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La catedral melódica

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La catedral de Cuenca aglutina varios estilos y se ha ido rehaciendo desde el siglo XII hasta muy avanzado el siglo XX, resultando un espacio muy limpio orientado de un modo iniciático a diversos matices, tanto espirituales como a los puramente arquitectónicos y artísticos. Desde el diáfano claustro se accede a un bien dispuesto exterior, el llamado Patio de la Limosna, desde el que se contempla la asombrosa visión de la hoz del río Huécar que, junto con la del Júcar, ciñen a la erguida ciudad antigua, pudiendo divisar desde allí el Parador, ubicado en lo que fue convento de dominicos, y una sugerente línea de edificios elevados desde la roca.

Numerosos detalles de su interior son altamente reseñables, pero sobresale, en especial para la mirada, el llamado Arco de Jamete, un espléndido frontispicio que sirve de portada para la entrada al claustro, arco considerado una de las obras maestras del Renacimiento español. Fue encargado al francés Etienne Jamet, nacido en Orleans, paisano por tanto de Juana de Arco.

Al residir tanto tiempo en España, siendo especialmente fiel a Cuenca, su nombre pasó a llamarse Esteban Jamete. Fue un gran sinvergüenza, un absoluto desaprensivo, maltratador, incluso asesino de su primera mujer, además de hereje, pero un magnífico artista. Trabajó como escultor, imaginero, entallador. Colaboró con el gran arquitecto Andrés de Vandelvira. En la catedral de Toledo realizó la sillería del coro, cumpliendo, además, distintos e importantes destinos.

Otro vistoso componente de la Catedral de Cuenca son sus vidrieras, lo más moderno de su hechura, colocadas en los muros a finales del siglo XX cubriendo unos anteriores inapreciables huecos. Todavía quedan unas pocas antiguas, la mejor la que está sobre el Arco de Jamete, un rosetón muy colorista de Giraldo de Holanda, pero las demás son de tres artistas abstractos: Gustavo Torner, Gerardo Rueda y Bonifacio Alonso, creadores vinculados a Cuenca al socaire de la creación, por Fernando Zóbel, del Museo de Arte Abstracto Español, abierto esplendorosamente en la ciudad de las Casas Colgadas.

A esos tres artistas se sumó el maestro vidriero, y director del taller que elaboró las vidrieras, Henri Dechanet. Se dice que el conjunto simboliza el Big Bang, esa gran explosión de materia al comienzo del universo.

La Catedral también brinda atractivas ofertas culturales. Hace no mucho, en un ciclo creo que titulado “Los lunes de la Catedral”, la poeta conquense Amparo Ruiz Luján paseó a todo el nutrido aforo que constituíamos el público por casi toda la recoleta Catedral -algo pequeña para ser un gran templo, pero muy lustrosa y resplandeciente- recitándonos sus poemas y cantándonos, pues Amparo posee, además de sentida inspiración, una bella voz muy bien entonada. En estos días pasados ha tenido lugar un nuevo ciclo, de tres conciertos, titulado “Mirabilia. Semana Medieval en la Catedral de Cuenca”. El primero a cargo del grupo Ipsum Femina, el segundo interpretado por Graindelavoix y el tercero y último por los cantantes, instrumentistas y bailarines de los cursos Mirabilia.

El concierto inaugural ofrecía un tema interesante, atrayente en su difusión, desarrollando la mística y el feminismo en los siglos XIII y XIV, basado en el libro de la francesa Marguerite Porrette (Valenciennes, 1250-París, 1310) ‘El espejo de las almas simples’, un libro místico ensalzando el amor divino, donde dialogan el Amor, la Virtud, el Alma y la Razón, destacando la prevalencia del Alma, que ha de abandonar todo salvo el contacto directo con Dios, excluyendo incluso al clero.

