Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.
Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de sus autores.
El director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, no es un literato, no es un lingüista, sino un jurista. También pertenece a la academia de Ciencias Morales y Políticas. Es catedrático de Derecho Administrativo y director de la revista ‘El Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho’. Director asimismo del ‘Diccionario del español jurídico’ y del ‘Diccionario panhispánico del español jurídico’. Autor de una numerosa obra sobre diversos temas de su especialidad. Pero su último libro se dedica a comentar minuciosamente la figura de Miguel de Cervantes, su producción y el entorno sociológico que rodeó la existencia y trayectoria de nuestro más eximio escritor. Buen conocedor de la sociedad y del derecho que imperaba en la época cervantina, Muñoz Machado apura en esta obra una copiosa bibliografía, ocupando casi trescientas páginas, en un volumen de más de mil, los subsidios que ilustran el nutrido y asequible texto.
Sobre este completísimo libro Mario Vargas Llosa publicó en ‘El País’ el pasado 1 de mayo un artículo en el que el novelista hispano-peruano escribe que el lector “puede averiguarlo todo: el aparato legal que reinaba en España mientras Cervantes escribía las aventuras del Quijote, y las fiestas populares, la extensión de la brujería, la vida cultural en todas sus manifestaciones, y, por supuesto, los enredos y crímenes de la Inquisición, así como la vida culta, de pintores, comediantes, actores y artistas, y la vida militar, a la sombra de la Corona. Todo está allí, pormenorizado y expuesto, con lujo de detalles, y narrado con ese lenguaje sencillo, claro, sin asperezas ni violencias, de Santiago Muñoz Machado, tan cauto que parece hablar al oído de las personas.”
Cervantes, y esta cuestión es destacada por Vargas Llosa, fue un ciudadano sin fortuna. Gregorio Mayans, primer biógrafo del genial novelista, dice que era un hombre desvalido que no cosechó favores. Como la gente sin fortuna, se hizo soldado. En Lepanto se portó con un arrojo tal que le hizo perder la utilidad de la mano izquierda debido a un arcabuzazo. Después de la batalla, vuelve a Italia, donde ya había estado antes al servicio del cardenal Acquaviva, y al regresar a España desde Nápoles, ya cerca de la costa española, es apresado por unos turcos y sufre un penoso secuestro en Argel durante cinco años, del que le sacan los trinitarios; en realidad lo libera su familia, que se arruina con el montante. Ya en la patria, quiso ir a América, confiando que premiarían su actuación en Lepanto, pero el Estado, como comenta Vargas Llosa, “ni siquiera le contestaba las cartas”. Se tuvo que conformar, en el último tramo de su vida, después de realizar algunos viajes fallidos, con un empleo de recaudador de impuestos que le habría de traer más desgracias que beneficios; además de ser muy mal visto por los pobres recaudados, sufrió cárcel por reveses monetarios surgidos en su profesión.
Hasta la publicación del ‘Quijote’, su éxito literario es escaso. Empieza a publicar tarde. En el teatro en principio no le iba mal, hasta que absolutamente triunfó en este terreno Lope de Vega con la praxis de su ‘Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo’. A partir de entonces, a los empresarios teatrales les parecieron las obras de Cervantes anticuadas. Buen poeta, el propio autor, sin embargo, dudaba de su capacidad: “Yo que siempre trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo.” Su soneto con estrambote al túmulo de Felipe II en Sevilla, ciertamente irónico, es una de las piezas poéticas más célebres de la historia de la poesía española. Muy meritorio es su extenso libro poético ‘Viaje del Parnaso’, compuesto en tercetos encadenados. Los versos de este libro sirven de acertada crítica a la obra de poetas españoles.
El primer problema que se presentó a la hora de impedir el conocimiento de la vida de Miguel de Cervantes al aparecer el ‘Quijote’, es que, como apunta Santiago Muñoz Machado, “los lectores se divertían mucho leyendo el libro, pero no necesitaban profundizar en la vida del escritor”, ya que a la gran novela se la tomaba, al comienzo, únicamente como un libro humorístico. No fue hasta el siglo XVIII, en 1738, cuando en una reedición del ‘Quijote’ se incorporó el estudio biográfico de Miguel de Cervantes a cargo del mencionado Gregorio Mayans, humanista valenciano. Antes, españoles preclaros en el mundo de las letras preferían volver a publicar el llamado ‘Quijote de Avellaneda’, creyéndolo dotado de mucha más calidad que el auténtico.
