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La primavera hace su acto de presencia en el escenario distópico de estos días. La naturaleza y sus estaciones se imponen sobre este virus contra el que luchamos cada uno desde su ámbito, la mayoría recluidos. La primavera como renacer de la naturaleza, con sus colores, sus fragancias, sus sonidos, ese festival sensorial que cada año se nos regala sin que le demos más importancia, este año se nos escapa, y sí sabemos quién nos la roba, un virus que tiene al mundo patas arriba.
Por suerte, este espacio tiempo tan extraño, esta primavera excepcional del 2020 también nos trae sus brotes verdes y sus flores en distinto formato.
A modo de ejemplo, llevamos unos días en que el momento del aplauso de las 20 horas está siendo especialmente motivador. Un joven trompetista ha decidido deleitarnos el momento con una composición cada día distinta, con canción infantil para los pequeños incluida. Una maravilla para toda la familia, una composición especial representada en directo para nosotros, en una situación tan extraña. Cae como agua de abril en tierra seca.
Son varios los brotes verdes que desde mi confinamiento puedo apreciar, y algunos pulgones, para qué lo vamos a negar. Frente a la vergüenza ajena que nos hacen sentir esos policías de balcón, que por salud mental es mejor pensar que son los menos de nuestra sociedad, y el vocerío de políticos y medios de comunicación cargados de encono para echar leña al fuego del enfado propio de una sociedad confinada. Dejando esa realidad de lado, y la incertidumbre que inevitablemente acecha de un futuro insostenible, estos días hay tantos, tantísimos gestos de solidaridad y llamadas a sacar algo positivo de esta situación tan excepcional que, aunque la realidad de un virus incontrolable en el seno de un sistema económico voraz nos pinte un futuro oscuro, yo no puedo por menos que sentirme orgullosa, orgullosa de mí y de la gente que conformamos esta sociedad tan dispuesta a dar lo mejor de sí mismos en los momentos complicados, a aplaudir para reconocer la valía de muchos profesionales de la salud, a dejar carteles a los basureros para agradecer su trabajo, a salir al balcón a deleitarnos con la trompeta todos los días, a disfrutar de nuestros hijos con más paciencia de la que veníamos teniendo, a escucharse y respetarse a uno mismo, porque ese es sin duda el comienzo para escuchar y respetar a los demás, a ayudar al vecino, a organizarse para que la ayuda sea lo más eficiente posible, y a agradecer con un gesto amable. Tantas personas dispuestas a salir mejor de lo que entramos en esta crisis.
Ojalá cuando termine esto, porque terminará, aunque aún el túnel se ve largo y de salidas difusas con distintas velocidades, no olvidemos lo que estos días sacamos de positivo, para cuidarlo y que siga creciendo.
Entre tanto la primavera este año nos la perderemos, pero si enraízan los brotes verdes, esta bella estación del año no habrá pasado en balde.
La primavera hace su acto de presencia en el escenario distópico de estos días. La naturaleza y sus estaciones se imponen sobre este virus contra el que luchamos cada uno desde su ámbito, la mayoría recluidos. La primavera como renacer de la naturaleza, con sus colores, sus fragancias, sus sonidos, ese festival sensorial que cada año se nos regala sin que le demos más importancia, este año se nos escapa, y sí sabemos quién nos la roba, un virus que tiene al mundo patas arriba.
Por suerte, este espacio tiempo tan extraño, esta primavera excepcional del 2020 también nos trae sus brotes verdes y sus flores en distinto formato.