Marguerite fue una beguina, perteneciente a las piadosas religiosas libres que actuaban al margen de la estructura eclesial. Las autoridades de la Iglesia consideraron herético su libro, que había tenido mucha difusión. La Inquisición le advirtió pero ella no hizo caso. Al cabo, su obra fue quemada y a ella en la hoguera. El espectáculo en la Catedral lo realizaron la actriz Gisela Figueras, que hacía de Marguerite, el cantante Víctor Sordo y las instrumentistas Cristina AlísRaurich, con un pequeño órgano portátil, muy melódico, y María de Mingo Carranza, que acompañaba con una rítmica cítola medieval.

El segundo concierto careció de instrumentos y estuvo acogido, desempeñado por cuatro cantantes y un director, todos masculinos, a la llamada “Liberación del gótico”, que llegó a conformar, musicalmente, un arte urbano desprendido de las rígidas normas feudales. Estas liberadoras músicas estaban conectadas, sobre todo, a las grandes catedrales, especialmente la de Reims, y a las grandes cortes, como la de Borgoña. El conjunto Graindelavoix fue fundado en 1999 y tiene su sede en Amberes. Intervinieron en esta gran demostración polifónica Andrew Hallock, contratenor; Albert Riera, tenor; Marius Peterson, tenor; Tomàs Maxé, bajo y Björn Schmelzer, director. Schmelzer ha sido nombrado este mismo año Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia.

La esencia musical de diferentes periodos

Es curioso, pero una impresión que tuve en momentos de este concierto fue asimilar la música que estaba oyendo, por un lado, con ciertos sonidos atonales y, por otro, con algunas soberbias piezas del compositor húngaro György Ligeti, que acuñó el término de ‘micropolifonía’, y con algunas otras del estonio Arvo Pärt, todavía vivo, autor dotado de un notable componente religioso. Así, la esencia de los diferentes periodos pueden perfectamente asemejarse.

El tercer y último concierto, centrado en el Llibre Vermell de Monserrat, fue variado y entretenido. Este ‘Libro rojo’, tildado así por su encuadernación, guardado (está incompleto) en el Monasterio de Monserrat, fue creado para reunir unos cantos y danzas piadosas que pudieran paliar las canciones y bailes, no tan piadosos, que los peregrinos ejecutaban, al pasar la noche, en las afueras del convento. Esos andarines que en su caminata exclamaban ¡ultreia! o ¡suseia!, ¡vamos para adelante! o¡vamos para arriba!, según avanzaban en la ruta. Eso explicaron, al principio del concierto, Cristina Alís, directora de todo el conjunto de los muchos intérpretes que actuaron, y Miguel Ángel Albares, canónigo de la catedral, un cura que curra lo suyo en la organización para que todo resulte impecable.

El concierto, como en el caso de la actuación de Amparo Ruiz Luján, fue en varios lugares catedralicios: bajo el Arco de Jamete, en la Capilla del Espíritu Santo y en el Patio de la Limosna, donde se despidió Mirabilia hasta el año que viene, desde el año pasado, haciendo bailar y cantar alegremente a los asistentes.

La catedral de Cuenca aglutina varios estilos y se ha ido rehaciendo desde el siglo XII hasta muy avanzado el siglo XX, resultando un espacio muy limpio orientado de un modo iniciático a diversos matices, tanto espirituales como a los puramente arquitectónicos y artísticos. Desde el diáfano claustro se accede a un bien dispuesto exterior, el llamado Patio de la Limosna, desde el que se contempla la asombrosa visión de la hoz del río Huécar que, junto con la del Júcar, ciñen a la erguida ciudad antigua, pudiendo divisar desde allí el Parador, ubicado en lo que fue convento de dominicos, y una sugerente línea de edificios elevados desde la roca.

Numerosos detalles de su interior son altamente reseñables, pero sobresale, en especial para la mirada, el llamado Arco de Jamete, un espléndido frontispicio que sirve de portada para la entrada al claustro, arco considerado una de las obras maestras del Renacimiento español. Fue encargado al francés Etienne Jamet, nacido en Orleans, paisano por tanto de Juana de Arco.