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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Calor

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La ciudad de Toledo está configurada –nos lo dicen todos los manuales de urbanismo- como una ciudad de tradición musulmana, adaptada a los rigores climáticos de la meseta, sobre todo al tórrido calor estival. El trazado de las callejuelas, los adarves y cobertizos, hacen que la superficie expuesta al sol sea mínima (solamente la posición cenital es capaz de introducir los rayos del astro rey hasta el suelo) y el viandante pueda pasear con cierta comodidad por la ciudad.

 Tradicionalmente, las calles y plazas de la ciudad eran de tierra y, en el mejor de los casos, empedradas y adoquinadas. A través de este suelo transpiraba la tierra y lograba así cierta atemperación. Poco a poco la tierra fue relegada a las plazuelas y rodaderos. Hoy las plazas, gracias a la generosa ayuda de la Unión Europea, se llenan de granito y hormigón, extendiéndose también la pasión arquitectónica a los Parques y Paseos, como los del Miradero, San Miguel el Alto o Padilla.

Mientras, el vecino que habita las casas que tienen cierta antigüedad y prestancia, nota en sus carnes la sabiduría que generación tras generación ha sabido impregnar a la vida cotidiana, a la habitación doméstica. Muros recios, estancias volcadas hacia el interior de la casa, donde el patio se establece como lugar de distribución y de estar. Patio cubierto en verano con el toldo que regula la entrada de luz/calor, aljibes que refrescan el ambiente y permiten el riego de las plantas del patio que con su transpiración refrescan el ambiente. ¡Dulces patios toledanos!.

Y lo que se edifica de nueva planta se realiza a costa de gran gasto de energía y materiales “no ecológicos”. Orientaciones de fachada equivocadas, aislamiento insuficiente, grandes ventanales, aprovechamiento de abuhardillamientos, ventilación interior insuficiente..., El sufrido vecino tiene que invertir después en más calefacción, aire acondicionado y aislantes en vanos y muros. Mantener la indivisibilidad de la casa-patio es mantener la sabiduría histórica que ha luchado contra las inclemencias del tiempo, sin uso de energía añadida ni utilización de tecnología abrasiva.

Otro asunto son los aparatos de aire acondicionado que utilizan las viviendas para combatir los momentos más calurosos. Si las macetas y flores tamizaban la canícula, dichos aparatos causan un efecto penosísimo a la vista (y a la percepción de las personas sensibles). Desde que la Comisión de Monumentos dejó de tener cierta autonomía y pasó a ser una mera dependencia administrativa de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, órgano que tiene hoy la responsabilidad y competencia para hacer cumplir las leyes en materia de protección del Patrimonio Histórico y Monumental, el seguimiento de las posibles infracciones se ha ido relajando ostensiblemente. Y tanto es así que se ha pasado de tener un terror reverencial a la Comisión a dejar que la iniciativa privada campe a sus anchas.

Eliminemos de la vista los elementos que hoy estorban al buen gusto y al respeto por la historia y el arte. Al menos, cubramos con celosías los aparatos que tanto afean el callejero toledano. Nos preguntamos si los toldos que se cuelgan a lo largo de la carrera del Corpus y que ahora la alcaldesa ha querido poner en los pasillos del “martes” no se podrían poner en las calles más concurridas de la ciudad.

La ciudad de Toledo está configurada –nos lo dicen todos los manuales de urbanismo- como una ciudad de tradición musulmana, adaptada a los rigores climáticos de la meseta, sobre todo al tórrido calor estival. El trazado de las callejuelas, los adarves y cobertizos, hacen que la superficie expuesta al sol sea mínima (solamente la posición cenital es capaz de introducir los rayos del astro rey hasta el suelo) y el viandante pueda pasear con cierta comodidad por la ciudad.

 Tradicionalmente, las calles y plazas de la ciudad eran de tierra y, en el mejor de los casos, empedradas y adoquinadas. A través de este suelo transpiraba la tierra y lograba así cierta atemperación. Poco a poco la tierra fue relegada a las plazuelas y rodaderos. Hoy las plazas, gracias a la generosa ayuda de la Unión Europea, se llenan de granito y hormigón, extendiéndose también la pasión arquitectónica a los Parques y Paseos, como los del Miradero, San Miguel el Alto o Padilla.