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He aquí un museo de piedras a cielo abierto. Todo el lugar es una extensión de viejas moles y rocas. Ninguna de ellas tiene forma de algo concreto. Me ha costado muchos días encontrar en algunos de estos berruecos y peñascos un rostro, una figura animada, el contorno de un animal, el perfil de aluna figura, o una virgen con niño. De la piedra x a la piedra y. ¿De qué sirve ponerles nombre? Nada que hacer con ellas, nos remiten más que a ellas mismas. Redondeadas y ampulosas te llevan a un reino abstracto. El paisaje por esto mismo es fuerte, antiguo, y el lugar nada dócil. Las zarzas lo protegen todo, las esparragueras con sus tallos de pinchos te animan a meter la mano para herirte.
En este paisaje duro me exprimo a la vez que me esponjo. Las rutas ahora me las imagino a través de campos quemados, de grandes extensiones de campos quemados atravesando espacios de berrocal. Superación del sucedáneo en la emulación, directamente de la naturaleza al alma en un poema tal o x. La casa está hecha con estas mismas piedras. La casa pesa. Solo en las casas vacías se pueden escribir libros, apenas una mesa y una silla, algunas ventanas bien dispuestas, la casa vacía es el libro antes de ser escrito. Según lo vayas escribiendo tendrás que salir más a menudo de la casa. Se ha llenado de ti y no te has dado cuenta. Lo que más te llama la atención, y te hace mirar a través de ello, son las marcas que han dejado los cuadros que estuvieron colgados en las paredes encaladas.
La luz fue apagando lo visible, los mismos cuadros también se apagaron un poco ¿oleos? Allí donde hubo cuadros colgados tú ves ventanas. Una casa vacía es un libro que vas a escribir. Todo fue sacado hace ya algún tiempo. Todo acabó en el garaje, incluso los libros. La casa del libro ha sido vaciada, el libro comienza con un vaciado. Algunos libros muestran un desorden vital, otros una gran mesura y equilibrio, en ninguno de los dos me encuentro. El arpa está siempre desafinada, mi mano te escribe a ti, la soledad eres tú. Estás en todo silenciada, te manifiestas en el orden de las cosas, la belleza del mundo es natural.
El arpa está siempre desafinada, mi mano te escribe a ti, la soledad eres tú
Mis sentidos se agudizan, no sé afinar el arpa, pero así suena el mundo ahora. Antes de salir de casa hay que elegir la ropa para el frío, sería imprudente ir desnudo en este tiempo, pero hay otras maneras de desnudez, de estar desnudo que conllevan alegría, cuando escribes por ejemplo. No cuentas apenas nada, solo hablas de un arpa desafinada que oyes en casi todo y no eres capaz de afinar, solo hablas de ti, pero como si fueras un cangrejo o un lagarto al sol. Los ojos se enojan, ama el paroxismo. Los ojos aquí ven todos los días piedras, solo veo moles y peñascos a mí alrededor, y entre ellas un sentimiento de levedad.
Pesas menos porque todo lo que te rodea pesa mucho. Hay demasiados puntos en los que fijarse. Nos gusta subirnos a los peñascos, amamos subirnos a las cosas. Ese quizás sea el primer indicio de lo que llamamos amor. Al subirnos a una de estas piedras, casi siempre por la parte de atrás, aprovechando los resquicios y las pequeñas grietas, nos liberamos de la nada. Bashô Matsuo nos guía “Del pino lo que es del pino. Y del bambú lo del bambú” No es la parte que nos encara la que deja que trepemos por ella con más facilidad, siempre hay que buscar la cara amable, las espaldas. ¿Y si pudieran hablar estas piedras? Pero no hablan, tampoco hablan; su fuerza estática, y su gran resistencia se debe sobre todo a que no hablan; nunca se expresan, y si alguno de nosotros hablara por ellas, no estaría diciendo más que necedades.
De nuevo volvemos a utilizar piernas y manos, y todos los verbos y palabras que se asocian a ellos ¿Habrían desaparecido todas ellas de nuestra boca por la gracia de la técnica? Si, en la boca de un niño no existe ya la palabra gatear, los niños de hoy ya no gatean, y no se hieren en brazos y piernas al vivir. Pronto por ello reptaremos en el aire. Cosas que duren siempre, y la lista se hacía interminable. Éramos nosotros los que durábamos poco en ellas. Los días se habían acortado mucho, noches silenciosas y vacías. Una silla al sol junto al muro del mediodía, o desde la ventana que da a la sierra y al Arañuelo la visión de las primeras nieves en las cimas. Ligeras heladas nocturnas, cielos despejados alternándose con los frentes de lluvia. Paseos de noche con linterna en la mano por sendas de arena. Los peñascos de granito de noche se agrietan y se rompen.
