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En el año 1115 la situación de Sigüenza y su comarca era caótica. Tres grandes poderes se disputaban la posesión del valle del Henares: los almorávides musulmanes, el reino de Aragón, y el reino de León y de Castilla. Los tres sabían que Sigüenza era una pieza clave para controlar el paso de tropas entre las dos mesetas, y entre las grandes urbes de Toledo y Zaragoza. Quien dominara esta tierra de frontera, tendría la llave para hacerse con el centro peninsular.
La reina Urraca de León, y su hijo, el futuro Alfonso VII, decidieron tomar la iniciativa para el dominio de la zona, que en aquel momento estaba en poder de los musulmanes. La conquista era difícil, pues el reino se encontraba agotado después de tantas luchas, y apenas contaban con gente de armas disponible para tal empresa. Mientras conseguían reunir la fuerza militar suficiente, decidieron tomar posesión de la ciudad, al menos, de forma simbólica: Sigüenza, la antigua Segontia, ciudad romana y visigoda, había sido sede episcopal desde, al menos, el siglo VI, y sus obispos habían participado en varios concilios del antiguo reino visigodo de Toledo. Restaurar la sede episcopal de la Segontia romana, y ponerla bajo la jurisdicción de León y Castilla era, de alguna manera, igual que reclamar la jurisdicción sobre el disputado valle del Henares.
Así, decidieron conceder el honor de ocupar la cátedra seguntina a Bernardo de Agén, uno de los monjes cluniacenses aquitanos que habían llegado a la península ibérica para ayudar en la misión de la conquista. Bernardo recibió de este modo un regalo un tanto envenenado: el título de obispo de una sede…que debía conquistar. Las crónicas nos hablan de que el nuevo prelado seguntino reunió con esfuerzo un pequeño ejército, que llegó el día de San Vicente de 1124 a los pies de la fortaleza musulmana que controlaba Sigüenza, que no sería entonces más que dos pequeñas aldeas. Los relatos de la época, tendentes a la exageración, narran que fueron necesarios tres asaltos y una arenga del obispo para romper a los defensores y tomar, por fin, la antigua Segontia romana.
Ahora quedaba lo más difícil. Repoblar, organizar y construir una ciudad digna de una sede episcopal, con una catedral única y un castillo inexpugnable. Una tarea que Bernardo de Agén y sus sucesores llevaron a cabo con esmero y mucho esfuerzo, y gracias a la cual hoy podemos disfrutar de una ciudad, de las más bellas de España, merecedora de ser considerada Patrimonio Mundial de la UNESCO.
En el año 1115 la situación de Sigüenza y su comarca era caótica. Tres grandes poderes se disputaban la posesión del valle del Henares: los almorávides musulmanes, el reino de Aragón, y el reino de León y de Castilla. Los tres sabían que Sigüenza era una pieza clave para controlar el paso de tropas entre las dos mesetas, y entre las grandes urbes de Toledo y Zaragoza. Quien dominara esta tierra de frontera, tendría la llave para hacerse con el centro peninsular.
La reina Urraca de León, y su hijo, el futuro Alfonso VII, decidieron tomar la iniciativa para el dominio de la zona, que en aquel momento estaba en poder de los musulmanes. La conquista era difícil, pues el reino se encontraba agotado después de tantas luchas, y apenas contaban con gente de armas disponible para tal empresa. Mientras conseguían reunir la fuerza militar suficiente, decidieron tomar posesión de la ciudad, al menos, de forma simbólica: Sigüenza, la antigua Segontia, ciudad romana y visigoda, había sido sede episcopal desde, al menos, el siglo VI, y sus obispos habían participado en varios concilios del antiguo reino visigodo de Toledo. Restaurar la sede episcopal de la Segontia romana, y ponerla bajo la jurisdicción de León y Castilla era, de alguna manera, igual que reclamar la jurisdicción sobre el disputado valle del Henares.