su restauración?
Permítanme, ahora sí, que les recuerde que aquí nadie vendrá a desenmarañar el caso, pues todo ha sucedido a la luz del día, de forma pública y publicitada.
La novela llega a su desenlace, y Cuenca, víctima de esta historia, yace en el suelo con una puñalada de todos y cada uno de los actores, pero el crimen repartido esta vez no exime de culpa ni humaniza a los responsables.
Quizá, el giro argumental en esta ocasión sea que Cuenca, víctima de esta historia, se levanta y reconoce a quienes han peleado por su dignidad y a quienes han usado mentiras con las patas muy cortas. Quizá Cuenca, al final, puede que no sea la víctima, sino la heroína de esta historia.
La novela llega a su desenlace. Los personajes ya han sido presentados y sus arcos argumentales concluidos. El escenario: un tren histórico. El conflicto: un asesinato premeditado.
En Cuenca pudiéramos, como espectadores, esperar en cualquier momento la aparición de nuestro Hércules Poirot para deleitarnos con su éxtasis deductivo de cara al clímax de la historia, pero ya les adelanto que la espera sería en vano. Aquí nadie vendrá a desenmarañar el caso, pues todo ha sucedido a la luz del día. Este crimen ha sido público, publicitado e incluso jaleado por algún verso local despistado o, posiblemente, interesado.