Por esas razones de ignorancia, a Cervantes se le suponían muchos lugares de nacimiento: Esquivias, por el simple hecho fortuito de que se casó con una de allí, Catalina Palacios; Sevilla, porque allí vivió y nombra mucho el ver representar el teatro de Lope de Rueda; Lucena también se cita. Toledo. Y hasta Sanabria. O Madrid. Mayans dice que Cervantes nació en Madrid, influido por unos versos de ‘Viaje del Parnaso’. Lope de Vega, su enemigo íntimo, y vecino de calle, también lo hacía natural de Madrid. Otros lugares son Alcázar de San Juan y Consuegra.
En la parroquia de Santa María la Mayor de Alcázar de San Juan se descubrió en 1748 una partida de bautismo correspondiente a un niño, Miguel, hijo de Blas Cervantes Sabedra y Catalina López, a la que acompaña una nota de Blas Nasarre que dice que “este fue el autor de la Historia de Don Quijote”. Nasarre, cervantista, bibliotecario mayor del rey y académico de la RAE en tiempos de Felipe V, aunque en un principio defendió a Alcázar de San Juan como lugar de nacimiento de Cervantes, luego se desdijo. El apellido Saavedra fue una invención del escritor por un mote con el que le apodaban en Argel: “el de la mano tullida”. Su segundo apellido era otro, pues su madre se llamaba Leonor Cortinas. Por esa partida manchega, fechada en 1558, el novelista hubiese ido a Lepanto contando sólo 13 años y con menos de once capaz de escribir sonetos, como los publicados en un libro dedicado a la enfermedad y muerte de Isabel de Valois. Al parecer no basta que en un par de textos suyos el propio alcalaíno declare su edad y a Alcalá como su pueblo natal.
Otras atribuciones de espurios lugares natales también han tenido lugar, como Tembleque, Huerta de Valdecarábanos o Dosbarrios. El origen de la extendida confusión consiste en superponer fantasiosamente el personaje manchego, Don Quijote (no deja de ser una nota humorística añadir a un honorable título de hidalgo la mención de la depauperada Mancha), al hábitat de Miguel de Cervantes. Lo más probable es que Miguel conociese La Mancha muy poco, apenas como territorio de paso de camino a Andalucía. En Esquivias sí fue donde se casó y vivió algún tiempo, escaso tiempo. A él le gustaban las ciudades: Madrid, Valladolid, Toledo, Sevilla, que fue su residencia más estable. Preso en Sevilla, fue en ese encarcelamiento donde se inspiró para abordar la historia de Don Quijote, pues en la villa hispalense vivía un loco que era adicto de los libros de caballerías. Pero resulta que hay dos supuestos Miguel de Cervantes; para los que creen que nació, vivió y trabajó en La Mancha, les resulta imprescindible crear un lugar, una celda donde permaneció apresado para afianzar la trama de la gran novela. Ese lugar tenía que ser la Cueva de Medrano, en Argamasilla de Alba, pueblo donde los cervantistas manchegos sitúan el lugar de residencia de Alonso Quijano. Sobre la cueva no hay documentación que establezca nada cierto. Santiago Muñoz Machado, en su apretado libro, encadena muy bien estas cuestiones y, jocosamente, aventura la hipótesis, cosa en que seguro él no arriesga ni por asomo, de que el ‘Quijote de Avellaneda’ pueda ser también creación del propio Cervantes, situándola en un provechoso juego editorial.
El director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, no es un literato, no es un lingüista, sino un jurista. También pertenece a la academia de Ciencias Morales y Políticas. Es catedrático de Derecho Administrativo y director de la revista ‘El Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho’. Director asimismo del ‘Diccionario del español jurídico’ y del ‘Diccionario panhispánico del español jurídico’. Autor de una numerosa obra sobre diversos temas de su especialidad. Pero su último libro se dedica a comentar minuciosamente la figura de Miguel de Cervantes, su producción y el entorno sociológico que rodeó la existencia y trayectoria de nuestro más eximio escritor. Buen conocedor de la sociedad y del derecho que imperaba en la época cervantina, Muñoz Machado apura en esta obra una copiosa bibliografía, ocupando casi trescientas páginas, en un volumen de más de mil, los subsidios que ilustran el nutrido y asequible texto.
Sobre este completísimo libro Mario Vargas Llosa publicó en ‘El País’ el pasado 1 de mayo un artículo en el que el novelista hispano-peruano escribe que el lector “puede averiguarlo todo: el aparato legal que reinaba en España mientras Cervantes escribía las aventuras del Quijote, y las fiestas populares, la extensión de la brujería, la vida cultural en todas sus manifestaciones, y, por supuesto, los enredos y crímenes de la Inquisición, así como la vida culta, de pintores, comediantes, actores y artistas, y la vida militar, a la sombra de la Corona. Todo está allí, pormenorizado y expuesto, con lujo de detalles, y narrado con ese lenguaje sencillo, claro, sin asperezas ni violencias, de Santiago Muñoz Machado, tan cauto que parece hablar al oído de las personas.”