Nos rompemos igual que estas piedras, nuestro nihilismo nos contrae hasta quebrarnos. Toda la energía y fuerza estática acumulada en cada peñasco, gigantes durmientes, la ejercen contra sí mismos. Cuando nada ocurre, en el momento de mayor silencio de la noche, en ese silencio oscuro de sombras verdes, estas piedras antiguas se rompen. Crack, no consigo acertar bien con la onomatopeya, el sonido es otro, más seco, ¿Craggggg? ¿Scratch o fun?
Se contraen y se dilatan, después se rompen o agrietan. Él habló mucho, ahora no habla, más tarde hablará mucho, lo soltará todo para después cerrarse en un silencio negro y azul, el mismo silencio del mundo. Se romperá, quedará la grieta expuesta de su ser. Había encontrado refugio en “Todos los carnets” de Albert Camus, sus diarios discontinuos y apenas fechados, entre 1935 y 1959. Cada apunte, reflexión, o el simple reflejo de un instante o paisaje, salían de sus ojos como una fuente fresca. Inscripciones a salvo por mucho tiempo de la erosión de estos tiempos.
Sentí la necesidad de hacer inscripciones en estos peñascos. Berruecos redondeados por el agua y el viento. Un libro en piedra, expuesto a los elementos. En uno de los cuadernos había transcrito unos versos de Jean Cocteau. “Mi casa se estaba quemando y sólo decidí cambiar una cosa. Decidí salvar el fuego” Pequeño homenaje a este rostro, pintado en una tela hace ya mucho por Modigliani en Paris. Pero aún no había encontrado la piedra para estas palabras, ni otras para muchas otras. Este berrocal, estas piedras son verdad, las tocas y las sientes. Cada piedra o mole, con forma de sí misma, tiene el peso de toda su realidad, ni más ni menos, y no pesan más porque tú estés encima de ellas contemplando tu reino de mentira.
Cada piedra o mole, con forma de sí misma, tiene el peso de toda su realidad
Te infringes a ti mismo el dolor del mundo, tú por ejemplo, tú mismo cargas con tu lenguaje dolorido. Los cien metros lisos que tú haces caminando de espaldas, hacia atrás, las pruebas absurdas a las que nos sometemos, un record de lentitud. Estaba la pista flanqueada por álamos, era otoño, amarillos, cirios, nadie barre las hojas, con la lluvia se han pegado al suelo. Camina hacia atrás, de espaldas, como el dolor, no se compite con nadie, aquí nunca se gana o se pierde, con el aire de cara, o empujándote, da igual de donde viene el aire. Ningún esfuerzo o voluntad de ganar. No es tan absurdo en este tiempo caminar de espaldas hacia atrás, tampoco se alejan las cosas así, nunca desaparecen del todo. La pista es de albero pisado. Se despeja el día. “Mi dicha no tiene fin” Albert Camus. Ejerces toda tu fuerza y energía solo contra ti, te contraes y te rompes. Eres esa piedra, esa con forma de piedra, una mole desmochada.
Para subirse hasta la cabeza, uno se agarra a las aristas, a las fisuras, o aprovecha los pequeños diedros, y si consigue trepar hasta lo más alto, verá un poco más en todas las direcciones, pero no mucho más de lo que se esperaba, solo un poco más, pero no será suficiente. Piedras ni mucho menos mágicas, solo piedras calientes o frías, menos aún, sin atisbos místicos, o más energía que un meteorito caído del cielo. Lo percibimos todo a través del volumen, la forma deformada. Lo deformado es la forma suprema, es la verdad abstracta. La belleza es extraña. No podemos imitarlas, o siquiera hacer otra igual, no existe un modelo a seguir, esto te permite hablar a través de ellas con mayor libertad y amor. Un artista, un escultor, es capaz de ver en su interior la forma soñada, la obra, un cuerpo tenso o dormido, solo tiene que ir quitando lo que la envuelve golpeándola con fuerza y precisión, pero lo que yo pueda decir o escribir en relación a ellas o contra ellas, rebota y vuelve al mundo.
Por mucho que les pinte bocas y ojos nunca hablaran, no te ven, no te oyen, no te sienten. Cada hombre o mujer que escribe se debe a otro hombre o mujer que no escribe. Todos los sueños son parecidos. He tejido tu alma, me dice una amiga, mientras tomamos una copa de vino en un hotel junto a la autovía cerca de Navalmoral, y temo que se deshilache, no que se destiñe. Habíamos estado visitando colonias de cigüeñas en el Gordo, ya cerca de Caleruela. Me gusta vivir a ras del suelo, pero odio los bajos de esas grandes ciudades, “terrier” del cielo, donde solo se puede escribir ciencia ficción en las madrigueras. Enseña a hablar a perros y a escribir a astronautas.
La falta de gravedad asegura que la pulsión de la fuerza, de la extraordinaria fuerza que hay que ejercer allí arriba para extender las palabras, toda la fuerza que se necesita para escribir la palabra amor en un papel es inhumana. Así comienza un niño a utilizar la caligrafía, no le pone límites al espacio, sus letras son todavía demasiado grandes, el tamaño de estás piedras es natural para él. La primera letra que escribirá será una gran O con una tiza en la piedra. Me desesperaba pensar que algún día un grafitero sintiera la pulsión de ensuciarlas con sus códigos de barbarie. Esos pequeños dioses del “contra-todo” La mano es la que ejerce la piedad, los ojos el amor. Ella me decía, ponte recto para escribir, y entonces yo me encorvaba más. Mis rezos son a la nada, le dije.
Las conversaciones van girando como los aires en la tarde, solo traiciono al lenguaje que me traiciona. Amen. ¿Te dice lo mismo? ¿La misma experiencia? ¿El mismo vacío? Estoy terminando el libro me decía. Nunca, esta curva que nunca se acaba ¿Con quién te cruzas en el libro? Con nadie. La fealdad atrae un punto más que la belleza, no puedes obviarla, ese poco de más es inabarcable, crece en los ojos, es real, está llena de realidad. El defecto, o su tara es que no puedes ensoñarla, solo verla. Los ojos del monte lo ven todo, pero no se fijan en ti, apenas, de la misma manera que tú, al monte lo ves entero, te cabe entero dentro. Se da la atracción. Le cambias palabras por silencio, sueño por existencia, voluntad por pereza, acción por quietud.
El monte no te ve porque tú lo ves entero dentro de ti.
El monte no te ve porque tú lo ves entero dentro de ti. Me llegan pensamientos teológicos que no son más que filfa. La niebla en la que uno se apaga lentamente. Si, ahora, cualquier frase de Camus, si, mil veces. Mira cómo se descomponen todos esos escritures ante él, los aprendices de Sastres. Siempre Camus debe guiarte por el infierno antes que los otros guías. Y la madre termina hablándote, siempre te habla desde donde sea: esta lluvia de mil días me abrasa, la humedad negra llega a mis huesos, conciencia de lo óseo, el cuerpo se expresa entero. El dolor es el otro que habla dentro de ti. La llevo a ver las piedras. Hay muchas. ¿Es esto lo que quería escribir? No, pero es lo que he escrito. Me tendrías que haber dictado tú, no el viento ni las aguas rápidas, no estos peñascos que apenas hablan. Ha sido culpa de la mano. Se mueve sola, escribe sola. Tormentas solares ¿Puedes sentirlas? Apenas, apenas, y es bastante.
He aquí un museo de piedras a cielo abierto. Todo el lugar es una extensión de viejas moles y rocas. Ninguna de ellas tiene forma de algo concreto. Me ha costado muchos días encontrar en algunos de estos berruecos y peñascos un rostro, una figura animada, el contorno de un animal, el perfil de aluna figura, o una virgen con niño. De la piedra x a la piedra y. ¿De qué sirve ponerles nombre? Nada que hacer con ellas, nos remiten más que a ellas mismas. Redondeadas y ampulosas te llevan a un reino abstracto. El paisaje por esto mismo es fuerte, antiguo, y el lugar nada dócil. Las zarzas lo protegen todo, las esparragueras con sus tallos de pinchos te animan a meter la mano para herirte.
En este paisaje duro me exprimo a la vez que me esponjo. Las rutas ahora me las imagino a través de campos quemados, de grandes extensiones de campos quemados atravesando espacios de berrocal. Superación del sucedáneo en la emulación, directamente de la naturaleza al alma en un poema tal o x. La casa está hecha con estas mismas piedras. La casa pesa. Solo en las casas vacías se pueden escribir libros, apenas una mesa y una silla, algunas ventanas bien dispuestas, la casa vacía es el libro antes de ser escrito. Según lo vayas escribiendo tendrás que salir más a menudo de la casa. Se ha llenado de ti y no te has dado cuenta. Lo que más te llama la atención, y te hace mirar a través de ello, son las marcas que han dejado los cuadros que estuvieron colgados en las paredes encaladas.